Historia

Dos tesis doctorales para dos vidas

Pascual Marteles y Encarna Moreno presentan este miércoles, 50 años después de iniciar la investigación, sus trabajos sobre las desmortizaciones 

Encarna Moreno y Pascual Marteles, ayer en Zaragoza.
Encarna Moreno y Pascual Marteles, ayer en Zaragoza.
José Miguel Marco

Las desamortizaciones del siglo XIX en España no fueron un intento de modernizar el país ni de repartir tierras entre los pobres. Ese es un mito que aún persiste hoy». Lo asegura Encarna Moreno del Rincón (Fuentelmonge, Soria, 1945). Y su marido, Pascual Marteles López (Burriana, Castellón, 1946) añade: «Compraron tierras los que tenían dinero para adquirirlas y capacidad para roturarlas y trabajarlas: es decir, los ricos, que pudieron hacerse así con bienes que antes no estaban a la venta». Pascual Marteles y Encarna Moreno presentan este miércoles (19,30, antiguo salón de plenos de la DPZ, junto a Carlos Forcadell) sus respectivas tesis doctorales sobre las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. Las desamortizaciones (1835-1851 y 1855-1875) pusieron en el mercado, mediante subasta pública, tierras y bienes que no se podían comprar hasta ese momento porque pertenecían a la Iglesia, las órdenes religiosas, los municipios y el Estado.

Los libros, que acaba de publicar la Institución Fernando el Católico, tienen cientos de miles de datos (los cuadros estadísticos pueden descargarse en la web de la IFC), y con ellos pueden entenderse muchas cosas: cómo se se hicieron las desamortizaciones, lo que supusieron para Zaragoza, cómo los pueblos recibieron compensación por las tierras municipales vendidas, cómo llegaron algunos labradores a tomar posesión de esas tierras pese a la resistencia de los ganaderos, cómo liberales y carlistas manipularon la opinión pública y fomentaron el negocio y el descontento... Puede entenderse hasta el Motín de la Leña, que no se había explicado bien hasta ahora, o solo se habían contado a medias.

Pero los libros son, antes que nada, un material de consulta para especialistas y aficionados a la historia local. Lo sorprendente es que ellos, y las tesis doctorales en las que se sustentan, han acompañado a sus autores a lo largo de prácticamente todas sus vidas. Porque cuando Marteles y Moreno presenten hoy sus obras terminará un itinerario vital que comenzó en 1969 y que tiene un poco de todo: investigación, tesón, amor (los protagonistas celebran este año sus bodas de oro), anticipación (su trabajo se frenó súbitamente para poder cerrarse con el avance de la informática en España), e incluso desidia: la documentación en la que lo basaron acabó convertida en pulpa de papel.

"La escasez de papel hizo que muchos documentos acabaran convertidos en pulpa"

La historia se remonta a 1964, cuando Pascual Marteles y Encarna Moreno llegaron a la Universidad de Zaragoza para estudiar Historia. Terminaron la carrera en 1968, se casaron al año siguiente, y casi al mismo tiempo que decidieron iniciar sus tesis sobre las desamortizaciones, al comprobar que en la sede zaragozana de Hacienda se conservaban los libros de registro de las ventas. «Estaban en el sótano de un edificio en la plaza de los Sitios –recuerda ahora Marteles–. Se guardaba prácticamente toda la documentación original, con una clasificación que había realizado Mariano Burriel, archivero que había conseguido salvarlos en la guerra civil, cuando la escasez de papel hizo que muchos documentos de este tipo acabaran convertidos en pulpa o usados como parapeto».

El matrimonio rellenó miles de fichas de cartulina (en esto no fue única María Moliner) y acabó comprando una sumadora eléctrica para poder hacer operaciones y estadillos.

El rector Justiniano Casas se enteró de lo que estaban haciendo y en verano de 1970 les puso en contacto con el Centro de Cálculo de la Universidad de Zaragoza. Allí aprendieron a diseñar bases de datos y a perforar tarjetas de IBM (eran los años en los que nacía la informática). En el 74 habían acabado esa fase del trabajo, que completaron incluso cuando Marteles fue contratado como lector en la Universidad de Oxford.

La destrucción de los fondos

«Teníamos más de 60.000 tarjetas perforadas –añade–, pero no había programas informáticos que manejaran aquello y, para contratar a un programador que nos lo hiciera, hubiéramos tenido que empeñarnos para toda la vida. No había forma de sacar conclusiones o valorar nuestros datos». Ni en Zaragoza, ni tampoco en el Centro de Cálculo de Madrid, ni en el ordenador central del Ministerio de Educación y Ciencia, que algunas noches se dedicaba en aquellos años a alguna investigación científica, lograron mucho más que unas primeras tablas elementales de resultados.

Para colmo de males, Hacienda cambió de sede en Zaragoza, y en el traslado ‘desaparecieron’ gran parte de los fondos históricos.Oficialmente una inundación los arruinó, pero, en realidad... «acabaron convertidos en pasta de papel –señala Encarna Moreno–. Setenta y dos libros de cuentas acabaron destruidos: hablamos con responsables de la empresa donde los enviaron». Aunque habían recuperado buena parte de la información que contenían los documentos, la pareja se desanimó, aprobó oposiciones para dar clases en institutos de secundaria y se instaló en Sabadell.

«Llegó 1987 y empezaron a popularizarse los ordenadores personales. Compramos uno, y aunque solo tenía 16 megas, lo que hoy ocupan cuatro o cinco fotografías, ya pudimos retomar el trabajo. Primero lo hicimos con la desamortización de Mendizábal y después con la de Madoz». Las tesis, que dirigió Gonzalo Anes, fueron defendidas en 1990 y 1991. Ambas lograron el ‘cum laude’. Pero han tenido que pasar casi 30 años para ver la luz impresa.

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