cultura

El retablo que asombró a Zaragoza

Hace ahora 500 años, Damián Forment inició los trabajos del retablo de la iglesia zaragozana de San Miguel de los Navarros, una de sus grandes obras maestras.

Fotos del Altar mayor de la Iglesia de San Miguel de los Navarros en Zaragoza
Altar mayor de la Iglesia de San Miguel de los Navarros en Zaragoza
José Miguel Marco

"Damián Forment es un artista apasionante pero, por desgracia, conocemos pocos datos de él". Lo dice la historiadora del arte que más y mejor lo ha estudiado, Carmen Morte. Y lo hace cuando el artista, nacido en Valencia pero que pasó la mayor parte de su vida en Aragón, acaba de ‘entrar’ en el Prado. La pinacoteca madrileña ha instalado en su sala 51, la rotonda de Goya, un ‘Oratorio de san Jerónimo’ con una magnífica escultura de alabastro de Damián Forment, a la que Juan de Juanes enriqueció con sus pinturas.

Y lo hace, también, cuando se cumplen 500 años (la firma de la capitulación fue el 18 de enero de 1519) del inicio de los trabajos del retablo mayor de la iglesia de San Miguel de los Navarros, una de las obras maestras de Forment.

"El nombre de la iglesia, según la tradición, se debe a que San Miguel se apareció a las tropas navarras que ayudaban a Alfonso I en el asedio a Zaragoza. Fue a principios del siglo XII, pero tuvo que pasar un siglo hasta que se creara la parroquia", señala el actual vicario, Juan Ramón Royo, historiador y archivero. Y añade: "En julio de 1517 el Papa León X dispuso que parte del dinero que se había recaudado para las obras de San Pedro del Vaticano se dedicaran al retablo, y por eso la obra está coronada por el escudo papal".

San Miguel, una parroquia de labradores, se vio así distinguida por la máxima autoridad eclesial, después de recibir la protección de Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza e hijo natural de Fernando el Católico, y pudo contar con un retablo excepcional. El elegido para confeccionarlo no era un desconocido. Había sido el responsable del retablo del Pilar, y el éxito cosechado le había llevado a instalarse con su taller en la capital aragonesa. Tras hacer el retablo de la iglesia de San Pablo, recibió el encargo del de San Miguel.

"Su trabajo para el Pilar supuso su triunfo en Zaragoza, lo que hizo que empezaran a lloverle los contratos –señala Carmen Morte–. Forment era un artista con una gran preparación técnica, que se formó con su padre, Pablo Forment, escultor nacido en Alcorisa, y creció en el seno de una familia que vivía del arte. Era un hombre creativo, curioso y extraordinario como dibujante. A lo largo de la vida pudo completar muchos y muy notables encargos porque trabajó infatigablemente, tuvo mentalidad de empresario y supo rodearse de buenos oficiales que completaban con calidad muy alta los trabajos que les encomendaba. En su momento de mayor éxito, tuvo talleres abiertos simultáneamente en Zaragoza, Huesca y Poblet".

Pero en el encargo para el Pilar existen aún algunas incógnitas. "Morlanes, el escultor del rey, se enteró de que se iba a contratar el retablo y se asoció con otros artistas para llevarse la obra –añade Morte–. Aunque el taller de los padres de Forment era conocido, lo lógico hubiera sido que se eligiera a Morlanes. No fue así, y creo que Forment tuvo la habilidad de convencer al cabildo. Con sus dibujos y algún relieve que les debió mostrar, se ganó a los canónigos. El Cabildo apostó por Forment".

Iconografía excepcional

La obra tuvo un gran impacto, y lo siguió teniendo durante décadas. Jusepe Martínez no le ahorró elogios en el XVII y, cuando Antonio Ponz llegó a Zaragoza en el XVIII, en el famoso viaje al que le empujó Campomanes, se quedó boquiabierto. Así que cuando en la parroquia de San Miguel quisieron renovar su retablo con los 1.000 florines de oro que en principio estaban destinados al Vaticano, el elegido fue Forment.

"Y en lugar de hacer una traza arquitectónica gótica, como le habían pedido en el Pilar, la hizo renacentista. Fue un artista capaz de trabajar en los dos lenguajes, ‘moderno’, como se llamaba en aquella época al tardogótico, y ‘romano’, que hoy denominamos renacentista", subraya Morte.

La historiadora lo perfila no solo como un gran artista, sino también como un gran planificador. "Tuvo que planear con todo detalle cada uno de sus encargos –señala–. Y, cuando el volumen del trabajo era grande, contrataba a imagineros ajenos a su taller pero en los que confiaba para sacar adelante el trabajo y terminarlo en la fecha comprometida. Tenía una especial habilidad para rodearse de muy buenos profesionales". En su taller ha llegado a documentar una veintena de personas.

Forment terminó el retablo en 1521, aunque la obra tardó varios años en recibir su policromía, en un proceso complejo y no exento de problemas, con varios artistas involucrados en los trabajos (se terminó en 1540).

La pieza hoy, es una obra maestra del Renacimiento, cuya importancia se agiganta con el tiempo. "La calidad del conjunto; el hecho de que empleara por primera vez en Aragón la estructura arquitectónica renacentista; la iconografía excepcional, con escenas del ‘Apocalipsis según san Juan’ que son muy difíciles de ver en estos retablos; el hecho de que sirviera de modelo e inspiración durante décadas; la talla central, en madera, de una enorme belleza... El retablo de San Miguel, 500 años después de que empezara su construcción, sigue siendo una obra excepcional en todos los sentidos", concluye Carmen Morte.

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