Por
  • Ana Alcolea

El cajón

Dicen que lo que de verdad importa cabe en un cajón.
Dicen que lo que de verdad importa cabe en un cajón.
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Dicen que lo que de verdad importa cabe en la palma de una mano. O en una brizna de pensamiento. O en un remolino de recuerdos. O en una taza de presentes. O en el cajón de una mesilla de noche. Mi mesilla no tiene cajones. Lo decidí así cuando me cambié de casa. Los libros están a la vista y al alcance de mis manos, y las pastillas de dormir viven en el vientre de un pato de madera. Hay muchas cosas que me importan y que no caben ni en un armario. Ni siquiera en dos. Ni en tres, que son los que hay en la que fue mi casa familiar, la que intento vaciar durante varias horas cada día. No más de tres. La cuarta hora se me haría insoportable en el que fue mi hogar, la casa en la que más tiempo de mi vida he pasado.

Generalmente voy por las mañanas, cuando hay luz y puedo ver mis sombras, y las de aquellos a los que amé y que ya no están. Ayer fui por la tarde, cuando la casa estaba casi oscura y no había sombras, ni siquiera las de las niñas que fui dentro de esas paredes. Fue entonces cuando por fin decidí abrir los cajones. Tocaba la ropa sin apretarla demasiado para no reconocerla antes de introducirla en una bolsa. Para que el armario no me hablara, ni me hiciera caminar por la cuerda floja de mis recuerdos. Éramos el silencio oscuro y yo. Volví a mi casa de noche. No encendí la tele. No quería que me hablaran de tesis, másteres, empresas fingidas o conversaciones robadas. No cuando una vida entera acababa de pasar por mi mano, en su tránsito entre un cajón y un contenedor.