Leer y pensar

Leer nos ayuda a pensar y a concebir un mundo diferente.
Leer nos ayuda a pensar y a concebir un mundo diferente.
F. P.

Las conversaciones con el señor Eugenio siempre tienen miga. Es un jubilado que, por edad, podría ser mi padre, al que le gusta leer y también pensar. Conjuga ambos verbos y los pone en práctica. Casi siempre lleva una lectura entre manos y, además, le gusta reflexionar sobre lo que lee, buscando el hilo y los fundamentos de cada tema. Algo que no es tan habitual como debería ser. De hecho, sostiene que el mundo está organizado para que la educación no haga pensar a la gente, ni a los de su edad ni a los de la mía, ni a críos y jóvenes de hoy. Considera que el sistema nos adormece, porque si despertásemos esto sería de otra manera. Estaríamos obligados a cambiar muchas cosas que no funcionan. Pero le queda la duda de si no sería peor… porque al tomar conciencia de las desigualdades, de las injusticias y de la inequidad, la paz social no sería la que es. En el fondo es un idealista que, con sus años, sigue aspirando a un mundo mejor, no tanto para que haya cada vez más cosas y sobreabunde la riqueza, que también, sino para que seamos capaces de pensar más y mejor. Reproduce el ideal kantiano e ilustrado: ‘Sapere aude’. Para el señor Eugenio ‘atreverse a saber’ es una de las tareas esenciales de cualquier ser humano. Y en esto coincidimos.

Nos vemos de verano en verano y algún fin de semana suelto en Litago. Ninguno de los dos somos de este lugar, pero hemos acabado siendo de él. Posiblemente porque, como decía Marcelo Reyes, «los de Litago nacemos donde nos da la gana». Y esa libertad se respira en este pueblo; es algo especial. Quizá por el viento del Moncayo o por las muchas nubes que se alternan con días de sol y tranquilidad. Quién sabe, el asunto es que con el señor Eugenio da gusto conversar. Y en la penúltima ‘charrada’, entre otras cosas, mencionó la historia de su padre, un zapatero ‘medidista’ -capaz de fabricar zapatos ajustados al pie de cada cliente- del que aprendió muchas cosas, una de ellas la resume en un refrán, «quien trabaja en fino, como en basto». Para él, su padre era un artista -trabajaba en fino-, pero con ello no conseguía ingresos equivalentes; las horas y el esfuerzo no se compensaban con el precio. Por eso, en cuanto recibió la oferta de una empresa, que producía en masa y en cadena, no le quedó alternativa. Terminó entrando en el círculo perverso de la productividad. Al que luego, en nuestra sociedad tecnocrática, hemos acompañado del discurso de la calidad y la competitividad. Esta terna de valores -calidad, productividad y competitividad- vinieron para quedarse y desplazar a un segundo plano las ideas ilustradas de libertad, igualdad y fraternidad. Ese cambio de perspectiva se ha traducido en unas prácticas sociales que nos han convertido en engranajes del sistema, tanto al producir como al consumir. Y no es nada fácil salir de la rueda porque, entre otras cosas, no pensamos.

Merece la pena la obra bien hecha, la pieza del artista que hace de manera excelente y cuidada. A cada pie su zapato, con su horma, con sus ajustes particulares, para que duren. Cada cuadro con sus detalles, cada escultura con sus formas y en el caso de los oficios de siempre, lo mismo, con paciencia. Sin embargo, con la trampa del dinero caemos en la paradoja que nos lleva a olvidar el sentido de lo que hacemos. Cuando el único objetivo es ganar más, los usos y las cosas se convierten en algo distinto; se convierten en formas para obtener beneficios, para obtener más capital con el que seguir ganando más. Así hasta el infinito, como si con ello se pudiera comprar la eterna juventud. Por suerte o por desgracia, no es posible. En esto la fragilidad de la vida humana nos iguala. El tiempo nos va llevando al lugar que nos espera a todos. Vivir es algo que pasa rápido, más de lo que nos damos cuenta.

La imaginación, compañera infatigable del pensar, es una de las llaves que nos permite trascender los límites de lo que somos. Por eso, leer es otra puerta para superar las fronteras de lo cotidiano. Quizá sea esto lo que anima al señor Eugenio a seguir leyendo, pese a los achaques que la edad nos va trayendo.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza