Por
  • Marisancho Menjón

La tumba de Petronila

A nuestra reina Petronila la tenemos un poco abandonada. Sabemos muy poco de ella, pese a ser una figura tan importante en nuestra historia. Fue la niña que ‘salvó’ la continuidad de la monarquía aragonesa en un momento crítico: cuando contaba solo un añito, en 1137, se concertó su matrimonio con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, de modo que protagonizó la creación de la Corona de Aragón. En 1150, al cumplir los catorce, se celebró la boda.

Criada lejos de sus padres (la madre fue devuelta a Francia, su patria, poco después de cumplir su cometido, que era proporcionar un sucesor al trono de Aragón; y el padre ingresó en el monasterio oscense de San Pedro el Viejo tras haber dejado en orden los asuntos del reino), vivió en Barcelona después de casada. No sabemos con certeza siquiera cuántos hijos tuvo, pero uno de ellos fue el rey Alfonso II. Los pocos documentos que sobre su figura conservamos, sin embargo, son fundamentales para nuestra historia, pues demuestran que la dignidad real fue siempre suya, que ejerció como reina (ayudada por un consejo de regencia) unos pocos años, entre 1157, en que murió su padre, y 1164, cuando abdicó en favor de su hijo. También fue condesa de Barcelona a la muerte de su marido, en 1162, pese a que no figura nunca en la lista de titulares de ese condado.

Murió a los 37 años. Y en sus últimas voluntades dispuso ser enterrada en la catedral de Barcelona, como así se hizo. Los documentos que mencionan su tumba son ya del siglo XV y por ellos sabemos que estuvo junto a la portada principal de la primitiva catedral románica de la ciudad, dentro de un sarcófago antiguo de mármol. Cuando, con las obras de ampliación del edificio en época gótica, se derruyó esa portada, su cuerpo, que se halló entero, fue sacado de la urna de mármol, cubierto con un paño de seda e introducido en una caja de madera, y colocado "en la pared junto a la capilla del sacristán". Es decir, junto a la sacristía.

Actualmente, en ese muro hay dos sepulcros atribuidos a los condes Ramón Berenguer I y Almodis de la Marca. Pero, según varios estudios relativamente recientes, hay que cuestionar esa atribución, dado que las inscripciones que identifican a tales personajes son de mediados del siglo XVI y se deben a un canónigo archivero, Francesc Tarafa, que se basó en una mera suposición. Sobre este asunto, que sacó a la luz en 1999 el arquitecto de la catedral Joan Bassegoda, ya publicó un artículo en HERALDO, en 2010, Mariano García. Se ponía de relieve entonces que, existiendo estos datos fundados sobre la posibilidad de que en una de esas tumbas estuviese enterrada, en realidad, la reina Petronila y no la condesa Almodis, lo conveniente sería analizar el ADN de los restos y salir de dudas; pero que el arzobispado de Barcelona no estaba por la labor. No se entiende la negativa a algo que solo contribuiría a mejorar el conocimiento de la historia.

Podría darse un paso más, y es la identificación de la antigua urna de mármol que contuvo el cuerpo de la reina. Según varias fuentes, eran dos sarcófagos de este material los que había junto a la antigua portada de la catedral, y ambos fueron retirados cuando se produjo el traslado de los cuerpos al interior, junto a la sacristía. Eran de origen romano, reaprovechados. Uno de ellos, que había contenido los restos de un conde, lo adquirió el arcediano Luis Desplá en 1503 y lo instaló, para usarlo como fuente, en una casa que poseía en Alella. Del otro, que contenía un cuerpo femenino, probablemente el de Petronila, no se tienen datos tan precisos; pero, según Agustín Durán Santpere, era una obra más fina y de superior calidad que el mismo arcediano poseyó y utilizó también como fuente en su casa de Barcelona. Este último sarcófago pasó en 1888 al Museo de Antigüedades de esa ciudad y hoy forma parte de las colecciones de su Museo Arqueológico: es el precioso sarcófago "del rapto de Proserpina". Deberíamos procurar tener más certezas sobre todo esto. No se trata de reclamar nada, sino de conocer bien la figura de la reina gracias a la cual existió la Corona de Aragón. De recuperar su memoria y su importancia. Y de sumar definitivamente la catedral de Barcelona a la nómina de panteones reales aragoneses.