Cultura de pago

El pasado martes, HERALDO entregaba los segundos premios Artes y Letras en un acto que fue una magnífica ocasión para reconocer el trabajo de los creadores de casa. En los agradecimientos, los premiados compartieron con el público su sueño de vivir para la cultura, en sus distintas manifestaciones, como el mejor camino para ser más felices y más libres y ayudar a ser más felices y más libres a los demás. Pasada la emoción del momento, la pregunta que nos hicimos algunos asistentes es cuántos artistas o escritores pueden vivir realmente de sus obras. Si nunca ha sido fácil, hoy aún es más complicado. La crisis ha castigado especialmente a los creadores: instituciones y empresas destinan menos recursos y, a la vez, el ‘amable’ público cada vez practica con más incuria el ‘arte’ de las descargas ilegales.


En octubre último, la Policía detenía por primera vez en España a una persona por piratear libros electrónicos y lucrarse por ello, pero el hecho es realmente inusual. Más recientemente, ha vuelto a la actualidad la dificultad de encontrar la fórmula para compensar a los autores por copia a través de los múltiples dispositivos que jalonan nuestra vida. Estas parsimonias oficiales son vueltas de la misma noria de una indolencia generalizada: el delegado del Gobierno en el País Vasco acaba de ser pillado comprando un cedé en el top manta y todo lo que ha argumentado es que es un hecho de su vida privada, como si eso no fuera privar de sus legítimos derechos a toda la cadena de personas dedicadas a la creación… y a las arcas del Estado.


Así, quienes deben dar ejemplo se distraen y los datos que ofrece el Observatorio de la piratería y hábitos de consumo de contenidos digitales son demoledores: en 2015, el 87,48% de los contenidos digitales consumidos eran ilegales.


Según este mismo Observatorio, aumentan las descargas de libros, series y videojuegos, entre otros, y apenas remiten las de música. Y crece el número de ciudadanos que piratean, sin que tenga consecuencias legales y pese a que las plataformas de pago son cada vez más accesibles.


Los usuarios consultados por el Observatorio se escudaban en el elevado precio de los contenidos o en que el abono de la conexión ya da derecho a acceder ‘free’. Nadie quiere recordar que nuestros jóvenes gastan en botellón una media de entre seis y diez euros por salida.


Miguel Ríos confesaba hace algún tiempo que había dejado de grabar discos porque, decía, "mi patrocinador principal me ha abandonado", lamentando que sus fans piratearan sus canciones en vez de comprarlas.


También Javier Marías, además de explicar que un autor recibe apenas 2 euros de cada libro que se vende al público por 20 euros o 0,80 por cada descarga legal, tiene escrito que se iba a plantear si seguía publicando o no, a la vista de que aquellos que se supone que están de su parte cada vez compran menos libros y los piratean más.


Esta misma semana, el gremio de editores ha denunciado que, en España, el año pasado se produjeron 390 millones de descargas ilegales de libros, ocasionando unas pérdidas de 200 millones de euros, y que las copias ilegales duplican a las regladas.


Las fiestas de Navidad son las únicas fechas en las que la compra de cultura entra en la agenda de gasto de muchas familias. Un disco, un libro o una película son regalos asequibles y fuente de grandes satisfacciones.


Desde luego, hay que seguir peleando para que la Unión Europea establezca un mercado único digital más equitativo, se mejore el mecenazgo y se reduzca el IVA. Pero los consumidores también debemos ser conscientes de que, sin ingresos, no habrá creadores. Condenar a nuestros escritores, músicos, cineastas, dibujantes, etc., a no poder vivir de sus obras es caminar hacia un páramo embrutecedor, que más pronto que tarde pagaremos todos. Mejor, paguemos por la cultura. Tengamos cultura de pago. La tecnología lo facilita. Es una buena forma de desearnos lo mejor y asegurarnos en 2017 unos cuantos buenos momentos. Felices fiestas, digan lo que digan en las redes sociales.