El vidrio multiplicador

La muestra de Jaime Brihuega titulada 'Fisiología de los sueños: Cajal, Dalí, Lorca, Tanguy’ puede verse en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza hasta el 16 de enero de 2016.

Una joven contempla un mosaico de dibujos de Cajal.
Una joven contempla un mosaico de dibujos de Cajal.
José Miguel Marco

Entre realidad y superrealidad media una agudización de la conciencia, que se parece a la pérdida de la misma, en el sueño o en el trance, pero que es objetividad exagerada más que subjetividad enfermiza. El artista que Salvador Dalí quería ser hacia 1926, cuando García Lorca le dedica su ‘Oda’, era un pintor de formas sólidas y líneas claras. De entonces data, por ejemplo, el retrato de su hermana mirando por una ventana. Le cuadraba la definición de Lorca: "alma higiénica", que vivía sobre “mármoles nuevos”, huyendo de "la oscura selva de formas increíbles". "Amas una materia definida y exacta/ donde el hongo no pueda poner su campamento", llegan a decir dos versos de la ‘Oda’. Sin embargo, un año más tarde, los lienzos de Dalí comienzan a llenarse de burros en putrefacción, de formas viscerales y blandas, de cuerpos que transparentaban sus venas y sus nervios.


Jaime Brihuega, experto en las vanguardias patrias, presenta en el Paraninfo una exposición de tesis. Esa transformación radical del arte de Dalí, hacia 1927, se asociaría, según él, a dos influjos, recibidos en la Residencia de Estudiantes, donde el pintor había convivido con Lorca y con Buñuel, y que maduraban al cabo de un tiempo, en sintonía con el Surrealismo francés, representado por Tanguy o Masson. Por un lado, la ‘La Interpretación de los Sueños’ de Freud, que había corrido de mano en mano entre los jóvenes residentes, y por otro, la vecindad de los laboratorios donde los discípulos de Ramón y Cajal proseguían sus investigaciones histológicas. La influencia de Cajal y sus dibujos está basada en pruebas circunstanciales, porque ni Lorca ni Dalí aluden al Premio Nobel (o a sus discípulos) en ningún escrito. Pero los parecidos son chocantes. En un dibujo de Lorca, por ejemplo, vemos un ser que se reduce a su sistema nervioso. A modo de cabeza, un nodo en forma de huso que se ramifica en brazos y piernas. La exposición muestra dibujos de Cajal muy semejantes, representando neuronas y sus conexiones. Pero no sólo se trata de paralelismos gráficos. El catálogo incorpora un texto de otro defensor de esta pista "Cajal", Ignacio Gómez de Liaño –alguien a quien otorga credibilidad, al margen de su olfato hermenéutico, su trato directo con Dalí. Este autor alude a los escritos literarios de Cajal, y entre ellos, a un relato fantástico cuyo protagonista disfruta (o sufre) una visión amplificada. A dos mil aumentos, lo cotidiano se transforma en surreal. "A sus ojos la carne no era carne, sino paquetes de rojas y contráctiles lombrices", dice Cajal, describiendo las fibras musculares. Efectos del "vidrio multiplicador" al que Dalí alude en un texto alucinante de 1927 (‘San Sebastián’).


En cualquier caso, esta exposición nos da acceso privilegiado a los dibujos de Ramón y Cajal, y a sus sorprendentes y bellas pinturas al pastel, los grandes papeles del Atlas Anatómico que conserva la Universidad de Zaragoza. La propia intención científica otorga a este material una cualidad preciosa, liberada del capricho artístico, pero sujeta a la estética, que guía al investigador por el camino del conocimiento. El bosque mágico de las neuronas posee un valor de verdad que tiene que ver con la imaginación, con el saber ver y entender, y no con la fantasía.


Las vanguardias quisieron aprender de la ciencia en este terreno, un aprendizaje que sigue siendo fértil hoy en día. El ojo que lee la realidad tras las apariencias, se transforma en mano que dibuja. En esta exposición hay buen ejemplos de ese saber ver del dibujante iluminado. Al margen de los dibujos de Dalí y de Lorca, se muestran obras de otros autores, españoles (Miró, Lamo-lla, Lekuona, Moreno Villa o Viola) o extranjeros (Tanguy, Masson) donde afloran los motivos neurológicos o la visión microscópica. Destacan entre todos, en mi opinión, los grabados de Wols, pequeñas obras maestras de la cartografía poética.

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