Panero o la locura de sentir

Fallece Leopoldo Panero, el poeta de la vida entre resurreciones.

Foto de archivo de Leopoldo María Panero
Leopoldo María Panero

Poeta maldito, visionario, apocalíptico, poeta de la lucidez arrolladora de la locura, culto y desaforado. Ha muerto en Gran Canaria uno de los grandes poetas españoles de los últimos 40 años, "el último poeta" lo denominó su gran estudioso, el catedrático zaragozano Túa Blesa: Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Gran Canaria, 2014), el enamorado de Egdar Allan Poe y de una jovencísima Ana María Moix, su amor imposible, el poeta que residía en la infancia y sus márgenes, y que siempre estaba burlando a la muerte, hasta el punto de decir que su vida era una cadena de resurrecciones. Hijo del poeta Leopoldo Panero, prisionero más o menos secreto del alcohol, y de la actriz y escritora, Felicidad Blanc, que sufrió diversos trastornos mentales, su vida y su inteligencia, sus obsesiones, fueron retratadas por Jaime Chávarri en una película casi legendaria: ‘El desencanto’ (1976), donde él decía que era el chivo expiatorio de su familia, el símbolo de todo lo que detestaban. La película tendría una continuación en 1994 con ‘Tantos años después’ de Ricardo Franco.


Nació en Madrid y empezó a escribir a los cinco años. La suya fue una familia muy literaria vinculada al régimen de Franco: a sus padres, que sufrieron diversas crisis, se unieron dos hermanos, el poeta Juan Luis y Michi, crítico de televisión, y el tío Juan Panero, poeta también. Fue desde muy pronto un gran lector. La rebeldía y la búsqueda de un espacio propio le llevaron a militar en el Partido Comunista; dicen que aquel joven sofisticado y elegante, atildado en el vestir, chirriaba entre sus compañeros de viaje. Pese a ello pasó un tiempo en la cárcel por su militancia: algo que recordaba a menudo; solía decir que en la cárcel había hecho sus mejores amistades y que "la cárcel es el útero materno". Más tarde, con poco más de veinte años, estudió Filología Hispánica en Francia, y allí conoció a Pere Gimferrer y se enamoró de Ana María Moix. Comenzó a redactar sus primeros libros: nacieron ‘Así se fundó Carnaby Street’ en 1969, José María Castellet lo incluiría en ‘Nueve Novísimos’, aquella lírica llena de jóvenes poetas, enfermos de referencias culturales, apasionados de los viajes y esa isla de arte y sueño que era Venecia. Los primeros 70 fueron especialmente intensos para Leopoldo María: descubrió distintas drogas, el precipicio del hedonismo y el embeleso de la noche, leyó sin parar y amó con furia salvaje. A hombres y mujeres. Siempre se confesó bisexual y anarcoindividualista: "Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y ‘masoca’ con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean."


Y, además de vivir peligrosamente (lo probó casi todo: desde la marihuana y la grifa a la heroína), era (o sería) un fumador tan incansable como ansioso. Poco más tarde, iniciaría esa auténtica odisea, a veces tenebrosa, por diversos psiquiátricos que hicieron de él una sombra, un hombre lúcido e hipersensible que parecía pelear contra la autodestrucción y la muerte que acecha. Contra la muerte y la idea del suicidio. Y contra la locura misma: escribió mucho de ella y declaró que lo que "llama locura solo dura cinco minutos". Luego aparecen las ideas, las intuiciones, los conocimientos: Panero estaba lleno de poesía, de lecturas, y lo mismo citaba Fernando Pessoa que a Artaud o a Rimbaud, a sus amigos Luis Antonio de Villena o Eduardo Haro Ibars que a los norteamericanos Hart Crane, Bukowski, Cumings o al brasileño Joao Cabral de Melo. Solía decir: "El loco hierra pero no miente. Tiene la perniciosa manía de decir la verdad como el borracho".


Estuvo en psiquiátricos en Madrid, en Tarragona, en Mondragón (permaneció allí diez años y le dedicó el libro ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ (1987) y en Canarias. Dio la sensación de que siempre tuvo una cierta libertad de movimientos, aunque estaba "obligado a volver a dormir". No dejó de escribir en ningún instante: firmó poesía, narrativa (el editor Juan Casamayor le publicó sus ‘Cuentos completos’, en edición del citado Túa Blesa; es autor de un libro tan curioso como ‘En lugar del hijo’, 1976), ensayo y tradujo muchísimo; sentía debilidad por Lewis Carroll, por citar un ejemplo. Algunos títulos suyos son: 'Teoría' (1973), 'Narciso en el acorde último de las flautas' (1979), ‘Dioscuros’ (1982), ‘Dos relatos o una perversión’ (1984), 'El último hombre' (1983), 'Heroína y otros poemas' (1992), ‘Piedra negra o del temblor’ (1192) 'Orfebre' (1994), 'Guarida de un animal que no existe' (1998), 'Locos de altar' (2010). Y podrían citarse muchos más.


No es fácil abordar las constantes de su obra: tiene algo de adivinación, de profecía, de espejismo y de autodestrucción. Es una poesía impregnada de lirismo y desolación, de magia y desgarro, de amor e imposibilidad ("te debo la locura". escribió), de paradoja: una poesía psicótica, fuego helado, ardor de hielo. El hombre, estremecido y vapuleado por la sociedad, es un sujeto a la deriva, cambiante y perdido que vive entre el estupor y la alucinación. También escribió sobre la poesía, materia misma de su poesía, y se acercó a la enfermedad. En cierto modo, pertenece a la estirpe de autores como Cecco Angiolieri, Robert Walser, Antonin Artaud, Rimbaud, Lautreaumont o Carlos Oroza, entre otros. Ángel Guinda, uno de sus amigos, lo retrata así para heraldo.es: "El paso del tiempo ha resultado ser más aniquilador que su instinto autodestructivo. Al final, y pese a los cuidados de la Medicina, el tiempo se lo ha llevado. Como persona, Leopoldo representa la orfandad del individuo en el mundo, la lucidez abismal del ser humano enfrentada a la realidad execrable de su época. Como poeta, la obsesión irreductible por la palabra redentora de la condición humana, siempre miserable. Sigue teniendo razón en su guiño a Larra: ‘Escribir en España no es llorar, es beber y mal / decir’".


El vínculo aragonés de Leopoldo Panero es inequívoco. El citado Túa Blesa es, quizá, su máximo especialista: le editó varios libros entre ellos su ‘Poesía completa’ en Visor y sus ‘Cuentos completos’ en Páginas de Espuma, recuperó sus traducciones, y le dedicó, amén de multitud de textos, un libro biográfico en 1995. Luis Felipe Alegre y El Silbo Vulnerado montaron en 1986 la pieza ‘Más margen malditos’ y Panero asistió al estreno en el Teatro del Mercado y estuvo varios días por la ciudad. Y Enrique Bunbury con Carlos Ann, con José María Ponce y Bruno Galindo otros pusieron músicas a sus poemas en 2004, año en que fue invitado a Periferias; allí fue entrevistado por Octavio Gómez Milián. http://leocamaleon.blogspot.com.es/2014/03/comparando-medicaciones-una.html


Ángel Guinda recuerda: "En ‘Contra España y otro poemas no de amor’ (Ediciones Libertarias) escribió: "Hoy de aquella Zaragoza que la amistad nombró / sólo queda / sobre la mesa un ejemplar sin vida / de Vida ávida de Ángel Guinda / y unas voces que oigo en las pesadillas." Con lucidez y rabia, con la piedra negra de la palabra, Leopoldo María Panero vivió entre pesadillas e iba dejando a su paso, envuelto en humo y ceniza, un deslumbrante bosque de versos, de poemas y de voces.