Una mujer independiente impulsada por una gran vocación

María de Ávila  tuvo que luchar con la oposición familiar, la inexistencia de escuelas o ballets nacionales para convertirse en protagonista de la historia de la danza en España.

María de Ávila
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Gran dama de la danza, María de Ávila, fue sobre todo una profesora que no solamente dio una base, una raíz y una técnica a grandes generaciones de bailarines, sino que les transmitió la pasión por la danza.


Protagonista de la historia de la danza en España, mundo al que se entregó desde los diez años, por sus manos pasaron unos niños y niñas que se convirtieron en estrellas internacionales que triunfaron en grandes ballets del mundo como directores, coreógrafos y bailarines.


Todos ellos la han reconocido siempre como una mujer muy sabia, el árbol del que han nacido numerosos profesionales de la danza.


Víctor Ullate, Ana María de Gorriz, Cristina Miñana, Arantxa Argüelles, Ana Laguna, Trinidad Sevillano, Muriel Romero, Antonio Castilla son solo algunos de las figuras talladas por el magisterio de una mujer para la que la danza ha sido el arte del siglo XX y lo será del XXI porque reúne y resume sobre un escenario a todas las artes: la literatura, la música, la escultura, el movimiento, el color, la expresión.


Ya primera bailarina del Gran Teatro del Liceo de Barcelona a los 19 años, siempre fue una mujer determinante en su vida: "quería bailar y bailé, me enamoré y me casé". Así explicaba el porqué, en un momento en el que se encontraba en lo más alto, decidió abandonar los escenarios por amor.


A partir de entonces emprendió el camino de la enseñanza en su Estudio de Danza Académica en Zaragoza, labor que ha centrado su vida y por la que obtuvo numerosos reconocimientos como La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, con la que se quiso destacar su trabajo docente.


Para ella, su faceta como bailarina y como docente eran todo uno "un mismo trabajo realizado de forma distinta" consideraba y reconocía que cuando enseñaba se veía reflejada en sus alumnos.


Candidata al Premio Príncipe de Asturias de las Artes, nunca se apartó de la danza, un arte "apasionante" que no es fácil, "y menos en España" y en el que es necesaria "una verdadera vocación, porque hay que luchar contra muchas cosas", consideraba esta mujer que se confesaba afortunada por haber podido dedicar toda su vida a esta disciplina.


Para ello tuvo que luchar con la oposición familiar, la inexistencia de escuelas o ballets nacionales y el escaso número de compañías de danza clásica que visitaban España.


En el hecho de que cada día hay más gente que disfruta con la danza, que la practica, que la admira ha sido fundamental la presencia de María de Ávila, que se lamentaba de que "entre las artes, la danza siempre ha sido una especie de hermana pobre", aunque reconocía que se había ganado algún terreno.


Con una elegancia natural, de mirada serena y alegre, María de Ávila era una gran dama que supo ser independiente y seguir los caminos de su vocación.