Aventuras de verano/29

"Trabajar es una de mis diversiones favoritas"

Juan Antonio Hormigón dirige la revista de Asociación de Directores de Escena (ADE).

Juan Antonio Hormigón
"Trabajar es una de mis diversiones favoritas"

Juan Antonio Hormigón (Zaragoza, 1943) es dramaturgo, investigador y escritor. Ha estudiado la vida y la obra de Valle-Inclán y es especialista en Bertolt Brecht. Dirige la revista de Asociación de Directores de Escena (ADE).


¿Cómo debemos definir a Juan Antonio Hormigón? ¿Qué hace en verano?

Yo me considero director de escena y escritor ante todo. Además he hecho mucho trabajo de investigación y he sido a lo largo de treinta años profesor y después catedrático de dirección en la RESAD de Madrid. En verano cuando no trabajo en la preparación de un espectáculo, suelo alejarme de Madrid para cambiar el paisaje y me dedico a investigar y escribir. En verano he concluido algunos de mis libros o ensayos.


¿Dónde veranea?

Durante años veraneé en la playa, en el Mediterráneo. En los dos últimos estuve en Galicia, en una zona rural próxima a Santiago. En este vuelvo a la playa y después al sur de Francia.


¿Cómo nace la enfermedad del teatro en usted? 

Yo empecé en el teatro muy pronto. Mis hermanas hacían teatro y mi cuñado dirigía el Teatro Universitario cuando era un niño. A los once años interpreté el hijo mayor de Nora en ‘Casa de muñecas’ de Ibsen. Más tarde fue algo natural casi comenzar a dirigir el Teatro Universitario de Medicina en Zaragoza, que es la carrera que estudiaba. De todos modos, mi decisión de dedicarme al teatro la tomé un día en Londres, viendo el ‘Coriolano’ de Shakespeare adaptado por Brecht y representado por el Berliner Ensemble.


¿El viaje de su vida?

En los inicios del verano ha habido muchos. Recuerdo uno a Roma con mi familia que fue espléndido. Otro a Venecia, donde tenía que presentar una ponencia en un congreso y pasé unos días a fines de agosto. Mis viajes más apasionantes los he hecho, sin embargo, en primavera.


¿Tiene algún recuerdo especial de Zaragoza?

Siempre hay recuerdos. Uno, el de la piscina que había en el Parque Grande, ahora de Labordeta, a donde iba con mi madre y mi hermano Mariano de niño. Ya no está ninguno de los dos. Eran momentos de felicidad: en un quiosco que había al salir del boscaje sonaban las canciones de Antonio Machín. También recuerdo que en verano montábamos las escenificaciones que estrenábamos en octubre, en tiempos del teatro universitario.


¿Cuáles han sido las funciones teatrales de su vida? Los montajes ajenos y los propios. 

Las escenificaciones que me han causado un impacto especial son, además de ese ‘Coriolano’ a que he aludido: ‘Le baruffe chiozzotte’ de Goldoni, escenificado por Giorgio Strehler con el Piccolo de Milán; ‘La flauta mágica’ dirigida por Harry Kupfer en la Komische Oper de Berlín, ‘Madre Coraje’ de Brecht, dirigida por él mismo junto a Engel, que sólo pude ver filmada, etc. Cada espectáculo hay que relacionarlo con una época de mi vida. Recuerdo lo que me impactó ‘Un soñador para un pueblo’ de Buero, dirigida por Tamayo, a mis quince años, o ‘El Rinoceronte’ de Ionesco, dirigido por José Luis Alonso cuando tenía diecinueve. De mis puestas en escena creo que hay algunas que tienen una significación particular para mí. En mi etapa de teatro universitario, el programa Valle-Inclán que hice en 1964 con ‘Las galas del difunto’ y ‘La hija del capitán’. Después, ‘La mojigata’ de Moratín, ‘La vengadora de las mujeres’ de Lope y las dos obras que he montado en México, ‘Los veraneantes’ de Gorki y ‘El trueno dorado’, última novela de Valle-Inclán de la que hice la adaptación y la puesta en escena. Este fue un trabajo gigantesco del que me siento muy orgulloso.


¿Cuál es su forma habitual de diversión, por decirlo así?

Quizá por mi condición aragonesa, la utilización de la ironía es una constante en mi caso. Trabajar es una de mis diversiones favoritas. Escucho mucha música clásica y trabajo con ella. Me gusta mucho el viaje como mecanismo de conocimiento y aprendizaje. El cine me interesa mucho y alguna vez me divierte. Una forma de diversión que cultivo desde mis años de universidad es la conversación.


Vive fuera de su ciudad, Zaragoza, desde hace años. ¿Cómo la ve?

Vuelvo a Zaragoza de vez en cuando por razones familiares y médicas: mi cardiólogo, Alfonso del Río, es un compañero de colegio y de facultad. También me reúno con viejos amigos de la universidad con los que hice teatro, en ese territorio que me es familiar y casi privado como Casa Emilio. Aprovecho casi siempre para darme un paseo por la Zaragoza de mi niñez y juventud, llegar junto al río, subir por Conde de Aranda, donde nací, etc. La ciudad ha cambiado mucho.


¿Cómo valora la vida teatral de Zaragoza?

Creo que no descubro nada si digo que es muy inferior al de sus homólogas europeas en cuanto al número de habitantes y ubicación. El trabajo que he seguido más es el del Teatro de la Estación. Me parece que están haciendo un trabajo de enorme tesón y de encomiable resistencia en la situación actual.


¿Cuál sería el menú de un día perfecto? 

Levantarme sin prisa. Salir a ver las cosas que admiro, en Venecia, en Luxor o en Estambul, solo o en buena compañía, lo que no es fácil. Comer en un sitio agradable y solvente, lo que no quiere decir que sea caro. Reunirme con gente que me transmita vitalidad y conocimiento. Asistir a un espectáculo de teatro, de ópera, de ballet o a un concierto interesante. Cenar con buenos amigos y hablar. Todo esto sin prisas. Trabajar en lo que quiero medio día o un día entero sería igualmente placentero.


¿Cómo fue tu primera vez?

La primera vez que salí solo de noche. Unos amigos mayores que yo vinieron a hablar con mi padre, que autorizó mi salida: tenía quince años. Fue para ir al Teatro Principal a ver ‘Un soñador para un pueblo’ de Buero Vallejo.


¿Por qué le ha dedicado casi media vida a Valle-Inclán?

Sentí siendo casi un niño un gusto por Valle-Inclán. Siendo casi un niño leí ‘La adoración de los reyes’, un cuento de ‘Jardín umbrío’. Poco después leí las ‘Sonatas’ casi a hurtadillas, en la Biblioteca Municipal de Zaragoza. Mi montaje de los esperpentos en 1964 fue la consolidación. Valle-Inclán es un escritor sorprendente, tanto en la literatura dramática como en la novela o la poesía. En un rapto de cierta enajenación decidí hacer una biografía cronológica que desembocó en cuatro tomos y un total de dos mil quinientas páginas. La condición humana e intelectual del escritor acabó por apasionarme.


¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?

Estando en México, trabajando en ‘El trueno dorado’, me vi superado por el estrés. Algo de lo que siempre hay que defenderse. Una noche, la del día de descanso, sentí un sueño enorme. Cuando me levanté por la mañana hablaba raro. Total, me vio el neurólogo y diagnosticó un microinfarto. Me hicieron pruebas sin fin, todas salieron bien. Cinco días en el hospital y recomendaciones de tranquilidad. Dos días después estaba nuevamente ensayando: el teatro no espera. Eso fue un susto pero no tuve tiempo ni de asumirlo. Una vez más el trabajo fue la mejor terapia.