Muere Javier Tomeo a los 80 años

Adiós a "un aragonés de la diáspora" que siguió escribiendo hasta el final

En los 46 años que separan su primera y su última novela, ha sido uno de los escritores más singulares, perturbadores y fascinantes de las últimas décadas.

Javier Tomeo
Un licenciado en Derecho y diplomado en Criminología que nunca ejerció
EFE

Javier Tomeo, fallecido este sábado en Barcelona a los 80 años, ha sido uno de los escritores más singulares, perturbadores y fascinantes de las últimas décadas. En los 46 años que separan su primera novela, ‘El cazador’ (1967), de ‘Constructores de monstruos’, que la editorial Alpha Decay publicó unas pocas semanas antes de su fallecimiento, el narrador oscense construyó un universo que, según el crítico Rafael Conte, "viene del mundo de las pesadillas, de lo fantástico y lo onírico, recuerda en suave –y subrepticio– a Kafka, a Buñuel, al surrealismo, a Charlot, a Buster Keaton o al gran Ramón Gómez de la Serna".


Tomeo, que estudió Derecho y Criminología y alguna vez se definió como "un aragonés de la diáspora", era un escritor que prefería la alegoría al realismo, la intuición poética y humorística a la reflexión intelectual. Ocupaba una posición extrañamente periférica, difícil de encajar en la literatura española contemporánea. Comenzó a publicar sus grandes novelas a finales de los años setenta y, aunque en España ya tenía prestigio y admiradores, obtuvo sus primeros grandes éxitos con las adaptaciones teatrales de sus obras, primero en el extranjero y después en nuestro país.


Javier Tomeo deja unos cuantos libros inolvidables, como las novelas ‘El castillo de la carta cifrada’ (Anagrama, 1979), ‘Amado monstruo’ (Anagrama, 1985), ‘El cazador de leones’ (Anagrama, 1989) o ‘El crimen del cine Oriente’ (Plaza y Janés, 1995) o las colecciones de relatos ‘Historias mínimas’ y ‘Bestiario’, que publicó Mondadori en 1988 y están recogidas, junto con otras obras, en ‘Cuentos completos’ (Páginas de Espuma, 2012).


En esos y en otros libros Javier Tomeo construyó parábolas breves, certeras y siniestras sobre lo monstruoso y la incomunicación. Sus libros están llenos de personajes con taras físicas, de humanos que poseen cualidades animales y de animales que tienen anhelos humanos: son siempre seres incompletos. Abundan los diálogos y los monólogos, pero muchas veces parece que la interlocución es imposible. Con una exactitud admirable, una capacidad singular para la alusión y la paradoja, y un potente sentido del humor y del absurdo –que José Carlos Mainer emparentó con Kafka y Camus y que a veces parece, en una de esas mezclas inverosímiles que pueblan la literatura del autor de ‘La ciudad de las palomas’, un cruce entre el existencialismo y La Codorniz–, Javier Tomeo supo retratar la sensación de inadecuación, la soledad y los miedos atávicos. Aunque parecía el menos cartesiano de los escritores, muchas veces sus personajes operaban con una duda metódica: en algunas de sus obras, la realidad es una cuestión discutible, engañosa y en el fondo amenazadora.


Como la mayoría de los grandes creadores, Javier Tomeo era un autor con relativamente pocos temas. Sus libros son escaramuzas; nuevas aproximaciones a la soledad, la deformidad, las pulsiones instintivas. Pero también tenía una gran capacidad de acercarse a esos asuntos desde distintos ángulos, y de incorporar nuevas estéticas a su mundo: una novela basada en hechos reales como ‘El crimen del cine Oriente’ es uno de sus libros más logrados, y convirtió las enfermedades de la visión en una metáfora de la condición humana. Reformulaba las tradiciones góticas, los cuentos de hadas, la literatura de la antigüedad y los clichés. Reconocía la influencia de Freud en sus libros y decía que era "un escritor del ello". No le interesaban las polémicas intelectuales, pero te sorprendía con su erudición sobre cuestiones antropológicas y naturales, y sobre decenas de saberes un poco excéntricos. Tomeo, que siguió escribiendo y pensando proyectos hasta el final, era una fábrica de anécdotas, y sorprendía a sus amigos con sus asociaciones mentales, disparatadas pero a menudo brillantísimas. Con su aspecto hosco y a menudo ensimismado, a uno le podría llevar un tiempo detectar cierta ingenuidad y el deseo de ternura y afecto que eran dos de sus características esenciales, pero descubría al instante que tenía algo claramente genial.


Como casi todos los grandes creadores, era también un escritor profundamente autobiográfico: los temas de los que escribía eran sus obsesiones íntimas, y su literatura es tan poderosa porque sabía explorar unos miedos y unas deficiencias universales de una manera que no era reflexiva sino intuitiva, apoyada en la precisión: tanto para el fogonazo del humor como para la intuición poética. Tomeo era un escritor infatigable, un gruñón que disfrutaba a su manera de la vida, y es una desgracia que no vaya a escribir más libros ni tomar unas cervezas en una terraza, mirando pasar a la gente mientras cae la tarde. Cuando uno termina de leer una de sus obras no vuelve exactamente al mismo lugar al que estaba antes de empezarlo: en su forma de ver el mundo hay algo de la mirada de Tomeo.



Daniel Gascón, escritor y traductor, hizo la edición y el prólogo de sus ‘Cuentos completos’ (Páginas de Espuma, 2012).