Tenía 80 años
Muere en Barcelona el escritor Javier Tomeo
El escritor y dramaturgo aragonés murió en el hospital Sagrado Corazón de Barcelona, donde estaba ingresado desde el 21 de mayo.
Ha fallecido el escritor y dramaturgo Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932-Barcelona, 2013) en Barcelona, la ciudad a la que llegó procedente de Huesca. Allí desarrolló una intensa carrera literaria marcada por un oscuro trabajo de formación en la traducción, en la redacción de novelas del oeste y policíacas con seudónimo, y en la elaboración de monografías y enciclopedias. En 1967, con ese intenso bagaje de fondo, publicó ‘El cazador’ (1967), la historia de un hombre que no sale de su habitación. Poco después apareció ‘Ceguera al azul’, y en 1971 ganó el Premio de Novela con ‘El unicornio’, un libro de atmósfera teatral que perfilaba sus características habituales: la imposibilidad, el aislamiento, la incomunicación, la soledad, la sinrazón y el absurdo.
A Tomeo empezaron a compararlo con Kafka y él diría, con su habitual sentido del humor, que hubo de leer al escritor checo para saber quien copiaba a quien. No paró de escribir y de desarrollar una poética muy personal, infrecuente en las letras españolas: una vía surrealista y de humor negro, personajes con diversas patologías y amputaciones y una atmósfera casi claustrofóbica, que se revelaría con el paso del tiempo muy teatral. ‘El castillo de la carta cifrada’ y ‘Amado monstruo’ son dos libros claves en su trayectoria. Traducido a diversas lenguas europeas, suscitarán un gran interés en Alemania y Francia, y algunas de sus obras, las ya citadas y ‘El cazador de leones’, entre otras, serán trasladadas a la escena. ‘Amado monstruo’, por poner un ejemplo, sería llevaba a las tablas por Jean Jacques Preau en Francia y en el Teatro Principal de Zaragoza.
Javier Tomeo no ha parado de escribir nunca. Solía publicar un libro al año, fue durante años un escritor fundamental de la escudería Anagrama y reveló otra de sus características: le apasionaban los ‘bestiarios’, las ‘historias mínimas’, un anticipo de un género en boga como los microcuentos, y continuaría publicando novelas más bien breves y de claro contenido ejemplar e irónico, tamizado siempre por el humor negro, la sátira, la crítica más o menos velada: ‘La ciudad de las palomas’, ‘El gallitigre’, ‘El discutido testamento de Gastón de Puyparlier’, ‘Napoleón VII’ o ‘La muñeca hinchable’, entre otros títulos.
Publicó en varios sellos aragoneses como Mira, Xordica o Prames, entre otros, y Páginas de Espuma, en edición de Daniel Gascón, publicó sus ‘Cuentos completos’ en 2012 y preparaba la edición de sus microrrelatos. Él mismo ha resumido así para HERALDO sus constantes: “Yo más que una narración convencional, escribo situaciones dramáticas prolongadas con una serie de automatismos que tienen mucho que ver con la intuición y con una cierta deformación grotesca de la realidad. Con todo, creo que aquí están mis temas: el amor, y el sexo especialmente, la incomunicación, el egoísmo, la soledad, el miedo a la muerte...”.
Su último libro está fresco: ‘Constructores de monstruos’ (Alpha Decay, 2013), un tema que le obsesionaba: su literatura está llena de anomalías, de visiones, de crítica mordaz de la sociedad de su tiempo, de paradojas y de un humor desconcertante, pero además el libro es un juego audaz en torno a los procedimientos de la ficción. Como Buñuel o Goya, tenía la facultad de darle la vuelta a las cosas constantemente con lucidez y una intuición especial. Era original, desconcertante e imprevisible. Y sus raíces se anclaban también en los clásicos griegos y latinos.
Javier Tomeo había sido pregonero de las Fiestas del Pilar, Medalla de Oro de Zaragoza, que lo propuso en 1999 como candidato al premio Nobel de literatura, y fue Premio Aragón de las Artes y las Letras. Querido y admirado, con lectores por doquier, solía decir: “yo he sido y sigo siendo un escritor minoritario. Un escritor de parábolas al margen del neorrealismo, de la novela social y de la Guerra Civil”. No obstante, quiso demostrar que era capaz de hacer novela realista y lo hizo muy bien en ‘El crimen del cine Oriente’, que llevó al cine Pedro Costa.