Cine

Alfredo Landa por sí mismo

El actor publica en 2008, en Aguilar, sus memorias en colaboración con Marcos Ordóñez.

'Alfredo el Grande. Vida de un cómico. Landa lo cuenta todo'
Alfredo Landa por sí mismo

Alfredo Landa (1933-2013), publicó sus memorias bajo el título ‘Alfredo el Grande. Vida de un cómico. Landa lo cuenta todo’ (Aguilar, 2008). Las escribió ese gran periodista y escritor que es Marcos Ordóñez (autor de excelentes libros de ficción y de ensayo, casi de nuevo periodismo, sobre el Café Gijón o Ava Gardner en España). Es un libro minucioso donde Landa se revela como un hombre visceral, ferozmente sincero, aborda todos los temas y no duda en descalificar algunas de las películas que ha hecho. Es crítico con algunos compañeros. 


Habla mucho sobre el oficio de actor. Dice: “Yo me he hinchado de llevar películas sobre los hombros, ¿eh? Películas en las que el guión era un desastre, y había que hacerlas, había que sacar aquello adelante como fuera. Mucha porquería he hecho yo, intentando dar lo mejor en cada toma, y también he hecho cosas que son la leche de buenas. Y he tenido reconocimiento, un reconocimiento impresionante, no me quejo, tampoco es por eso, no. Yo no estoy amargado, no te lo creas. Pienso que casi todo es un asco, que este país no tiene solución, que la tele no puedes ni verla, que toda esa basura habría que prohibirla por decreto, pero sigo encantado de la vida porque he tenido y tengo una vida maravillosa”. Todo un autorretrato con paradojas.


“Toda mi vida ha sido un reto detrás de otro”, dice. Confiesa se devoción por Gary Cooper, Cary Grant, Jack Lemmon, Walter Matthau y Charles Laughton (“otro genio, otro monstruo en estado de gracia. Con aquel físico imposible, rarísimo”), entre otros. Y con ellos, Marlon Brando y Spencer Tracy. Asegura que ‘Qué bello es vivir’ es “la película de mi vida, mi predilecta. Y uno de mis lemas, quizá el fundamental”


Landa repasa su carrera, sus inicios, su llegada a Madrid, sus inseguridades (por ejemplo, tras ver el copión de ‘La niña de luto’ le dice a Manolo Summers que se va a Madrid, que está horrible), sus primeros pasos en el teatro, sus años de pensiones o con habitación de alquiler en casa de Concha Leza y Luis Arana, donde también vivía Elías Querejeta y su compañera Maiki Marín, y él tenía que dormir en la cama plegada del salón.


Narra sus estancias en el café Gijón y su obsesión por “llegar a ser alguien”. Habla de su encuentro con Miguel Mihura y de la adquisición de una Vespa, y de su debut con José María Forqué en ‘Atraco a las tres’. Volvió a casa y su mujer, Maite, le preguntó qué le habían hecho: “Nada, hija, el mundo del cine. Me han teñido de rubio, me han llamado bajito, me han dicho que ponga cara de susto, que mira para acá y que mire para allá y que mañana a la misma hora. Pagarán bien, pero a mí me va más el teatro, qué quieres que te diga”.


Encuentra las contradicciones de carácter de García Berlanga (que se las hizo pasar canutas en Sos del Rey Católico; un paisano le recuerda que le hizo subir 41 veces “un montico” para una toma) o del propio Fernando Fernán Gómez, al que quería mucho, se le atraganta con el paso del tiempo Pilar Miró, muy sibilina, y tiene palabras muy cariñosas hacia José Sacristán, Pepe Isbert, Manolo Summers (otro enamorado de Pilar Miró, como Álvaro de Luna, a quien plantó ella poco antes de casarse, o Mario Camus...), José Luis Cuerda o Antonio Ferrandis, que le ayudó mucho y le invitaba a comer croquetas en su camerino cuando trabajaban juntos en el teatro.


Habla de casi todas las películas, explica su complicidad, enemistad y reconciliación con Garci (ahí tuvo mucho que ver Luis Alegre y su doble entrevista en ‘El reservado’ de Aragón TV). Dice por ejemplo: “Garci me ha dado siempre las pautas precisas para frenar mi tendencia al exceso, cuando la mayoría de directores me pedían o me exigían lo contrario. Una de sus expresiones habituales a la hora de dirigirme era ‘Bájalo, bájalo’. Y yo lo bajaba, claro, porque confiaba en él”.


Cuenta un sinfín de detalles, a veces con una sinceridad abrumadora. Una de las anécdotas más graciosas alude a Manolo Gómez Bur: salía a escena con una gallina, Concha Velasco le daba la réplica, y cuando iba a hablar, para robarle el plano y la voz, le clavaba una aguja a la gallina que cacareaba; luego en su parlamento él estaba graciosísimo y recibía el aplauso del público... Otro recuerdo, más dramático, tiene que ver con ‘Tristeza de amor’, la serie de televisión que escribió Eduardo Mallorquí, hijo de José Mallorquí, autor de ‘El Coyote’, que se acabó suicidando por una historia de amor, igual que el músico de la película, Hilario Camacho.Los dos vivían en el mismo barrio, en Chamberí. Y los dos se matan, fíjate, a la misma edad: a los 58 años”, recuerda Landa.


Uno de los capítulos más curiosos describe “la guerra con Imperio Argentina en ‘Tata mía’ de José Luis Borau”, es demoledor en sus juicios y concluye que “todos teníamos que bailar a su son”. A propósito de ‘El bosque animado’, donde es muy importante otro aragonés como Eduardo Ducay, resume: “Rodaje fantástico, compañeros estupendos, entendimiento casi sobrenatural con José Luis Cuerda, al que le salió una película toda por la gracia del cielo”.


Otra anécdota aragonesa: se encerró en Calatayud, en el Hostal Rogelio de Calatayud, a preparar ‘Nobleza baturra’. Participó en ‘La marrana’, de su admirado Cuerda y “rodamos en Aragón, Vera de Moncayo, y el monasterio de Veruela”. Habla muy bien de las mujeres, Concha Velasco, Irán Eory, Mónica Randall, etc., o cuenta cómo Ingrid Thulin, actriz de Bergman o de Visconti, “se encaprichó de mí”, aunque no pasaron a mayores. Concluye con humor: “Anda que he perseguido suecas en las películas y aquí es justo al revés, qué curioso y esta sí que es sueca de verdad”.