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"La literatura es un medio y un fin que ayuda a mejorar el periodismo"

El escritor y periodista Antón Castro acaba de publicar ?El niño, el viento y el miedo? (Nalvay), un regreso a su infancia ilustrado por Javi Hernández.

En su nuevo libro habla del viento y el miedo...

Hablo de una niñez en una aldea española, gallega en mi caso, entre 1964 y 1968, que es la mía, donde el viento entre los pinos parecía un acordeón melancólico, y el miedo estaba en todas partes: en los caminos oscuros, en los bosques, en tu propia casa. Allí los vecinos se reunían a contar historias que me impresionaban: historias de brujas, de vampiros, de animales, de supersticiones.


¿Y cómo lleva lo de vivir en la ciudad del cierzo?

Vivo en Zaragoza desde el verano de 1978 (también he vivido en Camarena de la Sierra, Urrea de Gaén, Cantavieja y La Iglesuela del Cid) y siento que es mi ciudad. Me gusta, me reconozco en ella, la disfruto y la redescubro cada día con una fascinación que no cesa. Y el cierzo me encanta: me asusta, me estremece, entiendo que puede enloquecer a la gente pero me parece una presencia tan decisiva en Zaragoza que para mí es como si tuviera vida autónoma, y fuera uno de los personajes legendarios de la ciudad.


¿Dónde se encuentra Baladouro, el pueblo que menciona en 'El niño, el viento y el miedo'?

Baladouro es un lugar imaginario que se halla entre Santa Mariña de Lañas, Barrañán y Arteixo, lugares del mapa muy vinculados al origen de Inditex y a la figura de Arsenio Iglesias. Baladouro quiere decir valle de oro y es como mi Macondo particular: de niño, cerca de mi casa, había un monte que se llamaba el Monte das Croas y decían que a sus pies salían de cuando en cuando gallinas que ponían huevos de oro. De vez en cuando la gente los encontraba y se volvía secretamente rica. Y a la vez había unas enigmáticas minas de wolframio. De todo ello, y de la necesidad de moverme a mis anchas por los pantanos de la imaginación, nació Baladouro.


Con esta publicación regresa a la literatura infantil, a su infancia...

Sí. Este es un libro que habla del instante y del lugar en que nacen los cuentos. Mis primeros cuentos, eso sí, con un matiz: yo entonces no sabía que eran o que podían ser cuentos. Los vivía como si fueran la única vida posible. Así fue mi infancia. Así la vivía yo, con ese embrujo, con ese miedo y con esos personajes que lo daban casi todo por una buena historia. La literatura infantil me gusta mucho. Soy consumidor compulsivo de cuentos y de álbumes ilustrados.


¿En qué género literario se encuentra más cómodo?

Lo que más me gusta es tener una historia que contar y hacerlo con todo el despojo posible. La conquista del estilo es también la conquista de la sencillez y de la claridad. Y a la vez con toda la poesía aconsejable. La poesía está en mis textos como una corriente subterránea, un leve temblor o una amable corriente de aire.


¿Qué le aporta el periodismo como escritor?

El periodismo me lo ha dado todo. Y me ha enseñado la precisión, la economía expresiva, la riqueza y los matices de la vida. El periodismo me ha enseñado a respetar a todo el mundo y a comprender que nada es blanco o negro, que la escritura consiste en explicar con transparencia la complejidad de matices. El periodismo es una escuela decisiva de conocimiento y emoción: he aprendido que las mejores historias, las más inverosímiles y hondas son las de la realidad.


¿Y la literatura como periodista?

La literatura es un campo de pruebas maravilloso, es un medio y un fin, que ayuda a mejorar el periodismo. En ese camino, en el fondo y a diario, estamos casi todos. Nuestra obligación es, siendo escrupulosos con los hechos y todo lo imaginativos con los métodos, dar lo mejor de nosotros mismos. El lector siempre lo percibe.


En su obra habla de fútbol, otra de sus grandes pasiones...

El deporte que más me emociona es el atletismo. Pero el fútbol lo he vivido desde niño. Esa pasión nació en mí cuando vi jugar al Peñarol de Lañas, compuesto por los gremios del pueblo. Los miraba desde una finca y creo que aquellos partidos eran como la primera película asombrosa de los domingos de la infancia. Mi jugador favorito era Boedo: lo llamaban 'el bombardero patizambo'. Tiraba las faltas con una fuerza increíble: era nuestro Puskas antes de saber yo bien quién era o había sido Pancho Puskas.


Además de su intensa labor periodística publica una media de dos libros al año ¿Cómo llega a todo?

Tengo la sensación de que no llego a nada. Es tan fascinante y plural la realidad que siempre te sobrepasa.


'El niño, el viento y el miedo' está dedicado a sus cinco hijos y a Ignacio Sanz...

Es como devolverles a ellos una infancia de la que les he hablado veces y veces. Imagino que algunas de estas historias serán como pesadillas ya para ellos, como las narraciones del abuelo Cebolleta. Y se la dedico a Ignacio Sanz porque en el verano de 2006 me invitó a participar en el Festival de Narración Oral de Segovia: me planté allí, ante 350 personas, y les conté de memoria todo lo que cuento aquí. Pocos, muy pocos, se dieron cuenta de que estaba muerto de miedo y de que me temblaban las piernas. Hablé sin micrófono. Eso sí, Ignacio Sanz me dijo que algunas parejas le habían dicho algunos días después que aquella noche habían hecho el amor en gallego. Mejor recompensa no puede tener un escritor ni un contador de historias.


¿Cómo ha conseguido que un argentino como Javier Hernández ilustre los textos de un gallego?

Soy inocente. Aunque soy muy feliz. Conocía a Javier, había ilustrado la portada de ‘Artes & Letras’, había leído su libro ‘Haberlas haylas’... Posee un hermoso y evocador trazo que se ajusta muy bien al espíritu del libro. Él ha creado su propio mundo, y creo que uno de los elementos fundamentales de este libro es la fuerza de su trabajo, su calidez, esa mezcla de fuerza y suavidad, la capacidad de sugerir, la impregnación sutil de melancolía. Sinceramente, me siento muy afortunado y muy agradecido, también, a la editorial Nalvay.