Esopo por dentro

Escritas hace dos mil quinientos años, las fábulas de Esopo constituyen uno de los fondos permanentes de nuestra cultura. Y proporcionan materia de reflexión práctica y a la vez profunda sobre muchos aspectos de la existencia humana.

La visión que de las pasiones humanas dan las Fábulas sigue siendo útil.
La visión que de las pasiones humanas dan las Fábulas sigue siendo útil.
HERALDO

Llevo unas cuantas semanas releyendo con gusto las fábulas de Esopo. Las tomo en pequeñas dosis, dependiendo del tiempo disponible. Me sirven de inspiración y entretenimiento. No tienen desperdicio. Algunas son muy conocidas. Se han hecho parte de nuestra memoria colectiva y se han emancipado de su autor. Están incorporadas al acervo popular sin que seamos conscientes de que fueron obra de este griego, unos cinco siglos antes de Cristo. Todas tienen enjundia para provocar y dejarlo a uno pensando un rato. La brevedad de los textos y la precisión de las ideas suelen contribuir a dar en la diana. Los temas tratados repasan asuntos esenciales de lo humano. Se corresponden con personajes e imágenes que forman parte de nuestro imaginario social o, mejor dicho, de ese conjunto de ideas compartidas con la civilización grecolatina donde se arraiga lo que somos. Las fábulas repiten la estructura narrativa sin hacerse pesadas. Un título anticipando, una historia corta o incluso cortísima, que puede ir tejida sobre un diálogo, y un final donde se remata la enseñanza moral que se quiere transmitir. Ni fueron ni son un tratado doctrinario, ni se ha de buscar una aspiración especulativa en ellas para alcanzar las nubes; al contrario, facilitan metáforas para pensar la vida cotidiana, poner los pies en el suelo y sacar provecho de ello.

Tienen una clara vocación pragmática. Incluso aportan sentido a nuestra cotidianeidad, en un cosmos alejado de aquella naturaleza, de la vida en el campo y de los tiempos del mundo agrícola que se mencionan, pero con elementos y personajes que siguen resonando. Aunque algunas de las referencias quedan completamente alejadas -pues ni Zeus ni Hércules ni el Olimpo están cerca de nuestra mentalidad-, su visión de las pasiones humanas, de la maldad y la bondad de los actos, los consejos sobre el devenir de los días siguen siendo útiles. Y ese eco se debe a la facilidad con la que da en la diana.

No sé decir cuáles son las mejores. Me cuesta renunciar y no repetir una tras otra. Empatizo con la antropología subyacente. Como la que se deduce de la fábula ‘El caballo, el buey, el perro y el hombre’. Se remonta al origen de la especie humana de un modo más que sugerente: "Cuando Zeus creó al hombre, le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella. Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo. Le dijo el hombre que solo lo haría con una condición: que le cediera una parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó. Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir el mal tiempo. Le contestó el hombre lo mismo: que lo admitiría si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una parte y quedó admitido. Por fin, llegó el perro, muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio. Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados". Y una vez descrito el argumento, llega el momento de culminar. En esta ocasión, dibujando un cuadro que se entiende mejor cuanto más se ha vivido y dice: "Describe esta fábula las etapas del hombre: inocente niñez, vigorosa juventud, poderosa madurez y sensible vejez".

Algo que tiene su gracia acentuada si se combina con la lectura de la fábula ‘Zeus y los hombres’. El gran dios del Olimpo es uno de los personajes más habituales. Y aquí cuenta como "Zeus, después de modelar a los hombres, encargó a Hermes que les distribuyera la inteligencia", para rematar sabiamente diciendo: "No es la apariencia de grandeza lo que confiere grandeza, es lo que está por dentro y no se aparenta lo que nos hace ser lo que realmente somos".

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza