Trampas del destino

José María Conget vuelve a la Zaragoza de los 70 en ‘El mirlo burlón’.

José María Conget en una foto de archivo, en la librería Los Portadores de Sueños
José María Conget en una foto de archivo, en la librería Los Portadores de Sueños
Esther Casas /Heraldo

José María Conget, Premio de las Letras Aragonesas en 2007, es el escritor aragonés más cosmopolita. La docencia y la gestión cultural le han llevado a residir en sitios como Glasgow, Londres, Lima, Nueva York, París y Sevilla, ciudades que se han acomodado en sus novelas y libros de relatos con toda naturalidad, con la cercanía del residente, pero la protagonista absoluta de su último trabajo es Zaragoza, su ciudad natal, de cuyo tufo franquista escapó en cuanto tuvo edad para largarse y a la que vuelve en visitas esporádicas que habrán de dejarle una imagen similar a la que siente uno de sus protagonistas para quien "salvo las del centro, todas las calles de Zaragoza le eran ahora desconocidas".

En ‘El mirlo burlón’ cinco personajes se han citado en la Zaragoza del siglo XXI para reencontrarse con lo que fueron, vivieron y sintieron a mediados de los años 70 en esa misma ciudad, justo cuando Franco agonizaba y un futuro en libertad estaba por escribir, por empujar y por celebrar.

Atmósfera de Zaragoza de los 70

En aquella ciudad de galones y sotanas, de universitarios maoístas y teatreros de vanguardia, los cinco coincidieron en un seminario de Filosofía a través del cual celebraron la amistad, canalizaron sus ansias de expresarse, debatieron, discutieron, soñaron, se hicieron adultos entre vagas certezas y clarísimas confusiones.

En el centro, Rafael, el profesor, el jesuita progresista que aireó sus cabezas, el catalizador de sus inquietudes, y entrando como un vendaval, Alicia, mitad española mitad inglesa, hija de un exiliado, llegada del centro mismo de la democracia y la libertad hasta una España pacata y hostil que acumulaba cuarenta años de dictadura y caspa. Alrededor de ellos gravitarán Ismael, Patricio y Juanjo como planetas que buscan la órbita de sus vidas y a la vez asisten a la peligrosa atracción de los cuerpos celestes.

Conget hila magistralmente el ayer y el hoy, que van alternándose en las páginas del libro, como se alterna la mirada del entusiasmo y la del desencanto, la reflexión filosófica y el episodio divertido, la compasión y la ironía. Es fácil identificarse con todos sus personajes porque en cada uno de ellos podemos ver pinceladas de nuestras propias vidas y en particular de los años de juventud y de lo que fuimos adquiriendo o dejando camino de la madurez.

No hay vida que no arrastre tras de sí una cierta melancolía y esta novela lo advierte desde el título, tomado de una popular canción francesa, ‘Les temps de cerisses’: "Cuando lleguemos al tiempo de las cerezas, / el alegre ruiseñor y el mirlo burlón / se pondrán de fiesta".

Todo fue cambiando bajo la mirada burlona, pero nunca cruel ni sarcástica, de este pájaro observador. La ciudad cambió, en muchos sentidos se hizo irreconocible, aunque las esencias se mantuvieran desde ese faro espiritual que el autor define como "el pomposo armario donde venera Zaragoza su más dilecta superstición". Ellos también cambiaron y no siempre en el sentido que en su juventud soñaban; tampoco las personas pueden rehabilitarse, reciclarse y reinventarse a base de planes urbanísticos, como mucho pueden adaptarse a los nuevos tiempos y, con suerte, hacerlo sin traicionar demasiado al corazón.

La maestría del narrador

Cambió la sociedad, aunque en algunos casos notorios el cambio fuera solo de chaqueta, lo que al exiliado padre de Alicia le haría comentar que "el tiempo de los falsarios ha sustituido al de los criminales, no sé qué es más repugnante". Lo que no cambia es la maestría de José María Conget para contarlo todo, lo que ocurra en las calles de París, en las de Nueva York o en las de Zaragoza, ya tenga que ver con la cultura más refinada o con ese mundo pop de películas, canciones y tebeos que al autor tanto apasiona. Con precisión y fluidez, con personajes de carne y hueso, con respeto y exigencia al lector, nos ayuda a entender mejor el tiempo que nos tocó vivir.

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