Josep Soler: "Digo la verdad y no me cree nadie"

Josep Soler, músico, teórico musical y poeta, publica su poesía y teatro y varios textos más en "En el árbol del Dios doliente".

Josep Soler, de 83 años, es un gran músico del siglo XX y XXI de Cataluña y España.
Josep Soler, de 83 años, es un gran músico del siglo XX y XXI de Cataluña y España.
Guillermo Mestre

"Para mí Josep Soler (Villafranca del Panadés, Barcelona, 1935) es una contradicción profesional. Es un musicólogo, un místico, un poeta y es un compositor. Llevo 25 años a su lado y no hay nada que me asuste. Es un señor solitario que ha bebido de todas las fuentes posibles del saber, pero no ha tenido ninguna etiqueta. En la música y en la lírica ha sacado "toda la emoción, la inteligencia y la creatividad", dice Joan Pere Gil Bonfill, prologuista y editor de ‘En el árbol del dios doliente’, que publica el sello zaragozano Libros del Innombrable, de 808 páginas. Josep Soler, Premio Nacional de Música en 2009, explica su vida y su obra.

¿En la música dónde estás usted?

No estoy en ningún sitio. Siempre digo que grandes figuras de la música solo he conocido solo dos: Victoria de los Ángeles y Montserrat Torrent, amiga de toda la vida. Y a Victoria, que tiene una voz que es una maravilla, le decía: «Siempre que oigo ‘La bohème’ recuerdo que en una escena le preguntan a un personaje, “¿y usted quién es?”. Y responde: “Yo soy un poeta”. Agrega: “Escribo”. Eso es la clave". Y eso es todo, también para mí. Escribo.

¿Ese sería su autorretrato?

Sí claro. No sé si soy un poeta, pero que escribo sí. Podría decir que soy medio poeta, medio músico, que soy el tonto de la familia, el último de la clase, que sé yo. O fabricante de harina, como mi padre. ¡Y qué más...!

¿Es más músico o poeta?

No se puede separar.

Cuando se inclinó a la creación, ¿quién le alumbró el camino?

Nadie.

¿Solo sus intuiciones, entonces?

Para la música fueron los discos de la casa de mi abuelo, la pianola de la casa de la abuela. Allí conocí y oí a Wagner, ‘El aprendiz de brujo’ de Paul Dukas. En mi casa les gustaba la música, y tenían dos butacas de audición.

¿Y cómo se le iba imponiendo...?

No se me imponía nada.

Hombre, usted abriría los ojos y las orejas y se iba impregnando de sonidos, de curiosidad, ¿no?

No. Sí, me gustaba mucho el cine. Sobre todo la película que es la película de las películas: ‘Metrópolis’ de Fritz Lang.

¿Cómo llegó a la música?

Perdone, pero es que no llego a ningún sitio. Ja, ja, ja.

¿Cuándo descubrió a Alban Berg y a Arnold Schöenberg, de los que tanto ha hablado y escrito?

Porque en los años 40 y 50 compré sus libros, empezó a haber grabaciones en long play de ‘La noche transfigurada’ de Schöenbrertg y de ‘Lulú’ de Berg. Siento, sí, que somos hermanos: de Alban Berg, Webern y de Schöenberg.

¿Pero no de Shostakóvich? No sé si conoce la novela donde hablan de las persecuciones de Stalin…

No. Todos hemos tenido persecuciones. Yo las he tenido de las monjas de mi pueblo. Y de los jesuitas en Barcelona. Bueno, hubo una época que ‘La edad de oro’ y ‘La nariz’ de Shostakóvich me interesaron mucho. Mire, yo iba a ver ópera al Liceo con mi abuela, Ramona Sardá, y ella me daba allí de merendar. Tocaba el piano. Yo no he tenido relación con el Conservatorio del Liceo.

O sea, es autodidacta absoluto.

No me he formado en ningún sitio. He sido autodidacta total. En el 60 fui a hablar con René Leibovitz, uno de los grandes teóricos, de Schöenberg y compañía. Estuvimos dos días, no nos entendimos. Cuando volví a Barcelona fui a trabajar con Cristófol Taltafull, hasta 1964, en que murió, era discípulo de Max Reger. Ya ve que soy muy mal entrevistado. Perdone, una entrevista conmigo es mal asunto. Yo no tengo nada que decir ni nada que hacer.

Vamos a intentarlo, y usted contesta lo que quiera. ¿Recuerda cuándo empezó a componer, por qué lo hizo?

¿Por qué respira, usted?

Porque es una condición natural para existir.

Usted se ha contestado. Yo no. Esa es mi respuesta. Siempre he compuesto. Lo llevo dentro. Desde que tengo uso de razón he escrito notas de música. Y escribir letras, y pensar, pensar, pensar, que es la más peligrosa de las ocupaciones, creo que también lo he hecho siempre. La frase no es mía: es de Hegel, la dijo en su último día de clase. Yo también la dije en mi último día de clase en el Conservatorio: «Señores, ¡cuidado!". Han tenido mucho cuidado algunos de ellos. Han hecho una gran carrera y mucho dinero.

¿Por qué eligió la ópera como forma primordial de expresión? Ha hecho 17.

Sí, 17 óperas, y ópera de cámara. Es verdad que la ópera me ha interesado muchísimo, pero he escrito nueve o diez cuartetos de cuerda; 14 sonatas para piano, una gran cantidad de música para órgano, para piano, para canto y piano, oratorios, y he acabado de escribir hace poco, ‘Jesús de Nazareth’, que debe durar más o menos unas 20 horas. Aparte de esto, he trabajado con mi padre en Villafranca del Penedés, iba cada día a trabajar en la harinera. Hice el servicio militar en África en 1956; perdí dos años.

¿Qué le pasó en África?

Compré la voluntad de un capitán simpático y me convertí en su asistente.

Y ¿cuál era su cometido?

Nada. Vivía en el Gran Hotel Atlante de Ceuta. El servicio militar no me sirvió para nada, pero había una librería que vendía libros prohibidos por la censura, por ejemplo, el segundo volumen de ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust; descubrí las ‘Variaciones Goldberg’ de Bach, grabadas por Glenn Gould. Había una tienda, Africa Records, tenían discos de contrabando.

O sea, que podemos pensar que le influyó a usted Bach.

Claro. Bach es el principio y el final de todo. Es lo más grande que ha habido. Bach técnicamente es una cosa increíble.

Dice Joan Pere Gil, su editor, que usted sería como una mezcla poética entre San Juan de la Cruz y Rilke. ¿Lo aprueba?

Ya quisiera. San Juan de la Cruz es una maravilla, y Rilke otro tanto. Son muy diferentes, por mentalidad, por época y por forma de ser, pero, bueno, es una gentileza de los dos: por haberlo dicho él y por haberlo recogido usted.

Como poeta, ¿qué le ha preocupado, cómo es su lenguaje?

Escribo. Nunca me preguntó qué escribo, qué hago o qué haré. No tengo tiempo de pensarlo.

¿No tiene tiempo?

No. El único libro que existe en castellano, original, sobre la fuga, que es la forma más compleja y más difícil de la música, la forma más, más y más, lo he hecho yo. ‘Fuga. Técnica e historia’. También he escrito un libro sobre el músico Tomás Luis de Victoria.

Me ha esquivado…

Digo la verdad y no me cree nadie. Digo lo que digo. Atiéndame bien: digo lo que está escrito.

¿Es usted un poeta místico?

El misticismo deriva del misterio, esa la raíz de la palabra. Es el misterio de algo. Quizá sí lo sea. Disculpe, sí querría hablar de algo.

Díganos.

De ‘Jesús de Nazaret’, que es la obra de una vida, la empecé en los años 60. He seguido trabajando en ella hasta hoy. No sé lo que es, al principio era una ópera, luego un oratorio escénico. No sé.

¿Qué querría hacer con una obra de 20 horas?

Por mi gusto, es mejor que se toque pero que no se represente.

¿Tiene sentido hacer algo así?

No lo sé, pero está hecha. Y casi toda bien copiada e impresa en condiciones de ser publicada. Se han tocado diversas partes por la Orquesta de Radio Berlín y la Filarmónica de Londres. Hasta ahora he conseguido que se grabasen 192 minutos en tres discos.

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