La edad del silicio

La cultura española del siglo XXI ha abandonado el olimpo para buscar plácido #acomodo en la taberna. En esta rara época de indignación sin discurso, también #se ha mercantilizado. Por eso ofrece mucho más entretenimiento que arte.

La edad del silicio impone la cultura del espectáculo, de la evasión y del culto al cuerpo.
La edad del silicio impone la cultura del espectáculo, de la evasión y del culto al cuerpo.
Krisis'18

En dos épocas ha resplandecido la cultura española con especial brillo. La primera, el Siglo de Oro (XVI y XVII), con figuras señeras desde Cervantes a Velázquez. La segunda, la llamada Edad de Plata (1868 a 1936), en la que están reunidas la generación del 98, la del 14 y la del 27. Los nombres de Machado, Sorolla, Unamuno, Ortega, Ramón y Cajal, Albéniz y García Lorca simbolizan, entre otros muchos, este prestigio. Así lo describió por primera vez José María Jover (‘Introducción a la Historia de España’, 1963) y así lo estudió el zaragozano José-Carlos Mainer en un libro que es referencia imprescindible sobre esa época y que ha popularizado su denominación académica, ‘La Edad de Plata’ (1975).

Desde que la Guerra Civil cercenó el esplendor de aquella argentífera generación de hombres y mujeres (hay que reivindicar a las ‘Sin sombrero’), España ha cambiado mucho. Sobre todo, desde la recuperación de la democracia a partir de 1978, ha ganado extraordinariamente en libertades, en desarrollo económico, en calidad de vida… A cambio, ha perdido en proyección cultural, en educación y en curiosidad intelectual. De hecho, se está convirtiendo en un erial cultural con mucha más rapidez que otros países europeos. El pensamiento y la educación son relegados por la moda y lo trivial. Vivimos días de insustancial pirotecnia sin el menor fundamento artístico.

Aunque solo Italia y China pueden competir con España en la riqueza de su patrimonio cultural y artístico, el debate intelectual ha ido perdiendo espacio de forma acelerada. El valor del espíritu se ha proscrito. Y eso se refleja en los planes educativos y en el abandono de las humanidades. La superficialidad ha sustituido a las discusiones profundas sobre las grandes ideas y los grandes #‘ismos’ artísticos y filosóficos. El debate de conceptos y teorías ha sido sustituido por la civilización del espectáculo, esa que triunfa en televisión y, sobre todo, en las redes sociales.

Los poderes políticos se desentienden de la escuela, la que promueve el desarrollo de las mejores facultades de cada uno y la igualación social, y se dedican a financiar con dinero público televisiones, eventos y premios que alientan todo tipo de memeces, incluyendo unos egocéntricos cerrilismos nacionalistas y patrioteros.

De este modo, al Siglo de Oro y la Edad de Plata no somos capaces de darles más relevo en el siglo XXI que una ‘edad del silicio’, porque de silicio es el alma de los ordenadores, teléfonos móviles y demás dispositivos ‘inteligentes’ que acaparan la atención de la gente. Internet es el nuevo ‘deus ex machina’, el demiurgo todopoderoso. Hoy se puede disponer de una cantidad ingente de información y el personal tiene la sensación de que lo conoce todo y que de todo puede opinar. La omnipresencia de la red, de Instagram, de Facebook, de Twitter… desplaza los procesos cognitivos clásicos, desde la memorización a la transmisión de referentes fundamentales. La ‘edad del silicio’ impone así una cultura del ocio, no del saber; de la evasión, no del pensamiento; del culto al cuerpo, no del cultivo de la inteligencia.

No hay que caer en jeremiadas culturalistas de que cualquier tiempo pasado fue mejor. La nostalgia es muy embustera. Pero es obvio que quienes deberían estar llegando ahora a los libros se están quedando atrapados en las redes sociales, con el empobrecimiento espiritual que eso supone. En esta ‘edad del silicio’, la literatura y el arte se inclinan hacia lo lúdico antes que a lo existencial. Cada vez hay más narcisismo, mera diversión y superficialidad comercial. La alta cultura cede terreno a la industria cultural. Así se impone la nadería que busca ante todo la rentabilidad económica.

Lo vienen proclamando algunos intelectuales rebeldes que aún resisten: Lipovetsky, Byung-Chul Han, Vargas Llosa, Umberto Eco, Slavoj Zižek, Sloterdijk… Pero no importa: apenas nadie los lee. En la civilización del espectáculo, se está olvidando que la inteligencia es lo más espectacular del ser humano.