Bartolomé Bermejo, el artista que pintaba bajo amenaza de excomunión

Una muestra en el Museo del Prado y las investigaciones del historiador del arte Javier Ibáñez ofrecen nuevos perfiles del creador, activo en Aragón en el siglo XV.

'Santo Domingo de Silos entronizado' (1474-h. 1479), óleo procedente de Daroca que se conserva en el Museo del Prado.
'Santo Domingo de Silos entronizado' (1474-h. 1479), óleo procedente de Daroca que se conserva en el Museo del Prado.

El Museo del Prado le ha dedicado una exposición, por primera vez en su historia, a un pintor hispano medieval. Y no es nombre desconocido en Aragón: Bartolomé Bermejo. El artista de origen cordobés, que dejó grandes muestras de su genio pictórico en Daroca y Zaragoza, era una figura desdibujada y llena de planos ocultos, y el historiador del arte Javier Ibáñez, profesor de la Universidad de Zaragoza, acaba de iluminar su figura tras varios años de investigación. Él aporta buena parte de las novedades científicas del catálogo que acompaña la muestra.

"La exposición plantea que pudiera haberse formado en Valencia –relata Ibáñez–. Allí figura su nombre en un documento fechado en 1468, pero luego el artista nos aparece en Daroca. Una de las grandes incógnitas en torno a Bartolomé Bermejo es dónde se formó como pintor, dónde aprendió, en época tan temprana, la técnica del óleo, que es flamenca. Pero al estudiar obras suyas como el ‘San Miguel’ de la National Gallery de Londres, o el ‘Santo Domingo de Silos’ que hizo para Daroca, uno descubre una técnica pictórica mejor que la de los mejores pintores flamencos de la época".

Bartolomé Bermejo (h. 1440-h. 1501) cambió Valencia por Daroca por motivos que aún no están muy claros (la ciudad costera era entonces prácticamente la capital de la Corona) y empezó a trabajar en Aragón gracias a un judaizante, Juan de Loperuelo.

"Se movía en ese ambiente –señala Ibáñez– pero no hay testimonios de que Bartolomé Bermejo fuera judío. Se casó en Daroca con una viuda que ya tenía un hijo, y allí realizó, que sepamos, el retablo mayor de la iglesia de Santo Domingo de Silos, el de Santa Engracia para la iglesia de San Pedro, y el retablo funerario de Loperuelo".

En la ciudad del Jiloca se produjo un hecho clave en su biografía: como aceptó todos los trabajos que le propusieron, no llegó a tiempo para entregar, en la Navidad de 1475, el retablo de Santo Domingo. Y en el contrato que había firmado con los eclesiásticos darocenses se establecía una pena, singular a los ojos actuales, para el caso de que no cumpliera su compromiso: la excomunión.

"Parece sorprendente, sí, pero fue una medida mucho más habitual de lo que parece –asegura Javier Ibáñez–. La hemos encontrado en otros contratos, sobre todo de artistas que no podían asegurar su trabajo mediante una fianza económica: lo que hacían era comprometer algo muy valioso en aquella época: su propia pertenencia a su comunidad, naturalmente, cristiana. Hemos encontrado documentación en la que se le amenazaba con aplicar la excomunión, aunque no sabemos si finalmente se hizo". En esos tiempos adversos, Bartolomé Bermejo entró a trabajar con Martín Bernat, un artista de talento menor que el suyo, pero que en cierta medida le amparó, sacando provecho de lo novedoso de sus técnicas y composiciones.

La libertad y la creación

"Ya en Zaragoza, trabajó para mercaderes como Juan de Lobera, al que hizo el retablo de su capilla en el Pilar. También pintó las puertas del retablo mayor de la Seo, que se desmontaron en 1613 y a las que se les ha perdido el rastro". Volvió a tener problemas ?(al parecer de cumplimiento de contrato) y ‘desapareció’ de la ciudad del Ebro en 1484, dejando a su esposa, que dos años más tarde fue procesada por judaizante. La mujer apenas se sabía el comienzo del ‘Credo’ y fue condenada a pasear con coraza y sambenito, cuando su marido estaba ya en Barcelona. Allí pudo dar rienda suelta a todo su genio creativo, en parte gracias a la visión más amplia de canónigos como Luis Desplá, que le encargó la que fue, y es, una de sus obras maestras, la ‘Piedad’ que se conserva en la seo de la Ciudad Condal.

"Bartolomé Bermejo fue un hijo de su tiempo –subraya Javier Ibáñez–. En las obras en las que pudo trabajar con libertad se revela, sin duda, como el mejor pintor de su época. Pero casi siempre tuvo que someterse a los deseos de quien le hacía los encargos, y, en su etapa con Martín Bernat, también a los de su jefe". Y el historiador del arte concluye: "No es un pintor gótico más. Era muy innovador en las composiciones, nadie utilizaba el óleo como él y lograba calidades que no consiguió nadie en su tiempo. Es el mejor pintor español del siglo XV, y todavía queda mucho de él por descubrir, sobre todo en Valencia y Barcelona".

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