Paula Bonet abraza la luz y la carne de sus fantasmas

La pintora publica el diario 'Cuerpo embarazada sin embrión' y 'Los roedores'.

Paula Bonet
Paula Bonet abraza la luz y la carne de sus fantasmas
Noemí Elías

Paula Bonet (Villarreal, Castellón. 1980) se ha convertido en un pequeño y constante acontecimiento. Cuanto toca se convierte en escalofrío, en temblor, en desgarro, en sensibilidad doliente y en un viaje hacia la luz y hacia las sombras. Todo a la vez. Y, además, ha encontrado en Zaragoza un lugar donde se siente especialmente cómoda. Con sus lectores, con sus anfitriones (ya sean Eva Cosculluela o Félix González, de Los Portadores de Sueños) o con amigas que le acompañan libro a libro, como la cineasta Paula Ortiz.

Paula Bonet reside en Barcelona desde hace algunos años, pero es una mujer tan inquieta y viajera que siempre busca pretextos para trabajar aquí y allá, en Chile, en México, y para avanzar en su arte: alterna la ilustración con el grabado, la pintura con las técnicas mixtas y disfruta esencialmente en esa búsqueda: se zambulle en la materia y disfruta, aprehende filosofía y sensaciones, se vacía y realiza un exorcismo sigiloso de sus fantasmas, que los tiene, y son carnales, voraces y a veces de una bestialidad inexorable.

Libro a libro ha ido desnudándose. Metafóricamente y de manera bastante real. Cruda. Le hemos visto iniciarse con ‘Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End’ y ‘en ‘813 Truffaut’, donde contó las claves del cineasta y sus emociones a través de tres películas. Y el primer salto al vacío fue ‘La sed’, uno de esos libros donde la autora explora su condición femenina, donde dialoga con otras creadoras -Clarice Lispector, Anne Sexton, Sylvia Plath, y tantas y tantas otras-, donde exhibe su formidable imaginación, su ángulos más terribles y una búsqueda que burla el drama a fuerza de talento, de expresividad y de indagación en su oficio de creadora visual.

En ‘La sed’, Paula Bonet se acerca al expresionismo, a las pinturas negras de Francisco de Goya, y a sus grabados. Y ese trabajo se ensanchó en un libro que hizo con Aitor Saraiba, que gira en torno a Roberto Bolaño: ‘Por el olvido’. A estas alturas de creación, de sus pesquisas, de la desolación que la envuelve en ocasiones, el trabajo de Paula Bonet se ha alejado de lo comercial o de lo fácilmente digerible, y apunta a otro territorio, casi más hostil: la incomodidad rabiosa, la conciencia de la tragedia, la existencia a veces irrespirable.

El destino, más o menos aciago, como si intuyese este rebelión, le jugó una mala pasada: Paula Bonet se quedó embarazada de una niña y la perdió. Poco más tarde, le volvió pasar lo mismo. Guiada por la intuición, o quizá muy consciente de que vivía algo más que especial, decidió redactar un diario que publica Literatura Randon House bajo el título: ‘Cuerpo de embarazada sin embrión’, que lleva este sencillo pórtico: "Para mi hija".

El cuaderno secreto del dolor

Dice ya de inicio: "Hoy he soñado que tenía las tetas hinchadas y duras. Pintaba encima de ellas con barro de un color sepia oscuro". El color, como casi nada en Paula, no es inocente. Aborda leves historias familiares, y de repente, consumado el primer drama, desliza estas confesiones: "Muchas mujeres sufren abortos espontáneos con dolores terribles, algunas pierden muchísima sangre. Yo no tuve dolores ni hemorragias". Y aún avanza otra intuición que será clave: "Mi ratoncita estaba allí quieta como una osa silenciosa en hibernacion". Más adelante, confesará: "Experimenté lo animal del parto. La sangre, el sudor y la fuerza".

Paula Bonet halla un paralelismo entre los embriones perdidos y la ratoncita, y por extensión los roedores. Decidió hacer un segundo libro, que es un libro ‘leporello’, un libro extensible, ‘Roedores’, donde pinta a algunos animalillos: los ratones, la ardilla, el castor, la nutria, la musaraña, etc.

Cuenta cómo son, glosa sus características, y los dibuja como a ella le gusta, con expresividad, con tensión, con ternura. A través de este sutil desplazamiento metafórico y simbólico, Paula Bonet cuenta sus sensaciones, su derrota, su llanto: la idea del embarazo, "vas a parir, felicidad", dice Mario Benedetti, la impresión de estar habitada, el nuevo estado de esperanza, el diálogo con el cuerpo diminuto que anda por ahí. Tras el primer batacazo, el segundo. La idea de pérdida. La idea de orfandad de las niñas perdidas, la invasión de la culpa, el desamparo físico y metafísico.

En apariencia, los roedores tendrían muy poco que ver con ella. Con la frustración de la pérdida. Sin embargo, la autora aborda la maternidad, la espera de un ser vivo y la angustia, y lo hace con fuerza y con sinceridad en prosa y verso y como dibujante.

Esta mujer ya no para. Tiene muchos proyectos. Uno de ellos aparecerá en breve en Literatura Random House: prepara la ilustración de ‘El año del pensamiento mágico’ de Joan Didion, uno de los libros más extraordinarios que se han escrito jamás sobre el duelo. La autora norteamericana, de 84 años, en cuando vio los dibujos se quedó tan impresionada que pidió que pusieron más grande en la portada el nombre de Paula Bonet, una mujer que no cesa y que se reconoce, cada vez más, en Francisco de Goya. Y en las mujeres que se rebelan de cuerpo y alma contra la injusticia y la postergación.

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