Un exceso mitómano

La expresión ‘inteligencia artificial’ refleja más un mito que la realidad de ese campo tecnológico. Las máquinas, hoy por hoy, no son inteligentes; pero, si les damos las instrucciones adecuadas, son capaces de realizar una gran variedad de tareas.

Hablar de 'inteligencia artificial' es un exceso; de momento, no hay sistemas inteligentes en el sentido humano.
Hablar de 'inteligencia artificial' es un exceso; de momento, no hay sistemas inteligentes en el sentido humano.

La especie humana ha ido realizando descubrimientos científicos que le han ampliado el conocimiento de la naturaleza y, a su vez, ha ido mejorando su acervo tecnológico, lo que le ha permitido tener cada vez más artefactos. Esta actividad continuada produce en determinadas ocasiones un gran impacto social. En este momento, al parecer vamos por la cuarta revolución industrial y en ella quizá uno de los elementos más importantes que intervienen es lo que se conoce como inteligencia artificial (IA).

Como es de esperar, la nueva revolución, en la que ya estamos, va a cambiar el mundo otra vez. Y como siempre que ocurre con cualquier tipo de revolución, algunos la verán como una oportunidad, otros como una amenaza, ciertas personas se beneficiarán y otras quedarán perjudicadas. Como ninguno somos adivinos, el tiempo nos colocará a cada uno en alguna de las cuatro combinaciones posibles.

Desde el punto de vista de la información que nos llega a través de los medios de comunicación, hasta donde yo sé, nadie se ha molestado en explicar en qué se basa eso que se llama IA y que al parecer nos va a perturbar tanto la vida. Cuando pregunto en reuniones diversas qué entienden los no expertos por IA, lo que vienen a transmitir es algo difuso, con potencialidades humanas. Y, si seguimos estirando la conversación, acabamos viendo diversos tipos de robots antropomorfos con diferentes intenciones, entre las que suele destacar el ‘quítate tú que me pongo yo y lo haré mejor que tú’.

No voy a entrar en los dilemas éticos ni en los problemas sociales que todo esto conlleva y conllevará. Solo voy a intentar aclarar qué es eso de la IA. La mejor definición divulgadora que yo he encontrado hasta el momento es la de Félix Ares que enuncia: «La Inteligencia Artificial es la disciplina que trata de crear sistemas artificiales capaces de comportamientos que, de ser realizados por humanos, se diría que requieren inteligencia». Observen la paradoja, no se requiere que el sistema sea inteligente, de hecho ningún sistema de los que funcionan en la actualidad con el epígrafe IA tiene ni idea de lo que está haciendo, tan solo sabe ejecutar unas instrucciones, bien definidas, ordenadas y finitas que un ser humano inteligente le ha dado para que, partiendo de unos elementos de entrada y ejecutando las instrucciones dadas, llegue siempre al resultado correcto. Por ello, actualmente decir ‘inteligencia artificial’ es un exceso mitómano de los típicos del ser humano.

Veamos un ejemplo. Imagínense que hemos diseñado una máquina que es capaz de coger una hoja de papel y doblarla perfectamente siguiendo cualquier orientación en el espacio y con el trozo de papel que se le proporcione en cualquier momento. De esa acción la máquina no es consciente, del mismo modo que un automóvil cuando usted le hace acelerar no sabe que está acelerando, pero acelera. Ahora, denle una hoja; luego, el conjunto de instrucciones del doblado requerido para hacer una pajarita, déjenla trabajar y acabará generando una pajarita. Y si le dan otra hoja de papel les hará otra pajarita, y si le cambian las instrucciones de plegado, les hará un galeón, y si en vez de una máquina tienen cien, tendrán cien pajaritas cada muy poco tiempo o cien elementos papirofléxicos diferentes. Y si las dejan día y noche, mientras haya papel y electricidad, les cubrirán el mundo de figuras de papel.

Cada solución humana expresada mediante instrucciones bien definidas, ordenadas y finitas, si existe un sistema artificial capaz de ejecutarlas, es una solución que podemos mandar ejecutar a máquinas específicas, y replicar tantas veces como sea necesario. La pregunta que puede surgir es, ¿todo es resoluble así? Dejemos la respuesta para otro día. Ahora entiendan que las máquinas no son inteligentes, obedecen, son inconscientes, pero son capaces de ejecutar millones de instrucciones por segundo. Ahí radica su poder. Por lo tanto, no se ha creado ‘inteligencia artificial’, tal cual la puede entender un ser humano. Y demos gracias de que tampoco hemos creado estupidez artificial.

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad de Zaragoza