El Temple pone movimiento a las canciones desgarradas de Rafael Berrio

«Leí a un pastor de la dehesa/a un pobre poeta que no llegó a mayo/que hizo la elegía del rayo/y dijo que ese rayo no cesa/pero el amor... ¡también tronando se expresa!». Las letras de Rafael Berrio, poeta y cantautor vasco de largo recorrido y compromiso, le convierten en una figura singular e irrepetible tanto en la escritura como en la música. Llevar ese universo especial que late en su cerebro a otra manifestación artística es todo un reto, pero el guante lo han recogido el coreógrafo Roberto Oliván, director artístico del Festival Deltebre Dansa, y Carlos Martín, director de la compañía Teatro del Temple. El resultado es una obra, ‘1971’, que difumina las fronteras entre los distintos géneros escénicos porque se desenvuelve (el propio Rafael Berrio interpreta sus canciones en directo) entre la música, la danza y el teatro. Se va a representar mañana y pasado en el Principal, en el seno del Festival Internacional Zaragoza Escena, y posteriormente se llevara al Festival de Danza y Teatro de Huesca, donde espera seducir a los programadores para presentarse en otras ciudades.

‘1971’ es una coproducción de Teatro del Temple y el Patronato municipal de las Artes Escénicas y de la Imagen, y supone el segundo estreno mundial de ZGZ Escena este año. Paula Romero, Miguel Ángel Fernández, Laura Alcalá, Isabel Abril, Agnès Bafelgó y Magí Serra son los artistas que bailarán por vez primera sobre un escenario los versos y canciones de Berrio.

«La verdad es que la propuesta de trabajar en este proyecto me sorprendió mucho –aseguraba ayer el cantautor–. Porque no ha nacido en mi ciudad, San Sebastián, porque es un espectáculo de danza y me obliga a estar en un lateral del escenario, y porque se centraba en un disco que pasó inadvertido (en realidad es una de sus grabaciones más conocidas y aplaudidas). Entré en el proyecto con cierto reparo por tratarse de un espectáculo de danza, pero ahora estoy muy satisfecho, porque el trabajo que se ha realizado es magnífico».

«El proyecto nace de la escucha del disco –relataba ayer Carlos Martín–. Conforme lo iba escuchando iban surgiendo imágenes, y al final lo que hemos generado es un microcosmos escénico que tiene mucho que ver con lo que existe en la cabeza de este creador».

El espectáculo, de poco más de una hora de duración, recorre las doce canciones incluidas en la grabación, pero también se han recuperado descartes y escritos que no llegaron a ser canción y que se integran en el espectáculo con naturalidad nada forzada.

«Queríamos que la obra tuviera varias lecturas –añadía ayer Carlos Martín, en la presentación del espectáculo–. La música y el movimiento sobre el escenario a veces discurren por sendas paralelas, a veces convergen y en ocasiones cada una va por su lado». El director teatral hablaba de que tanto él como Roberto Oliván habían intentado «insuflar alma» a los bailarines, tejer un hilo de plata que uniera su trabajo para elevarlo y convertirlo en una obra coral pero rotunda.

Porque el peligro de ‘1971’ es que se vea como un conjunto de canciones bailadas. Por eso se ha trabajado con mucha profundidad tanto la coreografía como la dramaturgia. «No es habitual hacer danza para una música existente, pero hemos venido a llenar un hueco que existía hasta ahora –confesaba ayer Roberto Oliván–. Hemos conseguido generar un triángulo entre lo que se ve, lo que se oye y lo que el espectador construye a partir de ambas cosas. Parece que, hablando de danza contemporánea en 2008, uno debe ser rompedor, pero no tiene por qué ser así. En realidad, basta con lograr trasmitir, a través del movimiento, el mensaje que carga la música de Rafael Berrio». Una obra, según la definía ayer la bailarina Agnès Bafelgó, «interpretada con el corazón».