Si mira atrás y repasa su trayectoria en Mister Hyde, ¿cuál es el balance?

El balance es sin duda positivo. Aprendimos a vivir la música en toda su expresión. Grabamos cuatro discos y conocimos en mayor o menor medida parte de lo que se cuece en los interiores de la industria musical. Fuimos muy felices, pero, sobre todo, creo que lo mejor es que dejamos tres o cuatro buenas canciones.

¿Qué quería hacer con ‘Alma norteña’? ¿Qué tono andaba buscando?

Es un disco hecho absolutamente desde las entrañas. Desde lo más profundo de mí mismo. Esto es lo único que busqué.

Desde una perspectiva musical, hay muchos registros. ¿Qué líneas quiere seguir, qué ritmos, qué estéticas?

La premisa era construir un disco acústico, sereno, sincero, profundo, con alma. Son canciones que creo que destilan calma y sosiego. Reflexión. Hay varios registros, y me alegro de que se aprecien. Hay dos temas claramente influenciados por la música americana (‘Tirar la llave’ y ‘Un largo todavía’), otros más pianísticos, etc. Pero la estética es en todos similar: cabaña, monte, árboles, hoguera, nieve, reflexión.

Uno se busca todo el tiempo, consigo mismo y con otros. ¿Con quién avanza, qué modelos de artista tiene en la cabeza?

Sinceramente, antes siempre daba nombres e influencias, pero ahora ya no me atrevo, porque son tantas y tan diversas que seguro que me dejaría muchas. Sí es cierto que en esta última etapa he tirado quizá más por lo americano que por lo británico y eso se nota en el disco. Seguiré a lo mío, y espero poder tocar cuantos más registros mejor.

Empieza con un tema emocionante y esperanzador. ‘Canción del Pirineo’. ¿Qué significan esos universos para usted?

Es posiblemente la canción que define el álbum. Me encanta tocarla y cantarla. Quise hacer una reflejando el poder sanador de la naturaleza, de las montañas, de los ríos, de la nieve, etc. Para mí, el Pirineo es sanador, tiene el poder de abrir la mente y despejar la cabeza, algo que en pocos lugares he llegado a sentir. También tiene mucho de soledad, si te sabes perder. Y también tiene algo de fronterizo, algo que me apasiona. Nuestro carácter aragonés no se podría definir sin la frontera natural que son los Pirineos, tenemos Francia al lado y eso en parte nos define. Es maravilloso.

Me parece que ‘Alma norteña’ es un disco de afirmación: "Solo puede ser quien soy / aunque a veces me duela…".

Creo que tiene toda la razón, sobre todo en ‘Un largo todavía’, pero, en general, en todo el disco. Necesitaba decir "este soy yo" y "aquí estoy". En casi todas las canciones hay algo de esa auto-afirmación que nombras, no sé el porqué. A la vez, hay algo de duda. Soy el hombre duda.

‘Desordéname’ evoca el primer Hilario Camacho. ¿Es el amor la mejor forma del desorden?

Creo que sí al 100%. El amor es la mejor forma de desorden. Me quedo la frase. No diría que es un disco de amor ni de amistad, sin embargo, sí que diría que es un disco de exaltación de la vida. Al fin y al cabo –y el que diga lo contrario creo que miente– todo arte es un canto a la esperanza y la vida. Hasta el más gótico y depresivo artista, cuando se pone delante del lienzo en blanco, lo hace con esperanza y con amor.

¿Cuál es su preocupación en la escritura de las letras?

Es total, cada vez más. La importancia de la letra es crucial, es casi más importante que la música o el sonido. O, al menos, al 50%.

El sonido y la voz son limpios, claros. ¿Cómo se plantea su faceta de intérprete?

Me alegra que me lo diga. Canto como lo he hecho siempre, quizá un poco más grave. En lo que sí me gustaría ir avanzando es como intérprete, ahí es donde veo lo importante. Decía Bob Dylan que no quería escuchar una voz bonita o de gran potencia, sino una que le cantara la verdad. Para mí lo ideal serían ambas.