Raúl Herrero: “Vivo para leer, escribir y editar. Por ese orden”

El escritor, artista y editor de Libros del Innombrable publica su primera novela; ‘Rascayú’, una parodia del género policial, en Limbo Errante

Raúl y su compañera Esther, coeditora del sello Libros del Innombrable.
Raúl y su compañera Esther, coeditora del sello Libros del Innombrable.
Maica Rivera.

El poeta y narrador, artista y editor Raúl Herrero (Zaragoza, 1973), responsable del sello Libros del Innombrable, se estrena como novelista con ‘Rascayú’ en Limbo Errante.

Rinde un homenaje triple: Antonio Fernández Molina, Arrabal, Ferrer Lerín ¿por qué? ¿Qué les debe, qué le atrae de ellos?

Estas menciones sería la intrahistoria de la novela o, dicho de otro modo, conforman el argumento alegórico que subyace bajo el aparente. En la novela 'Solo de trompeta', de Antonio Fernández Molina, unos personajes cantan 'Rascayú'; por eso el tema también se incluye en mi novela, como homenaje al autor y a la novela citadas. La idea del título fue un acierto de Víctor, el editor de Limbo Errante.

Vayamos con sus maestros...

Los tres nombres que menciona buscan y bucean en una literatura «antirutinaria», término que gustaba mucho emplear a A. F. Molina, una manera de escribir, en definitiva, en búsqueda constante de nuevos caminos de expresión y que, en ocasiones, se salta muchos de los preceptos sobre la narrativa convencional. A los tres autores les debo horas de lecturas y de disfrute. Sin ellos no sería el que soy. Arrabal y Ferrer Lerín siempre han sido generosos conmigo y quiero entender que tenemos conceptos semejantes sobre la literatura. Cuidado, no pretendo compararme con ellos. Para mí son maestros… y yo intento ser su alumno. Antonio Fernández Molina cambió mi vida, fue el que me llevó hacia ellos y hacia otros autores a los que admiro (como Cirlot, Carriedo, Francisco Nieva, José Bergamín, Raymond Roussel…): sin él, para bien o para mal, no estaría aquí, tal vez tampoco en el mundo.

Arrabal, por cierto, está ahí de manera muy directa… Le dedica un panegírico.

La novela comienza con un texto breve e inédito que Fernando Arrabal escribió de manera espontánea sobre mí cuando publiqué mi poemario ‘Sombra salamandra’. Es un honor inmerecido.

¿Qué novela quería hacer, una parodia del género policial?

Desde el embrión de ‘Rascayú’ me planteé una parodia del género policiaco, también, en parte, del realismo. En el proceso de transformación y crecimiento de la pieza recordé a un autor de novelas populares de misterio: Harry Stephen Keeler, que gozó de considerable éxito durante la posguerra española, con larguísimas tiradas de sus obras, famoso por sus extravagantes argumentos. Y decidí inspirarme en su mecánica. De este modo construí una novela con diferentes capas de lectura mientras un grupo de personajes danzaba en una trama inesperada… Y entonces llegó el humor que, a mi juicio, terminó redondeando lo que me proponía. Una novela divertida, pero que requiere una cierta implicación del lector, que aparenta una sencillez, pero que no lo es tanto.

Raúl Herrero: “Vivo para leer, escribir y editar. Por eso orden”

Aváncenos un poco el argumento: pueblo, crímenes rituales, un clima de misterio...

Una de las dificultades de los editores ha sido confeccionar algo parecido a una sinopsis para la contraportada del volumen. La acción transcurre en un pueblo español, en un instante temporal que podría ir desde los años cuarenta a principios de los sesenta, del pasado siglo. La ausencia de datos exactos sobre la cronología exacta de la obra y los lugares incrementa el clima de incertidumbre. Un grupo de niños encuentra un cadáver junto al río. Al frente de la investigación un guardia civil, el sargento Porrocho, junto a un comisario de la capital al que nadie quiere en el pueblo y que parece entorpecer más que ayudar a la resolución de los crímenes. Se nos cuenta que meses atrás se descubrieron otros dos cadáveres. Al tiempo que comienzan las pesquisas del sargento la historia devuelve momentos del pasado que asumirán una importancia determinante en los acontecimientos finales de la novela. Pero, en realidad, el argumento es un armazón, lo interesante está dentro del envase.

¿Cómo es ese sargento protagonista, ese investigador un tanto atípico, que se queda ahí, solo?

En muchos aspectos configura el arquetipo de héroe en contra de su propia voluntad. Al lector le resultará difícil descubrir si este investigador descubre algo o se lo encuentra por puro azar. Si realmente avanza en la investigación o si el azar actúa a su favor. También se cuenta su historia, sus tormentos, que no son demasiado comunes, así como su obsesión por el libro ‘De la guerra’, de Carl Von Clausewitz, cuya traducción íntegra al español heredó en un manuscrito propiedad de su padre y que se conoce de memoria. De hecho casi en cada capítulo las circunstancias le hacen recordar una cita de este manual de guerra.

Es una novela atípica, rara, casi un inventario de motivos literarios, vinculados a la literatura fantástica, no sé si gótica… ¿Puede decirse que es también una novela cruel?

La novela se sirve de dos casos de crímenes de asesinos en serie documentados del siglo XIX Romasanta (el hombre que se creía un licántropo, que se contado en el cine y en la literatura) y el Sacamantecas, que poseen bastante protagonismo en la trama. Por extraños que parezcan algunos detalles vinculados con esos casos, en verdad se han tomado de las crónicas de la prensa de la época y no son fabulaciones. Hay ciertos elementos fantásticos que, tal vez, al final, no lo sean tanto. En todo caso he mantenido voluntariamente la ambigüedad sobre ciertos aspectos de la historia. No quería una novela perfecta, cerrada, con todo resuelto, principalmente porque me hubiera aburrido al escribirla y, seguramente, no habría novela. También he dejado espacios en blanco para que el lector los cierre a su gusto, aunque durante la redacción yo tenía en mente soluciones muy concretas que no se desvelan expresamente. En la novela existe una cierta tendencia al humor negro, pero en los casos reales y truculentos he procurado deslizarme con cautela. No quería una crónica de sucesos. El concepto de teatro de la crueldad, de Antonin Artaud, ha tenido una gran influencia en mí, así que desde esa óptico podría decirse que algo hay.

Háblenos de esos personajes, tantos, tan estrafalarios...

Los personajes de la novela son caracteres llevados al extremo, encerrados en una sociedad, la de su pequeño pueblo, que, en algún momento, aceptó algunas de las cosas terribles que se cuentan en la historia y que les ha conducido a tener personalidades extrañas. Además me sirve para crear personajes irreales, oníricos, casi toda la novela es como un sueño. Y quería que esa apariencia de lo onírico se trasladara a las acciones y a los ambientes.

Raúl Herrero: “Vivo para leer, escribir y editar. Por eso orden”

Es una novela que se suspende en un lenguaje especial, infrecuente, un tanto arcaizante. ¿Por qué?

Disfruto mucho con las novelas del siglo XVI y, a veces, guardo palabras que me gustan como si fueran tesoros. Creo que es casi una obligación del escritor sorprender al lector no solo con la trama, también con el modo de contar las cosas, así como el empleo de palabras que puedan resultar infrecuentes. En mi opinión, una función esencial de la literatura es desautomatizar el lenguaje.

¿Qué conexión le ha encontrado con la canción “Rascayú”, que apenas suena?

'Rascayú' es una canción que los niños perdidos de la historia, vamos a llamarlos así, cantan varias veces. La letra de la canción aúna historia gótica, de fantasmas, con el humor… Igual que la novela. Para mí es la banda sonora ideal de la historia.

¿Qué es la literatura para usted, qué le permite hacer y decir? ¿Existe algún límite para usted?

Para mí la literatura es mi vida. Vivo para leer, para escribir y para editar, por ese orden. La literatura es más la realidad que la realidad misma que, como ya sabemos por la ciencia, no existe objetivamente, porque el observador modifica lo que observa.

La ficha:

'Rascayú'. Raúl Herrero. Panegírico de Fernando Arrabal. Portada de Javi Hernández. Limbo errante. Zaragoza, 2018. 212 páginas. Presentación: Jueves, 21 de junio. Biblioteca de Aragón. En compañía de Francisco Ferrer Lerín. A las 19.30.

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