El Belchite que fue... y el que es

Jaime Cinca, Guillermo Allanegui y Ángel Archilla vuelven a publicar el libro de 2008 en el que recorrían con textos e imágenes el Belchite que quedó tras la Guerra Civil

Aspecto que presentaba Belchite en abril de 1938. archivo allanegui
Aspecto que presentaba Belchite en abril de 1938. archivo allanegui
Archivo Allanegui

Corría el año 2008 y Jaime Cinca, Guillermo Allanegui y Ángel Archilla publicaban ‘El viejo Belchite. La agonía de un pueblo’, en el que recogían datos inéditos y cientos de fotografías del emblemático pueblo viejo de Belchite, devastado en la Guerra Civil.

Y en apenas un mes se agotó la primera edición, que había contado con el respaldo del Gobierno aragonés. Ahora llega a las librerías una edición renovada (24 por 22 centímetros, tapa dura, 312 páginas, 253 fotografías antiguas, 145 actuales y 59 montajes fotográficos), que retoma el testigo de la anterior, actualizando su contenido. Y, dado el interés que el tema despierta fuera de nuestras fronteras, es bilingüe, con textos en inglés.

El libro se fraguó con algunas dosis de azar. Jaime Cinca había recuperado el dance de Lécera y, gracias a ello, conoció a Guillermo Allanegui cuando este era jefe del Servicio de Patrimonio Etnológico del Gobierno de Aragón. «Sabía que conservaba fotografías antiguas de Belchite porque su padre (el arquitecto Alejandro Allanegui) había trabajado varios años en Regiones Devastadas. A mí siempre me había interesado la historia de Belchite viejo, había investigado, conocía a gente mayor y había grabado conversaciones con información valiosa. Y sabía de archivos donce se podían encontrar documentos de interés...». A partir de ahí empezó el trabajo en equipo. Cuando el libro estuvo impreso, Cinca tuvo una idea revolucionaria. Era agosto, las ruinas se llenaban de visitantes y él se iba allí todos los días un par de horas por la mañana y por la tarde. Ponía ejemplares del libro sobre el capó de su coche y se ofrecía a hacer una visita guiada o a responder cualquier pregunta que se planteara. «En un mes vendí más de 1.000 ejemplares –señala–. Así, quería demostrar que las ruinas de Belchite tienen un enorme potencial turístico y cultural. Pero el libro hoy seguramente no se podría hacer, porque casi todas las personas con las que hablé ya han fallecido».

La batalla y las bombas

En 2008, con la primera edición, buscaba «dejar testimonio gráfico de que el pueblo no quedó arrasado en la guerra. Según los cálculos que he hecho se destruyó aproximadamente el 30 % del caserío, fundamentalmente las zonas en las que se libraron más combates o allí donde habían caído las bombas de 250 y 500 kilogramos que arrojó la Legión Cóndor. Se destruyó mucho, pero se podía haber reparado perfectamente».

Para Jaime Cinca, el Belchite anterior a la contienda era de una belleza majestuosa. «Lo defino como el Albarracín de secano, un pueblo muy bonito... y muy religioso. A la entrada lucía un cartel de obra que prohibía la blasfemia».

Si el pueblo no se reconstruyó fue porque valía más como símbolo. «Franco quiso explotarlo políticamente, convertirlo en un icono de lo que él pensaba que era el comunismo». Sobre los planes y promesas del general en torno a Belchite hay aún cierta polémica entre historiadores.

«Franco no dio a elegir a los belchitanos entre agua o pueblo, como se ha llegado a decir. Las tropas franquistas tomaron la localidad el 11 de marzo de 1938, y dos días más tarde llegó Franco con Yagüe.He visto las fotos de aquel día, y difícilmente Franco pudo dar a elegir a los vecinos, porque allí no había civiles, si acaso un par de enfermeras. Todos eran soldados».

Ese día, desde el balcón de la casa de La Domi, Franco aseguró: «a estos campos sedientos llegará el agua que los fecunde para que no falte pan en ningún hogar, y sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad amplia y hermosa como homenaje a su heroísmo sin par».

«Franco hizo dos promesas aquel domingo –relata Jaime Cinca– y ni llegó el agua ni se reconstruyó el pueblo. Se optó por hacer una nueva población, con el interés evidente de explotar el asunto políticamente. En realidad, a los belchitanos los condenaron a vivir con el recuerdo permanente de la guerra, al tener las ruinas ahí, al lado. Hasta la terminación del pueblo nuevo, el año 1964, hubo habitantes en Belchite viejo, y si no los hubo más tiempo y se abandonó completamente fue porque los vecinos tenían totalmente prohibido emprender obras de rehabilitación. Así, finalmente las casas quedaron vacías».

Los primeros expolios

Y tras ello empezó el deterioro. En realidad, ya se había dado antes un tipo particular de rapiña. Y es que, dado el carácter simbólico de las ruinas, varias localidades pidieron fragmentos de algún edificio a modo de ‘reliquias’. De hecho, hasta el Belchite nuevo parasitó en una mínima parte al viejo, ya que se mandó tomar un trozo de una de las columnas de la iglesia de San Martín para hacer un monolito en la plaza de la nueva población. En él se grabaron las famosas palabras pronunciadas por Franco. «Ese monolito ha estado en pie hasta bien entrada la democracia», recuerda ahora Jaime Cinca. Pero el investigador no busca echar sal sobre ninguna de las heridas de Belchite. «Lo que he buscado, básicamente, es compartir todo lo que he logrado averiguar sobre el pasado del pueblo. Me gustan los pequeños datos, buscarlos y encontrarlos, y solo tienen valor cuando los compartes».

Belchite viejo está, desde hace mucho tiempo, en una encrucijada, con un enorme atractivo para los cineastas, turistas y aficionados a la historia, pero sin una solución clara que garantice su supervivencia.

«Es importante consolidar lo que queda –asegura Jaime Cinca–. Para mí las ruinas no tienen ya ningún tipo de connotación política. Hay que conservarlas para que el visitante aprenda en ellas lo que es la brutalidad de la guerra. La verdad es que cuando estás allí los restos te sobrecogen. En tiempos pensamos en crear un Premio de la Paz. Hubiera sido bonito entregarlo en Belchite viejo: el recuerdo de la guerra entregando un premio a quienes hayan luchado por la paz».

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