Juan José Millás: “Somos los hijos del delirio”

El escritor y periodista presentó su novela ‘Que nadie duerma’ en Los Portadores de Sueños y explicó las claves de su escritura

Juan José Millás escribe del taxi, de la ópera, del viaje y de la fantasía y el delirio.
Juan José Millás escribe del taxi, de la ópera, del viaje y de la fantasía y el delirio.
Mauricio Dueñas/EFE.

"Escribo a ciegas, no sé nunca a dónde voy. Suele sucederme una cosa; soy un escritor intuitivo, nace un personaje, nace una historia, surge una atmósfera, y todo ello, impulsado por la imaginación y el azar, avanza. Y al final acabas el libro. Cuando se publica, los lectores empiezan a ver cosas que tú no habías visto. Con sus opiniones y sus impresiones, acabas entendiendo lo que has escrito, y todo eso lo vas contando en entrevistas y presentaciones. Cuando parece que ya has comprendido tu propio libro y que has organizado un discurso, se acaban las presentaciones y las giras”, decía el lunes Juan José Millás (Valencia, 1946) en la librería Los Portadores de Sueños, donde presentó ‘Que nadie duerma’ (Alfaguara), la historia de una mujer que ha sido programadora informática, que es taxista y a la vez una mujer pájaro, y quizá una reencarnación de Turandot, la princesa de la ópera de Puccini.

Millás recordó su pasión por los pájaros, desde niño, y luego de mayor. Hurgando en su infancia, tan caudalosa como se veía en su libro ‘El mundo’ (Seix Barral), recordó que había tenido una tía muy bondadosa, un ángel, de la que se decía “que le habían cortado las alas”. Concluyó que, por uno de esos milagros de la literatura y de la pura invención, quiso crear un personaje así. Y contó también que de niño, eran nueve hermanos, sus padres se trasladaron de Valencia a Madrid, y allí descubrió que a su madre le encantaba ir en taxi por diversos lugares de Madrid, sobre todo por la Castellana. “No sé por qué iba yo con ella, pero siempre me lo pedía. Y, además, me decía: “Juanjo, no se lo digas a tu padre”. A la vez yo miraba con auténtico pánico el tic tac del taxímetro. De niño una descubre diversas formas del miedo, y yo me di cuenta ya entonces que la vida podía ser verdaderamente terrible. Mi pesimismo, si lo tengo, ya viene de entonces”.

Con esas dos experiencias, Juan José Millás, autor de novelas como ‘El desorden de tu nombre’ y ‘La soledad era esto’ y maestro absoluto del articuento, ya tenía un buen anecdotario para crear a Lucía, una mujer bondadosa, un poco samaritana del amor y del sexo, en el fondo, que tomará una decisión inesperada: cuando su empresa de informática quiebra, ella decide convertirse en taxista. Millás aprende de la vida y la modifica luego, a su antojo, mediante el humor negro y el absurdo en la ficción.

Juan José Millás: “Somos los hijos del delirio”

Contó, por ejemplo, que en su casa no había libros, pero sí la Biblioteca Espasa, de 100 tomos, y sus consiguientes añadidos. Su padre le dijo que la había comprado porque era una inversión, y que el dinero no valía nada por la inflación. Él, con su perpetuo sentido del asombro y la curiosidad, viajaba por sus páginas y se detenía en términos como Mimetismo, quizá por la calidad de las láminas que acompañaban la voz, o en Muerte, donde descubrió una historia increíble, la del hombre al que le anuncian que su mujer acaba de dar a luz y se muere en el parto. No lleva a tiempo al entierro, acude al cementerio y quiere ver el féretro. Se lo abren, ve el cuerpo difunto de su esposa y oye el llanto del niño que estaba a punto de nacer. La Enciclopedia, según Millás, decía que “el niño fue recuperado, creció y acabó siendo alcalde de Jerez”. Millás lo contó tan bien que pareció una de sus esquinadas y absurdas historias “de la vida real que parecen irreales”.

Casi como quien no quiere la cosa, Millás avanzaba en dos direcciones: su poética de narrador y las claves de la novela ‘Que nadie duerme’. Contó que la narración tiene otro elemento real: “Yo no soporto la ópera, nunca la he soportado, pero cerca de mi casa se instaló un nuevo vecino, enamorado de la ópera, en concreto de ‘Turandot’ de Puccini. Un día oía una de sus arias, ‘Nessun dorma’ (Que nadie duerme) y me pareció preciosa. Empieza así un poco tétrica y acaba muy arriba”, dijo.

A Lucía, en la ficción, le pasa algo semejante: oye esa pieza a través de una rejilla de ventilación, quiero conocer a su vecino melómano, lo saluda  y se enamora perdidamente de él y de su perfil de pájaro. Se llama Braulio Botas y es actor de teatro alternativo. “Lucía se hace taxista con la esperanza de recogerlo alguna vez en alguna esquina”. Y se hace un tatuaje en su monte de Venus de las palabras ‘Nessun dorma’, que él verá alguna vez si se consuma la pasión, y va de aquí para allá por Madrid, que, milagrosamente, por obra de la imaginación, de la obsesión y de los sueños, se convierte en Pekín.

“En la vida la gente no habla de nada. Y ahí entra el escritor para darle acción a la novela, para crear diálogos interesantes. La literatura surge de lo irracional, en el fondo, pero lo real y lo irreal se interfieren todo el rato. Tengo muy clara una cosa. Somos los hijos del delirio. Y el delirio está en todas partes y a cualquier hora. Por ejemplo: en el Vaticano hay un señor que dice que es el embajador de Dios en la tierra. Mayor delirio que ese no existe, pero es un delirio consensuado”, dijo.

Divertido e ingenioso, dijo otras muchas cosas. ¿Cómo se obtiene una voz propia? Dijo que todos los escritores escriben con corsé, están anudados a un modelo, a una tradición, y que cuanto más libres se sientan y se manifiesten, más personal será esa voz. Como en la vida, dice en su novela, “en el taxi le damos muchas vueltas a la cabeza”.

Juan José Millás parece un extraño en el mundo y el mundo un extranjero en su frondosa lucidez, arañada de perplejidad e ironía. Su Lucía/Turandot busca desesperadamente amor e intuye que, en el fondo, no de ser una quimera.

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