Dos siglos con Marx

Uno de los retratos más conocidos de Karl Marx. 1875.
Uno de los retratos más conocidos de Karl Marx. 1875.
Archivo HA

En el norte de Londres se encuentra un frondoso cementerio con tumbas de personajes famosos. Highgate es un lugar rico en historia, arquitectura, paisaje y literatura. Su más célebre reclamo es un gran busto de Karl Marx (1818-1883), aunque su tumba está semiescondida bajo una envejecida lápida en la que apenas puede leerse el nombre. La paradoja es que el padre del comunismo está enterrado en un camposanto en el que hay que pagar cuatro libras (4,6 euros) para entrar.

Todo en Karl Marx es así de contradictorio. Y su figura se ha agigantado tanto que sus contradicciones también resultan especialmente notorias. Por ejemplo, su manifiesta indiferencia hacia las consideraciones morales choca con su evidente odio por la injusticia y la crueldad, tan destacadas en los primeros años de la revolución industrial de la que fue testigo.

Paradójico resulta un hombre que nació hace doscientos años en Treveris, hijo de un abogado judío descendiente de rabinos y converso al protestantismo, estudiante ocasional, emigrante con muy pocos recursos en París y Londres, que verá morir a varios de sus hijos siendo niños, cuyas dolencias físicas no le dejaban vivir y que, pese a todo, dedicará toda su existencia al estudio (siempre quería leer todo lo que se había escrito sobre cada tema que abordaba, como le ocurriría también a Joaquín Costa) hasta redactar el libro más influyente de su tiempo, ‘El capital’.

Contradictorio es también que dos pequeñoburgueses, Marx y su amigo Friedrich Engels, con un contacto remoto con las duras condiciones de vida de los trabajadores manuales, consiguieran poner en marcha un movimiento que ha inspirado las ambiciones emancipadoras de millones de personas de todo el mundo. El pensador alemán no solo no pertenecía a la clase obrera, sino que a lo largo de su vida apenas desempeñó actividad laboral alguna y subsistió básicamente a costa de su mujer, de origen aristocrático, y de Engels.

Incongruente es que, cuando muere, en 1883, no es un filósofo demasiado conocido ni pretende serlo. Acaso por eso dice: "Yo lo único que sé es que yo no soy marxista". Sin embargo, a principios del siglo XX, la hagiografía soviética pondrá todo su empeño en transformarlo en un gigantesco icono y en propulsar metódicamente su idolatría.

Aún es más antitética la relación entre su obra teórica y las consecuencias políticas que tuvo. El filósofo Marx puso su empeño en refutar la proposición de que las ideas determinan decisivamente el curso de la historia. Sin embargo, el revolucionario Karl Marx y sus propias ideas cambiaron el mundo. Es decir, la amplitud de su influencia sobre los asuntos humanos debilitó la fuerza de su tesis. En tanto que inspiración de Lenin, Stalin y Mao, fue por sí mismo el precursor de enormes fuerzas sociales.

Contradictorio resulta, desde la óptica del pensamiento económico, que Marx no supiera apreciar la relevancia histórica de la clase social a la que él mismo pertenecía. Consideraba que las sociedades capitalistas se articulaban en torno a una dicotomía: una clase capitalista cada vez más pequeña y un proletariado cada vez mayor. Sin embargo, se ha formado una clase media con mucho mayor peso que el proletariado que representan los trabajadores no cualificados (Roncaglia, A., ‘La riqueza de la ideas’, Prensas Universitaria de Zaragoza, 2006).

Incompatible parece la percepción que de él tuvieron sus contemporáneos y lo que de verdad representó. En su tiempo fue considerado un teórico de la economía. Sin embargo, en esencia fue un ideólogo. Otros antes que él había predicado la lucha de clases (Burke), pero fue el coautor del ‘Manifiesto comunista’ quien concibió y puso en práctica un plan para organizar a una clase social que luchase únicamente por sus intereses de clase. Con ello transformó el sentido de los partidos y de la propia pugna política.

Antitética es también su imagen de filósofo que alza su voz contra la miseria y la del revolucionario que teoriza sobre el papel de la violencia y la dictadura del proletariado, abriendo así la puerta al totalitarismo comunista y a sus matanzas, una de las mayores tragedias del siglo XX.

Paradójico es que, a pesar de que han transcurrido doscientos años desde su nacimiento, Marx aún perdure como referente o como objeto de polémica. Es un clásico vivo una vez superados los tiempos en que su obra fue utilizada como armazón teórico de los Estados comunistas (China, Corea del Norte o Cuba son dictaduras que nada tienen que ver ya con el mal llamado socialismo real). A finales del siglo XX, el relato neoliberal se impuso con Hayek, Popper o Fukuyama. El marxismo se escurría por las alcantarillas de la Historia y no solo donde habían sufrido el yugo de las autarquías comunistas. Felipe González ya les dijo a sus compañeros en 1978 aquello de que "hay que ser socialistas antes que marxistas"; y Santiago Carrillo no se quedó atrás: "Dictadura, ni la del proletariado". Pero en la segunda década del siglo XXI, Marx vuelve a estar en el centro del debate entre liberales y anticapitalistas. La crisis financiera de 2008 ha resucitado al autor de ‘El capital’. En un mundo "líquido" o "flotante", según las terminologías de Bauman y Laclau, algunos vuelven los ojos a Marx en busca de una explicación a lo que sucede hoy. Muchos de estos no vivieron la Guerra Fría y, en consecuencia, para ellos no es ni un mesías ni un demonio.

También es extraño el aluvión de libros dedicados estos días a la figura del padre del socialismo científico después de unos años en que la filosofía marxista fue considerada como un cadáver conceptual. Algo tiene que ver, como diría Rafael Sánchez Ferlosio en uno de sus célebres aforismos, con que "las únicas novedades de la cultura actual parece que no son ya más que los aniversarios". Pero también guarda relación con que el relativismo de la posmodernidad, opuesto a las ideologías fuertes como el marxismo, se ha visto sacudido violentamente por la crisis financiera de 2008. Y en esta inesperada labor resucitadora hay que destacar el libro del editor Constantino Bértolo (‘Llamando a las puertas de la revolución’), donde ofrece una selección de escritos desde la óptica más política: "Leer a Marx pide hacerlo desde el horizonte de la revolución", escribe.

Paradójico es que buena parte de los pensadores que hoy son referencia mundial estén muy vinculados al marxismo: desde el francés Piketty (cuyo libro de referencia lleva un título de clara evocación: ‘El capital del siglo XXI’) al alemán Habermas, pasando por el coreano Byung-Chul Han (la autoexplotación), el estadounidense Krugman y el controvertido esloveno Zizek ("La alternativa política será alguna forma de comunismo. El capitalismo se está aproximando a su límite").

Han transcurrido dos siglos, entre paradojas y contradicciones, desde el nacimiento de Karl Marx. En este tiempo ha recibido más alabanzas y críticas de las que merecía. Bien la exageración bien la excesiva simplificación de sus tesis, todo ha contribuido a oscurecer su significado. Muchas masacres se han cometido en su nombre. No obstante, como dice el gran liberal Isaiah Berlin, que lo estudió profundamente, el efecto de su doctrina fue y es revolucionario.

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