Franco quiso pedir el Patio de la Infanta a Hitler a cambio de obras de Goya y el Greco

Un estudio del historiador Arturo Colorado revela el uso propagandístico del arte tras la Guerra Civil.

En 1957, Ibercaja adquirió el Patio de la Infanta. Luego lo reconstruyó en su sede.
Años después de la derrota del nazismo, en 1957, Ibercaja adquirió el Patio de la Infanta. Luego lo reconstruyó en su sede.
José Miguel Marco

Recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler parecía imbatible en Europa, Franco quiso agasajarlo regalándole obras de arte. Primero le envió tres zuloagas de primera línea. Luego pensó ofrecerle una docena de grecos (un apostolado completo) y un goya. Pero no uno cualquiera, sino uno de los más destacados: el retrato de ‘La marquesa de Santa Cruz’, inmortalizada por el pintor aragonés con una lira que tenía pintada una cruz de brazos curvilíneos (conocida en vasco como ‘lauburu’), de diseño parecido al de la esvástica. A cambio de esos regalos, Franco quería que Hitler le enviara... el Patio de la Infanta zaragozano.

El ‘canje’ planeado, que no llegó a fructificar, lo acaba de revelar ahora Arturo Colorado Castellary en su estudio ‘Arte, revancha y propaganda. La instrumentalización franquista del patrimonio durante la Segunda Guerra Mundial’ (Cátedra). Un trabajo de investigación en cierta manera ‘hijo’ de un libro anterior, ‘Éxodo y exilio del arte’, en el que el autor, catedrático de Historia y Análisis del Arte Visual de la Complutense, desentrañaba la pequeña y gran historia del Museo del Prado durante la Guerra Civil.

"En aquellos años el franquismo instrumentalizó el patrimonio histórico para satisfacer sus necesidades políticas –asegura el investigador–. El Patio de la Infanta se ofrecía a la venta en París en 1938 y el alcalde de Zaragoza pensó en intentar recuperarlo pero no reunió el dinero necesario. Así que, con los alemanes controlando buena parte de Francia, las autoridades franquistas vieron la oportunidad de conseguirlo, en una operación con claros tintes propagandísticos. Pensaban que los alemanes verían con buenos ojos devolverlo a España porque el anticuario era judío".

Un éxodo en parte oficial

Hitler, que era un pintor frustrado, soñaba en aquellos años con un proyecto gigantesco en Linz, el Führermuseum, con el que quería deslumbrar al mundo. Y agradecía enormemente el regalo de obras de arte. La operación tenía más de agasajo que de canje, aunque se contaba con que el Patio de la Infanta regresara a España. Pero no cuajó.

"La idea, que atribuyo a los germanófilos del régimen, estuvo encima de la mesa durante unos meses, aunque lo que se pretendía no era tanto recuperar el Patio de la Infanta como halagar a Hitler", añade el historiador. Pero finalmente se desechó, porque Franco no vio claro el desarrollo de la contienda y prefirió mantener cierta distancia respecto a Alemania. Y el Patio de la Infanta se quedó en París hasta que lo compró en 1957 Ibercaja, que, en los años 80, lo reconstruyó en su sede central zaragozana.

El caso de ‘La marquesa de Santa Cruz, los grecos y el Patio de la Infanta ocupa tan solo una decena de páginas del libro de Arturo Colorado. Por ellas desfila lo más granado del patrimonio español.

"Durante la Guerra Civil española hubo un importante éxodo de obras de arte –señala Colorado–. Por un lado, se evacuaron a Ginebra 500 obras del Museo del Prado; igualmente, de modo oficial, desde el País Vasco y Cataluña se llevaron importantes obras a Francia. Pero todo esto fue para protegerlas. Paralelamente hubo saqueos, sí, pero de obras quizá no tan fundamentales, y el franquismo, por razones propagandísticas, metió en el mismo saco todo. De las que salieron por vía oficial regresaron lógicamente a España todas o prácticamente todas, mientras que las que salieron por saqueo solo regresaron en algunos casos. Y algunas de las robadas lo fueron no en la Guerra Civil, sino en la de la Independencia". Fue el caso de la ‘Inmaculada’ de Murillo, la Dama de Elche, las coronas de Guarrazar, o valiosos documentos del archivo de Simancas, cuyo regreso el régimen ‘vendió’ como una devolución, cuando en realidad fue un intercambio. España envió a Francia un velázquez, un greco y un tapiz de Goya.

"Ese dato se le ocultó a la opinión pública española –concluye Colorado–. Y es muy importante. El intercambio era desigual, sí, pero porque Francia tenía su orgullo y no podía rebajarse hasta el punto de devolverlos sin ninguna contraprestación. Hay que tener en cuenta el contexto histórico del momento. El Gobierno de Petain quería contentar a Franco y, si no hubiera sido por el contexto histórico, ese intercambio nunca se hubiera producido. Aún así dejó una huella profunda en el país vecino. Los museos franceses estuvieron décadas sin colaborar con los españoles".

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