El tirón del 'swing' en Aragón

El baile conocido mundialmente como 'Lindy hop' continúa pisando cada vez más fuerte, sobre todo en la capital aragonesa.

Bailando swing en Zaragoza, en un baile organizado por SwingOn.
Bailando swing en Zaragoza, en un baile organizado por SwingOn.
SwingOn

Baile social, clases abiertas o incluso clandestinos –una sesión al aire libre abierta al público-, como el que se llevó a cabo el pasado domingo, 18 de febrero, en la plaza de las Armas de Zaragoza y en el que se dieron cita medio centenar de personas a ritmo de 'swing'. Cada vez resulta más habitual escuchar este tipo de actividades en la capital aragonesa, y es que el 'swing', o como realmente se denomina este baile, el 'Lindy hop', continúa ganando adeptos en Aragón y, sobre todo, en la capital aragonesa.

Desde 2013 la Asociación SwingOn Aragón aglutina a la mayoría de personas que se decantan por este estilo de baile, en la actualidad en torno a 220 personas. “Nuestro mayor objetivo es el fomento del swing en Aragón mediante la organización de bailes sociales en diferentes locales, la realización de talleres y formaciones puntuales para nuestros socios y la participación en eventos sociales y actos benéficos”, enumera Pepe Gabás, portavoz de la asociación.

Aunque se ha extendido la denominación de baile swing, realmente se denomina ‘Lindy hop’, un estilo de baile popularizado en Nueva York por bailarines afro-americanos en los años 20 cuya historia viene de largo. “El nombre surgió en 1927 en el SavoyBallroom durante un concurso de baile en honor al primer vuelo transoceánico de la mano de Charles Lindbergh”, explica Gabás. El nombre, que utiliza el diminutivo del nombre piloto, Lindy, incluiría la palabra ‘hop’ por la gran cantidad de saltos y pasos aéreos que causaron furor en aquel momento.

Tras la Guerra Mundial y la desaparición de este baile de las salas y escuelas, en los años 90 se vivió un resurgir en Suecia de la mano del considerado padre del Lindy Hop, el profesor de baile y coreógrafo americano Frank Manning. “Le dijeron que querían aprender los pasos de los años 20, y aunque al principio rechazó la oferta acabó viajado a Suecia para enseñar este baile”, asegura Gabás. A partir de 1989 viajaría una vez al año y conseguiría que el swing comenzase a expandirse por otros países de Europa.

En opinión de Gabás, su sencillez –consta de un paso básico de 8 tiempos y varía según la velocidad de la música- y su libertad de movimiento –que se basa en la improvisación y en ‘dejarse llevar’- son algunos de los ingredientes que han permitido que este tipo de baile siga creciendo entre los aragoneses. “No es un baile de contacto, aprendes unos pasos y luego los metes cuando quieres, todo de manera improvisada”, añade el zaragozano, que opina que se puede conocer a una persona a través de su forma de bailar: “bailas como eres”.

En cuanto al perfil de los bailarines de swing aragoneses, la mayoría son mujeres y la edad media ronda los 30 o 40 años. “Muchos vienen de otros bailes como la salsa o el tango, aunque también hay bastantes músicos que llegan por curiosidad”, asegura Gabás.

Además, se trata de un estilo de baile en que nos encontramos con dos roles, el de líder y el de follower, cuyos pasos son prácticamente simétricos. “Esto se debe a que en los años 30 había más mujeres que hombres en las salas de baile, algo que también ocurre ahora, así que bailaban entre ellas”, explica.

Pero sin duda, uno de los grandes atributos del swing es el de servir de terapia para quienes dedican un par de horas a la semana a esta disciplina. “Sirve para conocer gente nueva, es un baile muy sociable ya que vas intercambiando de pareja y rotando todo el tiempo. Además te sirve para desconectar”, asegura Gabás. En su caso, cada miércoles a partir de las 21.30 se dan cita en el Juan Sebastián Bar de Zaragoza, “el suelo es de madera, eso es muy importante porque las rodillas sufren mucho”, afirma.

Sin embargo, y aunque parezca que en Zaragoza se vive una auténtica fiebre del Lindy hop, aseguran que no tiene nada que ver con otras ciudades como Barcelona, Madrid o Valencia. De hecho, a la capital aragonesa llegaría hace apenas una década, pero ¿cómo y de la mano de quién? Sería en el año 2010 con Marta Montserrat, gerente de la escuela Zaraswing.

Cada lunes, a partir de las 20.00, se dan cita en el café Dublin donde intercalan tiempo de baile social con clases abiertas para interesados y curiosos. “Así es como llega la mayoría de la gente, casi por casualidad y tras ver a gente bailar”, afirma.

Un baile que engancha

En su caso, Montserrat llegó a Zaragoza por amor, sin embargo, no había ningún lugar donde bailar. “Me pegué una buena temporada yendo y viniendo a Barcelona para poder bailar los fines de semana”, recuerda. Por eso, y tras toparse con gente con sus mismos intereses, decidió fundar Zaraswing junto a David Manero: “En 2011 empezamos a organizar bailes algunos fines de semana que luego pasaron a ser cursos regulares en una academia”.

Por sus cursos han pasado en torno a 300 personas, muchas de ellas –la mayoría- empezaron desde cero. “El swing engancha, cuando lo pruebas, te das cuenta de que desprende energía y alegría y de que te olvidas de todo. Por ahí es por donde más engancha”, reconoce. “No es complicado, no es cuestión de edad y tan solo hace falta ropa cómoda, el calzado adecuado y ganas de aprender. Con 10 sesiones ya se puede obtener una soltura para bailar”, añade.

Montserrat da clases todos los días de la semana y baila prácticamente a diario. En la actualidad se trata de una de las personas que se dedica de manera profesional a su pasión, y asegura que su sueño es fundar una escuela de swing en Aragón: “Es muy pronto todavía pero, por qué no”.

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