Monika Zgustova: “El Gulag ha llegado hasta la Rusia de hoy”

La biógrafa de Bohumil Hrabal, uno de los premios Cálamo de 2018, habla ce ‘Vestidas para un baile en la nieve’ (Galaxia Gutenberg).

Monika Zgustova es la autora de 'Vestidas para un baile en la nieve', la historia de nueve mujeres en el Gulag.
Monika Zgustova es la autora de 'Vestidas para un baile en la nieve', la historia de nueve mujeres en el Gulag.
Oliver Duch

Zaragoza es importante para mí por diversas razones. Esta es la tierra de Goya. Soy una gran admiradora de su obra. He estado en el Museo Goya de Ibercaja y vi también la exposición que se le dedicaba en Caixaforum. Qué maravilla. Qué emoción. Como me gustan su pincelada, sus autorretratos; los de juventud, los del adulto, de unos 40 años, los del hombre maduro que está a punto de despedirse del mundo», dice Monika Zgustova (Praga, 1957), una de esas mujeres adornadas de diversos dones: la suavidad y la elocuencia, la sinceridad y la empatía, la firmeza de su discuro literario impregnado de humanidad. Es narradora, traductora (del checo y del ruso) y biógrafa de Bohumil Hrabal. Mañana recibe uno de los premios Cálamo de 2018 por su libro ‘Vestidas para un baile en la nieve’ (Galaxia Gutenberg). Los otros ganadores son: Verónica Gerber Bicecci, Juan Gómez Bárcena y Juan Madrid.

Así que está fascinada con Francisco de Goya.

Sin duda. No es difícil. Es un gran pintor. Voy a dejar por un tiempo estos mundos, vinculados al estalinismo y al Gulag que he estado explorando, y voy a escribir una novelita en torno al pintor de Fuendetodos. Mejor dicho: es una novela donde la Duquesa de Alba ofrece su visión del pintor.

¿Solo del pintor?

Del pintor y de su propia vida. La Duquesa de Alba fue más que una musa. Es una mujer de su tiempo, eclipsada por la burocracia, por la intrigas, pero de haber vivido en otro tiempo hoy estaríamos hablando de una escritora o de una pensadora. Seguro. Sabía mirar, pero fue una víctima.

¿Una víctima, como las mujeres de su libro?

No en esa dimensión, pero fue una víctima. Estas nueve mujeres de ‘Vestidas para un baile en la nieve’, con las que conversé en Moscú, Londres y París, vivieron experiencias estremecedoras.

Desde luego. Vayamos con ellas. ¿Cómo se le ocurrió este libro?

La idea partió de una visita a Moscú en 2008. Me cité con un amigo escritor, Vitali Shentalinski, que está publicado en España, y me dijo que se a iba a celebrar una reunión un tanto excepcional, que solía hacerse cada dos años o así, de personas que habían estado en el Gulag y que habían sobrevivido. Me pareció un buen proyecto. Acudí.

¿Y qué sucedió?

De entrada fue una experiencia conmovedora. Había muchas mujeres y su actitud era muy distinta a la de los hombres, más callados, como poseídos aún por una atmósfera de silencio y pena. Y ellas eran todo lo contrario, parecían felices, sonreían. Habían logrado rehacer su vida, y las que no lo habían hecho se habían abrazado a la cultura: a los libros, sobre todo, a la música. Y otras se emplearon en el cuidado de niños, de minusválidos, se abrieron camino en la ciencia.

¿Ya salió de allí con un libro en la cabeza, entonces?

Tal vez. Pedí contactos y logré citarme con varias personas. Y así nació en libro: nueve mujeres, de diversos orígenes, acabaron en el Gulag. En el Gulag de Stalin, en el de Jruschov, e incluso en los terribles hospitales psiquiátricos, en los 60 y 70, con un exceso de medicación. En medio se me coló una novela, ‘La noche de Valia’, basada en el testimonio de una de esas mujeres, Valentina, pero en realidad es una novela, con su trama y con su drama. Valentina fue una mujer que quiso suicidarse y darse a la fuga, que conoció a un soldado de la marina norteamericana y que tuvo una niña con él. No se lo perdonaron. Es una novela con claves de ficción.

Fue una mujer muy especial.

Desde luego. Cuando la dejaron en libertad, no pudo rehacer su vida. Era de las pocas que no pudo: lo intentó, y lo que ella hizo para sobrevivir fue rodearse de libros. Estuve en su casa y había libros por todas partes, montañas de libros. Así se resarcía del pasado: a través de las vidas ajenas.

Las nueve mujeres parecen renacidas del dolor.

La frase le habría gustado a Fiodor Dostoievski. Es curioso: yo había mostrado mi interés por este asunto un tiempo atrás y había hablado con psicólogos. Todos me habían dicho que eran personas abatidas, sombrías, que no habían superado el trauma. Me encontré con todo lo contrario: mujeres inteligentes y expresivas, luchadoras.

¿Quiso siempre que el libro fuese como un reportaje?

Sí. Eso es. Es el acta de un encuentro de dos o dos horas y media a cinco con cada una de ellas. Años después, cuando tenía el libro avanzado, volví a Moscú para participtar en un recital en ruso y español, e hice algunas llamadas y visitas. Así fui redondeando el libro en forma de entrevista…

Bueno, hay momentos en que usted casi desaparece y deja que fluya el monólogo, la confesión, casi la catarsis.

Sin duda. Tenía tal fuerza el testimonio que no merecía la pena incorporar nada. Por lo regular son muy buenas narradoras. Y sucedía una cosa: si les preguntaba mucho, si buscaba matices o algunas obsesiones personales, eso las incomodaba, les cortaba el hilo. Me encontré un día con Svetlana Aleksiévich…

¿La Premio Nobel ucraniana?

Exacto. Ella ha trabajado mucho el panorama de los testimonios y me dijo que en el fondo había algo que no podían contar: los temas sexuales. Es verdad: el sexo era un tabú para ellas y no querían hablar de violaciones, que las hubo y de distinto nivel de violencia o de sinrazón. Me dijo: «Jamás habrían admitido la violación».

Recuerdo cuánto impactó y a la vez cansó en España el ‘Archipiélago Gulag’ de Alexander Solzhenitsyn. ¿Cómo lo leyó usted?

Como pude. Ya llega un momento que cuando me cansa una página la paso… Y también hice eso cuando llegaba a aquella borrachera de nombres, pero había muchas más cosas dentro. Ha habido varios Gulag, por decirlo así: desde el exilio hasta el más terrible y extremado, que afectó a gente, entre otras tipologías, acusada de haber colaborado con los nazis. Como le pasó a Elena, que era ucraniana, sabía alemán y la acusaron de haber ayudado a los nazis. Lo que había es ayudar a los pacientes ucranianos, a los que había cuidado, vigilados y acosados por los alemanes.

¿Por qué detenían a la gente?

Por todo. Las detenciones, inesperadas y arbitrarias, tenían diversas motivaciones: una carta, una delación, una frase, una sospecha. O a veces se quería castigar a otro a través de sus hijas, esposas o amantes, como sucedió con Irina Emeliánova, que era hija de Irina Ivínskaya, la amante del Premio Nobel Boris Pasternak, disidente.

¿Visitó el Gulag?

La verdad es que no. Había desaparecido con sus barracones y no era fácil ya. Alguien me lo reprochó. No era fácil llegar. También es cierto que este libro me ha cambiado la vida. Yo soy otra. Le doy a más importancia a lo vital y bastante menos a la futilidad. Estas mujeres son una impresionante lección de vida, de lucha y futuro. Después de ver y oír lo que han vivido ya no puedo quejarme de casi nada. Me lo han contado todo con viveza y con dignidad. Es una palabra clave.

¿Dignidad? ¿Por qué?

Vivieron en condiciones límites. E intentaron sobreponerse a través de la paciencia, la poesía y la música. Me impresionó como recitaban los poemas de memoria, cómo se los pasaban de unas a otras. Y otro tanto sucedía con la música. Pero dignidad también en otro sentido: no incurrieron en injurias, en denuncias, que estaban muy bien vistas porque recibías comida; no fueron insidiosas en el Gulag con los demás. Una de ellas, Ariadna, escribió una frase que resume el estado de ánimo general: «Vivo en una tristeza sin expectativas».

Impresiona su reinserción en la vida social.

No les fue fácil. Pensaban que después de lo que habían pasado no se podían divertir, ni oír jazz, ni ir al cine. Una de ellas no renunció al cariño y a la lealtad a su primer novio. Otro caso impresionante fue el de la ya citada Elena, que intentó recuperar el tiempo perdido, empezó a estudiar a los 40 años y se convirtió en una de las mujeres de ciencia más importantes de Rusia.

Todos los casos son bastantes conmovedores, incluso en sus hábitos. Algunas se casaron con hombres que habían estado en el Gulag.

Les pareció lo más normal, aunque la vida no fue fácil. A veces resultaban violentos, bebedores, no soportaban el peso del pasado, pero ellas también pensaban que no habrían podido vivir con otros hombres. Lo que más me impresionó fue que muchas les daban las gracias a la vida en el Gulag: les había dado una experiencia límite que las había forjado para existir y resistir mejor.

¿Qué imagen queda de todo esto en el país?

El Gulag ha llegado en Rusia hasta nuestros días. Hasta Putin. No gusta hablar de ello. Allí vivieron y nacieron niñas que cuando salieron a la calle no reconocieron a un perro porque siempre lo había visto atado, con los guardias. El Gulag, en todas sus fases, representa lo más indeseable.

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