Frío glacial

Como una broma de mal gusto costumbrista, me quedé precisamente sin gusto (ni olfato) en mitad de la Navidad. Estar más de una semana privado de dos sentidos te da cierta conciencia de la independencia. Por ejemplo, renegar de Arias Cañete cuando vi un yogur en la nevera y dudé de si echármelo a la boca: "Hermana, ¿puedes olerlo?". "Sí, está bueno". Es impresionante lo delgada que es la línea de la autonomía. Se presupone que estamos hechos para todo y contra todo, y uno hasta se lo cree; hasta que llega ese día en el que no sabes si los yogures caducan. En comunidad es más fácil: la cena de final de año con los amigos, el picoteo de la empresa, los encuentros con compañeros que ves una vez al año… "¿A que está bueno el jamón?". "Pues mira, sí, sin ser muy salado y con el tocino justo". Me podía haber comido un trozo de césped y no hubiera notado la diferencia. Pero dije eso a pesar de las miradas del resto de los comensales. Hay veces que te estás ahogando y solo te queda sonreír, y es tal el empeño en el gozo, que mientras no rechistes no importa si puedes acabar sembrando la Romareda o el Alcoraz andando en cuclillas y sin manos.

De la edad nacen esas seguridades que has de imponerte cuando caminas helado de frío a firmar testamento, que exige ante notario no solo el pavor de tus inseguridades sino que el resto acuda a pedirte consejo. De ahí nace el futuro: venganza de las semanas pasadas, prepotentes, con las que de hasta mis certezas temo. "¿Y tú qué harías?". Agarrarme, supongo, a una piedra anclada y no separarme de tu pregunta hasta que me des la razón. Las dudas, cerca de los treinta, son un abismo que se escucha a lo lejos; cuando te empiezas a dar cuenta de que solo has sido valiente cuando estabas solo. Por eso crecer es apasionante, suicida, y la inconsciencia, el mal necesario para evitar que nos paralice el miedo.

Seguiremos creciendo, claro, y se supondrá que tendremos consejos que dar por aquello de la experiencia valiente (¿valiosa?) de la universidad de la vida, que es tan universal y mundana que de casi nada sirve. Peinaremos canas, errores, pistas negras de esquí, ropa rota… en la enciclopedia universal de estos días que serán los de otros. Y ahí estará nuestro testimonio: echándonos en cara el frío glacial que congeló nuestros miedos.