Sánchez Ferlosio, el pensador radical

El ensayista y narrador, autor de libros como ‘El Jarama’ o ‘‘Vendrán más años malos y nos harán más ciegos’, cumple 90 años y sigue leyendo y escribiendo en sus cuadernos.

Retrato de Rafael Sánchez Ferlosio, premio Cervantes de 2004.
Retrato de Rafael Sánchez Ferlosio, premio Cervantes de 2004.
Efe/Heraldo

Rafael Sánchez Ferlosio siempre ha leído con lupa. No solo ahora, que usa dos (una para los titulares de prensa y otra para los libros y la letra pequeña de los artículos), sino que siempre ha ejercido de iconoclasta y de inconformista. “¿Lobo, moderno? No sé. Yo tengo mucho de anticuado. Soy un filósofo de campanario”, ha dicho. No le han gustado nunca las frases hechas, las verdades del barquero: ha preferido analizar, desmitificar, señalar imposturas y fraudes, y buscar otras percepciones, su propia voz. Durante tres lustros estudió Filología con el objeto de adueñarse de la significación exacta de las palabras y de su historia. De ahí que suela decirse que escribe uno de los mejores castellanos del país.

Rafael Sánchez-Ferlosio se ha desmitificado hasta a sí mismo, y podemos leer algunas opiniones, o veredictos, cambiantes sobre sus propias obras. Ya sea ‘Alfanhuí’ (1951), su primer relato, entre picaresco y fantástico, o su novela ‘El Jarama’ (1955), que fue un ejemplo de prosa fría y objetiva, vinculada al decir popular, que ocultaba el drama de una joven ahogada en el río. O ya sea ‘El testimonio de Yarfoz’ (1986), una novela que rompía con la senda anterior y que fue considerada durante años uno de sus grandes libros: “Es un coñazo que está lleno de nombres inventados”, le dice hoy al narrador y periodista José Andrés Rojo.

Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma, en tal día como hoy, 4 de diciembre, porque su padre, Rafael Sánchez Mazas, era corresponsal del diario ‘ABC’. Mazas, autor de libros como ‘La vida de Pedrito de Andía’ y líder de la Falange, fue el hombre que inspiró la novela de Javier Cercas y la película de David Trueba, ‘Soldados de Salamina’. Ferlosio perteneció a la generación del 50, la de Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Juan García Hortelano, Alfonso Sastre (ennoviado entonces con la actriz y modelo zaragozana Mayrata O’Wisiedo), Luis Martín-Santos o Carmen Gaite, a la que conoció en 1950. Se casaron en 1953 y se separaron en 1970. Enamorado de una nieta surgida de un posterior matrimonio, Ferlosio y Gaite perdieron en los años 80 a su única hija, Marta.

Como si hiciera borrón y cuenta, y quisiera desmarcarse de sus inicios, Sánchez Ferlosio se fue transformando en un observador crítico, en un analista de cultura contemporánea, en un intelectual que, quizá a su pesar, derivó en cierto modo hacia la figura de gurú. Abrazó el ensayo. Con las debidas distancias y diferencias, Sánchez Ferlosio estaría en ese santuario crítico que frecuentan y frecuentaban Agustín García Calvo, Juan Goytisolo, José Luis Sampedro, Gustavo Bueno y Emilio Lledó. Ahí están libros tan interesantes y llenos de ideas como ‘Las semanas del jardín’ (1974), ‘Mientras no cambien los dioses’ (1986), ‘La homilía del ratón’ (1986), una selección de sus artículos de ‘El País’, donde ha colaborado durante años, igual que ha hecho en ‘Abc’.

Un libro clave en su trayectoria fue ‘Vendrán más años malos y nos harán más ciegos’ (1993), que se hizo acreedor al Premio Nacional de Ensayo y al Ciudad de Barcelona. Era un libro síntoma, una mirada sobre la España contemporánea de alguien que ha escrito de casi todo: de la guerra, de la publicidad ( “Hoy es todo belleza, moda. La televisión es pura publicidad. Es terrible”, dijo), el terrorismo, del nacionalismo, de la identidad (para desmontarla, por supuesto: “La odio profundamente. Identidad personal, nacional, colectiva... No es más que un fetiche”, le dijo a Arcadi Espada). Es un escritor de cuaderno, perfeccionista, intuitivo, rápido y reflexivo a la vez, lo mismo critica a Ortega & Gasset que a Vargas Llosa y se pronuncia contra la profundidad, distingue entre la idea del esfuerzo y el sacrificio, y tiende a dar la vuelta al mundo, a España y a lo que considerábamos estable o seguro como a un calcetín. “Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere”, es una de sus citas más célebres.

A menudo se puede pensar que tiene un pensamiento extravagante y que provoca como nadie. Se divierte en la transgresión, en la especulación de las ideas y en el puro ejercicio del juego. Es brillante, le encantan las subordinadas, las frases río, y a la vez es un perfeccionista de la puntuación y del ritmo. También hay en él, o lo hubo al menos, algo de pensador cabreado. Tiene muchos seguidores. Y a pesar de su elaborada inadaptación, que también parece visceral o surgida de una inteligencia a la contra, ha sido elogiado y galardonado por el poder. Primero obtuvo el Premio Cervantes, en 2004, y después el Nacional de Letras, en 2009. Sus obras se reeditan todo el tiempo, y recientemente aparecieron sus obras completas en cuatro volúmenes en Random House; antes estuvieron en Destino. Maestro del aforismo, un buen libro para conocer mejor sus pensamientos es ‘Campo de retamas’ (2015).

Durante años fue un gran lector de novela policíaca, acude a menudo a Hegel, Adorno y Walter Benjamin, y siente debilidad por una novela del siglo XIII como ‘Calila y Dimna’, que rescataba hace poco Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, en una nueva edición. José Benito Fernández publica en Árdora, ‘El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía’, de más de 500 páginas.

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