Psicoterapia de Dios

El último libro del profesor Boris Cyrulniken reflexiona desde sí mismo, desde la óptica de un neurólogo y psiquiatra que no se permitía "animar a trabajar este recurso", es decir, a Dios.

Salí pronto del hotel. Rue Traversière, boulevard Diderot, Gare de Lyon. Un paseo corto. Con tiempo por delante. Mucho. Dispuesto a recorrer ese espacio lleno de historia, de gentes. Quería mirar la galería de frescos, curiosear las tiendas y entretenerme en una librería que descubrí la primavera pasada, cuando estuve por primera vez. Tenía todo pensado. Incluso el sitio donde sentarme a leer esperando la salida del tren. Pero no pudo ser. La librería estaba cerrada y la zona en obras. ¡Quién podía imaginar! Por suerte, después de deambular por los múltiples rincones de esa enorme estación, encontré un kiosko donde podía al menos explorar revistas y unos pocos libros. Esta vez la fortuna me acompañó. Compré ‘Charlie Hebdo’, con su portada azul provocadora ‘Les Catalans plus cons que les Corses’ (los catalanes más estúpidos que los corsos) y un libro, el último de Boris Cyrulnik, ‘Psychothérapie de Dieu’. Primera edición septiembre.

Con el ‘Hebdo’, el semanal, estuve un buen rato riéndome. Son ácidos, sarcásticos. El artículo editorial, fantástico. El resto, desigual. Me faltaba información y contexto para comprender algunas de las viñetas más provocadoras. Es un humor que no deja títere con cabeza. Estimulante. Una lectura en las antípodas del libro de Cyrulnik.

En la contraportada lo presentan como "neuropsiquiatra, director docente en la universidad de Toulon, escritor de numerosas obras". Un hacedor de ‘bestsellers’. Quince años atrás, el mejor. En 2002 su libro ‘Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida’, supuso un giro para pensar el dolor, la culpa, la capacidad de superación de traumas. Una ventana abierta a la esperanza a partir de un concepto fecundo y versátil, ‘resiliencia’: capacidad de las personas para enfrentarse y afrontar los problemas, sean individuales o sociales y salir adelante, resistir y continuar. Es una transposición de un término ingenieril, del campo de la resistencia de materiales: ‘capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido’. Una analogía triunfadora. Aquella propuesta de Cyrulnik estaba especialmente centrada en los niños y de esa misma fuente nace su nuevo libro.

En esta ocasión se arriesga a presentar la ‘psicoterapia de Dios’ y una teoría del espíritu. Se atreve a entrar en un terreno sembrado de controversias. Lo hace con habilidad en treinta y un capítulos más introducción, conclusiones y epílogo. Donde, posiblemente, la frase final es la mejor síntesis del libro: "Dios sufre cuando existe el mal. Pero lo que acabamos de descubrir sobre la psicoterapia de Dios nos ayuda a enfrentar los sufrimientos de la existencia y disfrutar mejor la simple felicidad de ser". Un epílogo que arranca situándose en el dolor de las heridas íntimas de los niños soldado y en sí mismo como un neurólogo y psiquiatra que no se permitía "animar a trabajar este recurso", es decir, a Dios.

El libro es de fácil lectura. Se devora, de hecho llevaba casi dos tercios cuando llegamos a Barcelona. El tren tiene esa ventaja. Se puede leer con comodidad. Y en esta ocasión, tuve circunstancias adecuadas. Me tocó la lado de un joven al que no le gustó nada la portada del ‘Charlie’. Puso cara de sota y mueca de asco. Solo intercambiamos un par de saludos. No hay mal que por bien no venga. Me sumergí en esas letras que conectaban lo social, lo psicológico y lo espiritual. Hablaba del alma, del cuerpo y del espíritu. De la teoría del apego, —vínculos que se imprimen desde la infancia con el amor de los padres, familiares— del espíritu y de la construcción de la personalidad. Explicando argumentos sencillos, sin rubor, sin preocuparse por entrar en la inmensa literatura existente. En este caso es la voz de un terapeuta experto, curtido por miles de horas de conversación y de observación de la psyche humana en distintos contextos y problemas. Recuerda con claridad que los seres humanos somos creyentes. Todos. Y lo explica. "Todos tenemos una representación del mundo en el que creemos. Esta representación es una construcción del mundo que comienza con nuestro sistema nervioso". Esa interacción entre cerebro y espíritu le lleva a afirmar que "la fe es un precioso factor de resiliencia", "una esperanza galvanizante" que cada religión interpreta de una manera. Cada cerebro creyente celebra con el júbilo de quienes creen, algo que sucede de otro modo en quienes no necesitan de Dios porque cuanto más organizada está una sociedad, menos se le necesita. Sus críticos, que los tiene, no aceptan ni sus generalizaciones, ni la superficialidad. No obstante, deja abierta una vía que conecta con la moda del ‘mindfulness’. Ese rezar el rosario-zen, sin creer en Dios.