Los recuerdos de Castro y Calvo. Pasteur y Del Río

El aragonés, catedrático de literatura de la Universidad de Barcelona, fue profesor de varias generaciones de escritores catalanes.

Castro y Calvo (a la izquierda), con Eugenio d'Ors, en 1953.
Castro y Calvo (a la izquierda), con Eugenio d'Ors, en 1953.

Uno de los mejores libros de memorias que uno ha leído en su vida es el de quien fuera catedrático de literatura de la Universidad de Barcelona, el aragonés José María Castro y Calvo. El libro se titula "Mi gente y mi tiempo" y se publicó en Zaragoza en 1968. Castro y Calvo, catedrático en Barcelona como he dicho durante muchos años, fue profesor de varias generaciones de escritores catalanes, entre ellos de Carlos Barral, quien lo recuerda en "Los años sin excusa" y cuenta la conocida anécdota de que su profesor, ante un inminente viaje a Dublín, les recomendó a Alfonso Costafreda y a él ir a visitar a Joyce, cuando este, que había vivido buena parte de su vida en ciudades como Roma, Trieste, París o Zúrich, pero no en Dublín, llevaba por entonces (hacia 1950, año en que más o menos se desarrollaría esta escena) unos cuantos años muerto.

Quizá no fuera Castro y Calvo, a la vista de este y otros testimonios, un catedrático muy puesto al día, pero sí fue un escritor delicado y elegante, un zaragozano apasionado de su tierra y, tal y como confirman todos cuantos lo conocieron, un hombre bondadoso. Aquellas memorias no tuvieron ningún éxito. Estuvieron saldadas años y años sin que nadie se interesara por ellas. Y sin embargo es un libro conmovedor, escrito con una prosa bellísima, lleno de cálidas evocaciones de muy diversos personajes, desde los más humildes aldeanos de Azanuy, en el Alto Aragón, de donde Castro y Calvo procedía, y sus vecinos del zaragozano barrio del Arrabal, donde nació en 1903, hasta los más empingorotados catedráticos como José Gaos, Carlos Riba, Manuel Serrano Sanz, José Salarrullana, Andrés Giménez Soler o el alcarreño Luis del Río, que fue su catedrático de histología en la Facultad de Medicina de Zaragoza (pues Castro y Calvo, hijo y nieto de médicos, antes de doctorarse en Letras se había doctorado ya en Medicina con una tesis sobre Servet).

Del Río, que le tenía cierta pelusilla a Ramón y Cajal y de ahí que sus alumnos no estudiaran con el libro de texto del de Petilla sino con unos apuntes “asaz primitivos”, les contaba que cuando paseaba por París el propio Pasteur le decía: “Adiós, del Río”, y este le contestaba: “Adiós, Pasteur”. Y añadía presuntuoso: “Los sabios siempre se conocen”. Así de tierno es todo el libro. En la foto Castro y Calvo a la izquierda, junto a Eugenio d'Ors, en 1953.

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