Ricky Martin se marca un gran crescendo y cautiva a 8.000 devotos en Zaragoza

El puertorriqueño remató a lo grande un espectáculo que comenzó al ralentí.

Llegó, tapeó, vio, bailó, cantó, sonrió... y sí, venció. Lo consiguió una vez más este César al que llaman Ricky en su casa y en el mundo entero. De cata en El Tubo a catarata de aplausos en un pabellón que pasó de la timidez al despendole. El Príncipe Felipe se llenó, gradas y pista, incluyendo esas 400 personas enclavadas en la zona 'premium' que soltaron 100 boniatos para ver de cerca al ídolo boricua. Un estajanovista de la sonrisa y el brinco, cantante de rango vocal moderado que aprovecha al máximo, afina como una cuchilla y pone al público en solfa al primer dorremí, si la noche acompaña. El de Zaragoza resultó ser un público más contemplativo que bailón, aunque en la parte final cambió el cariz de la película gracias a las buenas artes de su protagonista.

Pónganse en canción, como si lo estuvieran viendo ahora. Diez minutos después de la hora fijada, una intro electrónica saluda la llegada de la banda. El jefe aparece poco después en la trasera del escenario, escaleras arriba, traje y corbata negros, impecable. No tarda un segundo en rumbear; Enrique Martín no para, como tampoco lo hacía su homónimo futbolista de Osasuna en los ochenta cuando roturaba a zancadas la banda izquierda del Sadar. Comienza un espectáculo que incluye media docena de cambios de ropa ejecutados con el apoyo de interludios musicales y audiovisuales, algún solo de guitarra en clave de rock y un fantástico juego de luces.

La cámara le hace un primer plano corto, que se exhibe en las pantallas. "Tiene arrugas", suelta un espectador, que debe ser de la quinta del puertorriqueño. "Toma no, tiene 45; y bien que le quedan", le dice su pareja, una chica de ojos brillantes que probablemente tuvo a Martin en una carpeta durante primero de BUP. Don Enrique gasta bigotillo fino, a lo Gable, y no se ha dejado en el hotel esa sonrisa que contagia 'ipso facto' a los despistados, amén de un arsenal de recursos escénicos capaces de convertir un velorio en sambódromo.

Le acompañan en la mitad de los temas ocho bailarines; chicas y chicos, cuatro y cuatro, todos en reto permanente de las leyes físicas gracias a alguna fibra alienígena en sus articulaciones. La banda, más que solvente, se completa con varios coristas que sostienen las canciones cuando Ricky se lanza al baile. Uno de ellos esespecialista en fraseo, para esos mechados de rap en medio de los himnos latinos que pusiera de moda Pitbull la década pasada. El inicio, no obstante, resulta algo frío... hasta que 'Adrenalina' hace honor a su esencia etimológica y provoca los primeros braceos. Curiosamente, el repertorio deriva a continuación en balada con 'Tal vez'. Ahí llega el primer parlamento a la afición: simple, cariñoso, hedonista. "Hemos venido aquí a pasarlo bien, a olvidar los problemas". Guiño: el tema concluye con dos compases del 'If You Leave Me Now' de Chicago. Con 'Livin' la vida loca' se ven ya bailes desatados, todavía escasos. Zaragoza reacciona con más entusiasmo a las baladas: 'Tu recuerdo', 'Te extraño', 'Vuelve'...

Fuego en los cuerpos

Con 'Vente pa'ca', éxito reciente, el personal sí enloquece. Campo abonado para el movimiento, que rematan -algunas en pedacitos- 'María', 'La bomba', 'Por arriba', 'Pégate' o 'La copa de la vida'. Dedicatoria a Venezuela, "un país al que quiero, y que está sufriendo". El broche, 'La mordidita'. El bocado de realidad, con masticado posterior a dos carrillos, se lo llevan a la salida 8.000 almas entusiastas. Como decía Manquiña en 'Airbag', muy profesional.

Ricky, "Vente Pa' Ca"


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