Morante, punto y aparte

Con un noble toro de Cuvillo, una faena memorable del torero de la Puebla vivida como una fiesta mayor.

Morante, en la Feria de Sevilla, en una tarde en la que consiguió dos orejas.
Morante, punto y aparte
Marcelo del Pozo/Reuters

Sevilla. 14ª de abono. Lleno de No hay billetes. Nubes y claros, ventoso. Dos horas y veintidós minutos de función. El Juli, intervenido en la enfermería de la plaza de una cornada de 15 cms. en el glúteo derecho de pronóstico grave.


Seis toros de Núñez del Cuvillo


?Morante de la Puebla, silencio y dos orejas. El Juli, saludos y gran ovación recogida en el tercio y clamorosa en el callejón camino de la enfermería. Roca Rey, una oreja. Picó perfecto al tercero Manuel Molina. Notables en brega y banderillas Álvaro Montes y José María Soler.


Corrida de dos mitades. La segunda borró a la primera, que fue de solo toros colorados. Anovilladito un primero tan sin fuelle que, luego de emplearse en varas, a los diez viajes ya estaba pegando pequeños taponazos, de querer pero no poder embestir. Morante lo había toreado de capa cumplidamente en el saludo. Dos lances de prueba y un manojo de siete severas verónicas ligadas por las dos manos y el remate de media que más que medía fue un cuarto. Una faena diligente, breve, sin pausas ni apenas nada más. Nubes de Huelva, viento de poniente, cielos cerrados cuando saltó el segundo. Parecía el hermano mayor del primero. Astifino, como toda la corrida. Un derribo en la primera vara, caballo herido y Diego Ortiz ileso pero atrapado en la refriega bajo el peto. Un picotazo de Salvador Núñez, de trámite por orden de El Juli. Salió Roca Rey a quitar. Ruidosa salida. Dos tafalleras y dos caleserinas y una revolera. Ninguno de los cinco lances tuvo más valor que el del gesto. El gesto del desafío. De la revolera salió el toro maltrecho, los pitones enterrados en la arena, un volatín completo. El Juli se dio por aludido y decidió replicar. De largo: tres chicuelinas vertiginosas, de latigazo, dos medias y la revolera. Se celebró el invento. Y más que el invento, el gesto.


A la hora de la pelea, un toro aplomado y remolón. El Juli abrió con cuatro muletazos genuflexos muy ajustados y el del desdén, y se salió al tercio. Sería por impaciencia, por no esperar al toro o por provocarlo. El viento no dejó elegir terreno ni distancia. Un trasteo sin relieve: ni baches ni vuelo. Una certera estocada al salto. El tercero, acapachado, hechuras más redondas que las de los dos primeros, fue el mejor de los tres. Estiradas de salida, son del bueno. Larga cambiada de rodillas en el tercio de Roca Rey para abrir boca, delantales, media y la revolera. En un quite Roca repitió el mixto de tafallera y caleserina, con la guinda de dos saltilleras. No hubo quórum. Galopadas del toro en banderillas, brindis al público y enseguida una faena de mayúsculo aguante, imperturbable firmeza, valor del seco. Solo que el viento se puso a levantar tales remolinos que ni los papelitos se posaban. No se le fue un pie a Roca. Un cambio de mano con un natural redondo ligado con el de pecho. ¡Música! Y a tragar quina cada vez que, descubierto, estuvo a tiro del toro, muy asustada la gente. Arrucinas, bernadinas de ajuste formidable, grandes pases de pecho. Una estocada desprendida. Y una oreja que el torero limeño agarró como un tesoro.


La segunda mitad fue memorable: Morante, tocado por las musas y los dioses, en una faena de calidad suprema y singular sello. De las de dibujar a pulso de pincel y mano alzada el risueño toreo en redondo que en el canon moderno representa la idea misma del clasicismo. La figura dormida, suelto el brazo, encajado el cuerpo en la suerte cargada en todas las bazas, absolutamente todas. Tandas de cuatro ligados y abrochados con el cambiado por alto; un farol antes de ponerse con la izquierda para torear con la misma calma pero no el mismo ritmo.


Y la vuelta a la mano de firmar antes de enroscarse en un molinete de magia: se le había caído la muleta en un remate -de llevarla tan prendida de los dedos- y del suelo la recogió para envolverse en ella y dejar el cuadro pintado casi del todo con un raro relámpago. Casi. Porque antes de cuadrar, toreó con la zurda a pies juntos -la escuela gallista antigua- y a la igualada se llegó con un sutil juego de manos. La banda acompañó el concierto con esa versión tan sinfónica del Amparito Roca -la percusión apagada, el pífano en solos- que parece patentada, nueva y otra. Una estocada, muerte lenta del toro, colorado, que, noble a rabiar, fue de los de llevárselos envueltos a casa como un postre de manteca. Dos orejas. Un clamor indescriptible. Se había vivido la faena de Morante como una verdadera fiesta, rubricado y subrayado cada uno de sus tiempos y celebrado como una monumental comunión pagana. Llegó a calmarse el viento al comienzo de faena.


Los dos últimos cuvillos, negros, más armados que los demás, salieron agrios y difíciles. Y en particular el quinto. Torear después de los registros celestes de Morante era como echarle un pulso al demonio. Viento. Toro de cuerna arremangada, expresión de genio, un trote nada halagüeño, punteo del capote de El Juli, se volvió a buscar al dueño de la capa ya entonces, un segundo puyazo lo hizo rodar. Roca Rey estaba como el bicho que picó al tren: salió a quitar, con las vueltas del capote, el toro no consintió.


El Juli apostó por el toro. Una apuesta carísima, porque ahora se había puesto el toro gazapón -venía al paso y midiendo- y adelantaba por las dos manos. Todo paciencia en esta baza El Juli. Con la voz, más alta de lo que se entiende por hablarle a un toro, se fue convenciendo a sí mismo. No era sencillo. Hasta que después de una docena de opacos muletazos con la diestra, Julián se echó la muleta a la zurda, le pisó al toro su terreno, lo aguantó y le pegó una soberbia tanda de tres y el de pecho. Y enseguida, otra todavía mejor abrochada con temerario cambio de mano.


Entró la gente en faena. Imponente la respuesta de El Juli. Y más después de una cogida vivida como un sobresalto. Lo cazó el toro en un regate en corto, le hizo un boquete en la taleguilla a la altura del glúteo y lo buscó en el suelo, y lo tuvo entre los cuernos hasta tres veces. El Juli se zafó del acoso, se llegó hasta la barrera cojeando y sin demora pidió las armas de nuevo. Una ovación de trueno cuando de nuevo estuvo puesto donde los toros hieren. Una tanda más con la izquierda, se arrancó la música, el clamor no dejaba ni escucharla. Dos pinchazos, una estocada. Al salir a saludar hasta el tercio, sonó la ovación más cerrada de toda la tarde.


El sexto, la cara por las nubes, ninguna fuerza, reservonería defensiva solo consintió a Roca Rey un arrimón descomunal, de los de intercalar en el toreo en la suerte natural con el cambiado por la espalda en terrenos y distancias inverosímiles. Cabezazos del toro, ni un temblor de Roca. Tremendo, no tremendista. Dos pinchazos. Toro afligido antes de doblar.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión