Frente a frente

La culpa fue de Ivy. Pero me dejé llevar.

Después de más de tres años, qué menos. Divisar el fin del mundo. Porque eso era lo que se atisbaba desde la costa del pequeño puerto de Scrabster en el extremo norte de Escocia, a un tiro de piedra de las Orcadas, el vacío agreste de un mar ronco que invitaba a alejarse tierra adentro.


Llegamos después de haber atravesado los temibles e inhóspitos páramos de Caithness, cansados, ateridos de frío, a pesar de la ropa supuestamente resistente al viento y a la humedad. La exterior. La otra carece de protección.


Ella sonrió al mar embravecido. Yo me giré y detrás de mí escuché, alto y claro, una voz que en castellano con ese acento que sólo tenemos los aragoneses que no residimos en Aragón proclamó la posesión durante unos míseros segundos de aquel terreno. Lo hizo suyo, nuestro.


Era doce de octubre. Y nuestra ofrenda la depositamos en forma de silencio en el fondo de aquel mar que nunca volveríamos a ver. Y sonreí.

E Ivy me abrazó…