Falleció el sábado

Torrubia: arte para vivir

El pasado sábado fallecía el pintor, escultor, editor y poeta, a los 80 años de edad.

Creaciones de Miguel Torrubia
Creaciones de Miguel Torrubia
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"Amor, // guarda una brizna de tu luz // para cuando yo muera". Eso escribió el pintor, escultor y poeta Miguel Torrubia (Zaragoza, 1932-2013) en su libro 'Soledad cósmica'. El pasado sábado fallecía a la edad de 80 años; en los últimos tiempos había ingresado en una residencia. Miguel era un hombre suave y generoso, apasionado en los últimos años por el arte digital, que recibía con una sonrisa en su restaurante familiar de La Marmita, que también tenía algo de exposición permanente de su obra y de la de algunos de sus mejores amigos, como el finado Ángel Maturén.


Torrubia nació en la calle San Blas en 1932. Era hijo de obreros y tenía cinco hermanos. Siempre recordaba que la onda expansiva de un bombardeo había dado con sus huesos en la cama. Empezó a trabajar a los trece años en una empresa de maquinaria; pronto pasó al departamento de dibujo y de delineación, y cursaba por libre peritaje. Hacía esculturas con una navaja, "que se parecían un poco a las de Giacometti. Trabajaba con una navaja, un cristal para pulir y con ramas de árbol de madera curada", que les regalaba a sus amigos médicos. Empezó a frecuentar el Estudio Goya, donde coincidía con Antón o Hanton González, y la Peña Niké. Allí departía con Guillermo Gúdel, con Julio Antonio Gómez, más de una vez acudió a su casa del Doce de Octubre, con Manuel Pinillos (que hacía exámenes grafológicos a los más jóvenes) o con Raimundo Salas, que se fue pronto a Madrid y murió joven y "era mi mejor amigo". Por allí también andaban Miguel y José Antonio Labordeta o el pintor José Orús.


Julio Antonio Gómez era para él el más divertido y el más gamberro: una noche acudieron a despertar a su casa al historiador y crítico de cine Manuel Rotellar al grito de "Rotellar, Rotellar del cine. En medio de las piernas tienes el signo de tu virtud". Otro día, chisposillo, el 'Gordo' Gómez empezó a gritar: "Estamos hartos de monjas y curas y gentes del mal vivir". Torrubia agregaba: "Salimos todos corriendo".


Miguel fundó con uno de sus hermanos un taller de maquinaria: hormigoneras, grúas y montacargas. Realizaron varias patentes de éxito. Para entonces ya había empezado con sus exposiciones: le interesaban grandes artistas como Jorge Oteiza, Julio González, Martín Chirino o Pablo Palazuelo, "uno de mis pintores favoritos, que escribe y pinta muy bien". A él le apasionaba la geometría: "La geometría encarna la precisión, la perfección. Es un poco metafísica y también tiene algo esotérico". Le gustaban experimentar, jugar, enredar con las formas, con los ensamblajes, con las cajas, con los móviles.


Tenía una relación muy especial con Ángel Maturén, Andrés Galdeano y Antonio Fernández Molina. Con este le unía la poesía y el arte. Fue editor de la editorial Litho Arte, cuyo director literario era Carlo Liberio de Zotti. En 2010, expuso una selección de sus obras en el Torreón Fortea. Entonces confesaba a HERALDO: "Me gustaría ser recordado con un gran artista, pero por desgracia no lo soy ni lo he sido. El arte me ha dado amigos, momentos felices y algún que otro disgusto. Me ha ayudado a vivir. Y en la poesía he encontrado una fuente de serenidad y un complemento ideal a la creación plástica". Con desarbolada dulzura revelaba: "Hago retratos de palabras".


Escribió una vez: "Qué perro de niebla me lame / la carne / erosionada en el tiempo". Podría haber sido el poema de alguien que anticipó su muerte y que había confesado con candor y sinceridad, tras su bella exposición del Torreón Fortea: "Cuando era joven, yo también me sentía un aprendiz de Dios".