Entrevista

"Escribimos para hacer memoria"

Alberto Salcedo Ramos, cronista, analiza su oficio, sus libros, la realidad alucinante de Latinoamérica y el futuro del periodismo

Alberto Salcedo Ramos
"Escribimos para hacer memoria"
A.C.

Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, Colombia, 1963) ha sido bautizado como el “cronista de cronistas”. Ha estado en el Congreso de Periodismo Digital, presentó su nuevo libro en Cálamo e impartió un taller sobre periodismo en la Asociación de Periodistas de Aragón.


¿Qué le llevó al periodismo?

En realidad quería ser escritor de ficción, pero algunos adultos de mi familia me dijeron que como novelista podría morirme de hambre. Estudié periodismo con la idea de que sería una actividad que haría temporalmente mientras daba el salto a la literatura, pero en el periodismo me sentí tan bien que ya no he vuelto a sentir ganas de hacer novelas o cuentos.


¿Por qué se inclinó hacia la crónica?

La crónica tiene la belleza de la literatura y la oportunidad del periodismo. Álvaro Cepeda Samudio, un escritor colombiano definió este género como “literatura de urgencia”. En este género es posible investigar como los reporteros y escribir como los escritores. 


¿Quiénes le enseñaron el camino?

Algunos compañeros aventajados que me fui encontrando en el camino, como Jorge García Usta, un periodista y escritor colombiano con el que compartí espacio en una sala de redacción. También, los grandes maestros a los que he leído: Tom Wolfe, Truman Capote, Joseh Mitchell, John Hersey, Gay Talese, Norman Mailer. 


¿Cómo explicaría un país como Colombia?

Un país de gente mayoritariamente buena, luchadora y valiente, que ha sobrellevado con valor un conflicto armado muy largo y degradado, así como el estigma internacional de quienes nos señalan en los aeropuertos como si todos fuéramos narcos. 


¿En qué medida sortea un periodista eso que se llama, en Colombia y en Latinoamérica, lo real maravilloso o la realidad alucinante?

Yo he dicho que un escritor de ficción crea lo sorprendente, mientras que un autor de no ficción solo lo descubre en la realidad cuando investiga con juicio. La realidad de América Latina en general está llena de rarezas. Ya no asombran mucho a la gente porque son pan de cada día. 


¿Cuándo y cómo se percató de que la realidad dicta las mejores y las más fascinantes historias?

En los periódicos, en las noticias de la televisión o en las voces de la gente de la calle. Uno aguza la mirada y los oídos, y las historias van apareciendo. 


¿Es fácil para un escritor de su país, e incluso de Latinoamérica, sustraerse del magisterio de García Márquez?

Ya hoy no nos hacemos esa pregunta. Se trata de hacer el trabajo con profesionalismo y disfrutarlo. A algunos, más que a otros, se les filtra la voz de García Márquez, que es tan contagiosa. A otros, no tanto. Ni lo uno ni lo otro me parece un problema.


Por cierto, desde el punto de vista del estilo, de la percepción de las cosas, ¿qué significa ser un escritor caribe o caribeño?

El Caribe es una explosión de luz, de colores. La gente habla a los gritos. Tú vas por una esquina de Cartagena, en Colombia, o por un parte de Santo Domingo, en República Dominicana, y te detienes a conversar con los amigos que te encuentras casualmente. La vida en el Caribe existe en función de la palabra y de la interacción en los espacios abiertos, a la luz del sol. Eso crea una cierta predisposición para las historias.


¿Qué te atrajo de Kid Pambelé, el boxeador Antonio Cervantes, a quien le dedicó el libro ‘El oro y la oscuridad’ (Aguilar)?

Fue el deportista que nos enseñó a conjugar el verbo ganar. Su historia atraviesa un momento importante de nuestras vidas. Me interesaba buscar los vasos comunicantes entre él y lo que somos como país.


¿Cómo nace un libro como la historia de Emiliano Zuleta: ‘El testamento del viejo Mile’ (eCícero, 2013)?

Zuleta era un juglar analfabeto que cantaba para ayudarse a vivir. Jamás escribió una sola copla en un papel, y sin embargo, todo el mundo se sabe sus canciones. Él no necesitó imprimir sus palabras para defenderse del olvido. Eso es grandeza.


¿Qué es un vallenato aplicado a tu trabajo?

Un 'folclor' del Caribe colombiano. Sus tres elementos esenciales muestran un gran sincretismo cultural: el acordeón es europeo, el tambor es africano y el güiro es de los indígenas americanos. 


¿Por qué insiste tanto en que la historia de Mile es la mejor de las suyas?

No creo que sea la mejor. Fue la que más disfruté mientras la hacía. Pero la mejor no es. Mile es un sabio analfabeto de aldea, un talento natural y un ilustrado en el arte de las mujeres.


Dice: "El cuento si es bueno aparenta ser real; la crónica si es buena parece ser un cuento, una ficción..."

Esa es una frase de García Márquez. Yo la comparto.


¿Qué procedimientos de ficción incorpora a sus textos?

La ficción no es una característica de la crónica. La crónica, como periodismo, es un género de no ficción. Durante mucho tiempo los novelistas y cuentistas quisieron adueñarse de los relatos. Lo que hizo la crónica fue decirles que también en el periodismo se puede narrar. Narrar no es hacer ficción.


¿Cómo se defiende un periodista de los caudillos, de la violencia, de la injusticia, de una realidad tan dramática como suya?

Escribimos para hacer memoria. Los periódicos que solo contienen noticias se envejecen muy pronto. La crónica los pone a salvo del olvido.


¿Cómo vive la realidad de las nuevas tecnologías, qué aportan, qué idea nueva traen al periodismo?

Son una realidad de estos tiempos. Ramón Gómez de la Serna era un gran tuitero. Lo que pasa es que en su tiempo no existía Twitter, pero él dejó los tuits, todos memorables. Lo que hacen los tecnócratas de hoy es crear una plataforma tecnológica. Los contenidos son de siempre.


¿Por qué no ha escrito ficción?

No siento esa necesidad.


¿Cómo valora su paso por España, por Zaragoza, por Huesca, por el Congreso de Periodismo Digital? 

Estupendo. Me he sentido feliz en este lugar del mundo, que he sentido cercano a pesar de la distancia y cálido a pesar de este invierno tan duro.