El enamorado de Jean Seberg

Carlos Fuentes era uno de los escritores claves del 'Boom' y uno de los grandes maestros de la literatura mexicana con Octavio Paz, Juan Rulfo y Alfonso Reyes, entre otros. Tuvo una infancia y una adolescencia itinerantes: nació en Panamá en 1928 y vivió en distintos países porque su padre era embajador. Eso haría de él un niño cosmopolita y curioso, muy lector, con un talento innato para la literatura. Escribió mucho y de casi todo con especial voracidad. Con el paso del tiempo, Carlos Fuentes sería un escritor muy completo, capaz de abordar diversos géneros: el relato y la novela, el periodismo, el ensayo literario y político, el guión de cine (adaptó 'El gallo de oro' de Rulfo) e incluso el libreto de ópera. Fue, como García Márquez o Julio Cortázar, dos de sus mejores amigos, un hombre próximo a los círculos del poder: como Gabo especialmente se sentía fascinado por los presidentes y mandatarios, y su debilidad fue sobre todo Fidel Castro, aunque también fue amigo de Allende, de Clinton y de Chirac.


Fuentes decía que el verdadero compromiso del escritor es con la invención y con el idioma. Él, además de un complejo novelista que analizó y recreó la violenta historia de su país y del continente iberoamericano, fue un explorador del lenguaje, un virtuoso de la palabra, un amanuense del decir. Y fue, sobre todo, un creador de personajes (ahí están Artemio Cruz, Laura Díaz, Diana o Jean Seberg, el 'gringo viejo' Ambrose Bierce, Cristóbal Nonato...) y un creador de territorios y de paisanaje. A los dieciséis años retornó a su país, que se convertiría en la materia central de sus libros, sobre todo en su gran trilogía política mexicana: 'La región más transparente', 'La muerte de Artemio Cruz' y 'Cambio de piel', tres libros decisivos en lo que se llamó el 'boom latinoamericano', del que formaban parte, además de los citados Cortázar y García Márquez, su paisano Rulfo (Fuentes siempre dijo que la gran novela mexicana fue 'Pedro Páramo'), Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Lezama Lima, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, Cabrera Infante, etc. Esa saga se vio enriquecida con un libro un tanto experimental y caudaloso como 'Terra Nostra', una especie de friso de la colonización española a partir de la conquista de América.


Carlos Fuentes fue un hombre de grandes pasiones: una de ellas fue la actriz Rita Macedo, que convenció a Luis Buñuel para que le diera el papel de Andara en 'Nazarín', y otra, con más glamur, fue Jean Seberg, a quien le dedicó 'Diana o la cazadora solitaria': vivieron juntos varios meses y ella, que lo abandonó por Clint Eastwood, aparecería muerta, envuelta en el poncho mexicano que le había regalado. Carlos Fuentes fue un autor preocupado por la injusticia y con un barniz de misionero contra la injusticia y el capitalismo, a la manera de Juan Goytisolo, Gunter Grass o José Saramago. Se sentía heredero de Cervantes y 'Don Quijote', de Alejando Dumas, de Dostoievski, de Thomas Mann (al que vio de joven un restaurante suizo) o de Milan Kundera.


Escribió relatos fantásticos como 'Aura', tan elogiado, le apasionaba Francisco de Goya (al que rindió homenajes en varias ocasiones), era amigo y admirador de Luis Buñuel, con quien coincidió en México y en París, y de su guionista Julio Alejandro Castro, y barajaba la redacción de sus memorias.


En Zaragoza, en el Teatro Principal, se representó 'Orquídeas a la luz de la luna', su mirada hacia la decadencia de María Félix y Dolores del Río; la pieza decepcionó y encolerizó a las dos actrices. A menudo, Fuentes parecía desabrido o inelegante en ocasiones y eso le produjo más de una polémica. Estaba en posesión de numerosos premios, entre ellos el Cervantes y el Príncipe de Asturias. Fue adaptado en varias ocasiones al cine, aunque quizá la película más famosa fuese 'Gringo viejo' de Luis Puenzo, con Gregory Peck y Jane Fonda. Se esforzó en crear un corpus totalizador de la novela como espejo del mundo: le preocupó la política y la violencia, el amor, el deseo y la muerte, el misterio, el poder, la masacre, la injusticia. Y también fue un defensor de la libertad: el escritor es un hombre que toma partido y que no se resigna. Quiere transformar el mundo con las palabras y, en el caso de Carlos Fuentes, con su actitud solidaria y crítica que le llevaba por ejemplo a reclamar en su país mayor apoyo y sensibilidad hacia los jóvenes y un combate severo contra la droga.