GANADOR DEL CERVANTES

Nicanor Parra: ángel y bestia

Retrato de un antipoeta indomable y vitalista que acaba de ganar el Premio Cervantes con 97 años.

El poeta Nicanor Parra
El poeta chileno Nicanor Parra, Premio Cervantes 2011
ALFAGUARA

Los Parra son especiales en Chile y en Latinoamérica: desde Nicanor Parra a su hermana Violeta, suicida por amor hacia alguien obscenamente joven, desde Ángel e Isabel Parra a Colombina Parra, la hija del hombre de estatura mediana y estatura mediana, casi aindiados, mapuches, que recibía ayer el Premio Cervantes, galardón que ya poseían otros dos chilenos: Jorge Edwards, que frecuentó mucho en Calaceite a su paisano José Donoso, y Gonzalo Rojas, distinción que se suma a otros dos galardones universales: Gabriela Mistral fue Nobel en 1945 y Neruda, el poeta oceánico del amor y del lenguaje, que lo fue en 1971. En este río arterial de nombres de la poesía, de la cultura y de la canción chilenas (tampoco debemos olvidar a Vicente Huidobro, el poeta creacionista que está en el epicentro de las invenciones de Parra y que fue, con Juan Larrea y Gerardo Diego, un alquimista de las vanguardias. Como Nicanor Parra, Huidobro era un escritor a contrapelo, distinto, un inventor de imágenes felices, de sueños, de delirios de la palabra.


La energía del universo Parra también caracteriza a Nicanor Parra. Su padre era maestro de escuela y músico, y su madre, modista, era una de esas mujeres maternales capaces de eternizar la tarde con canciones y coplas. El joven Nicanor se inclinaría por las Matemáticas y la Física, pero también por la lírica: bebió de la tradición popular, de los romanceros y de la facilidad de Lorca, y su primer libro era un ejercicio deslumbrante y acaso ingenuo de estrofas y rimas en asonante a la manera lorquiana, y a ello volvería en ‘La cueca larga’ (1958). Más tarde, abrazaría otros credos: el canto de Walt Whitman, la ironía de Luciano, la perplejidad y el absurdo de Kafka, la huella indígena con el cóndor, el poncho y sus magias cotidianas. Y un día, tras haber estado en universidades de Estados Unidos e Inglaterra, el científico dio una vuelta de tuerca a la lírica de su país con ‘Poemas y antipoemas’ (1954), un libro germinal, distinto, desmitificador, de poesía redactada con palabras de la calle, con ironía y cinismo, con un humor que empezaba en uno y un prosaísmo controlado.


En cierto modo, Nicanor Parra buscaba el otro lado de la montaña del canto coral de Pablo Neruda: huía de la grandilocuencia y de la brillantez de las metáforas para hablar de las cosas menudas, del destino del hombre, del tiempo y de la ciencia, de la pasión casi primitiva o salvaje por las cholas, por esas mujeres desnudas que eran para él el primer volcán del mundo, el río imparable de la luz y de la belleza. La mujer y su desnudo han sido la llamada inmediata al numen para el poeta. Escribió en ‘La montaña rusa’, un poema de ‘Versos de salón’: “Durante medio siglo la poesía fue / El paraíso del tonto solemne. // Hasta que vine yo // y me instalé con mi montaña rusa. // Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo / Si bajan echando sangre por boca y narices”. Casi un manifiesto de la antipoesía de alguien que ha traducido ‘Rey Lear’ y ‘Hamlet’ de Shakespeare.


Desde entonces, Nicanor Parra, esa voz a la contra, fue ganando adeptos. Y fue ganando adeptos su simpatía inmediata. Y su enigma. Se multiplicó su leyenda de conquistador y de hombre de grandes y violentos amores. En Chile era el amigo y el antagonista de Neruda. Bien mirado, no son tan distintos, sobre todo si pensamos en el Neruda cotidiano de las odas. Incluso tenían ambos casa en la Isla Negra. Pero Parra estaba al margen de todos los partidos: podía ser anarquista y socialista en un mismo día; podía ser clásico y moderno y transgresor en la misma tarde; taoísta y ecologista; se reinventaba a sí mismo anticipando su fin, redactando su autorretrato, o desmadejando su inventiva en chistes, artefactos (breves poemas que funcionan como epigramas y que luego también serán creaciones de poesía visual), nuevos versos, historias telúricas o tratados de buen humor a prueba de hecatombes.


También ha hecho poesía visual, instalaciones, objetos literarios, y ha apoyado con una huelga de hambre a los mapuches. Otros libros capitales de Nicanor Parra son ‘Obra gruesa’ (1969), ‘Artefactos’ (1972), ‘Chistes para desorientar a la po(lic)esía’ (1983) y ‘Hojas de parra’ (1985). El Premio Cervantes de 2011, de 97 años, se ha retratado así para la inmortalidad en su ‘Epitafio’: “Ni muy listo ni tonto de remate. /Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!”.