ARAGÓN

Vender libros o la tarea más ardua

Paco Pons recuerda algunos hábitos de los libreros aragoneses de antaño.

El monje procede, en este grabado tan evocador, a la iluminación de libros
Vender libros o la tarea más ardua
ARCHIVO HERALDO

El historiador alemán Felix Dahn (1834 – 1912) afirmó que «Escribir un libro es fácil… pero vender libros es la tarea más ardua a la cual un ser humano pueda dedicarse». Este librero no se atreve a confirmar que sea la tarea más ardua, pero sí cree que es una compleja y apasionante forma de ganarse el sustento.


El primer documento que conocemos relacionado con la Cofradía de Libreros de Zaragoza data del año 1573, si bien cien años antes –exactamente en el año 1473– se suscribió en Zaragoza el primer contrato de imprimir. Eran nada menos que veinte libreros –se conocen todos sus nombres– los que firmaron ante un Notario del Reyno las «Ordinaciones de la Cofadría –repito ‘Cofadría’– de Libreros, fundada en la Yglesia del Señor Santiago de la pressente Ciudad de Zaragoza, so invocación y patrocinio del Bienaventurado y Glorioso Doctor de la Yglesia, San Gerónimo». Alguno de los fundadores de la ‘Cofadría’ tenía un nombre simpático, como Antón de Ojos Negros. Otro podría ser de origen extranjero, como Hernando de París, y ya puestos a suponer, creemos que dos de ellos podrían ser parientes, como Luis Ganareo y Miguel Ganareo. Aparece en el grupo un Juan de la Cuesta que no podemos confundir con el misterioso impresor de la edición Princeps del Quijote –año 1605- y de cuya biografía se ignora casi todo, a pesar de ser uno de los nombres más conocidos en nuestra historia del libro.


Con la lectura de los textos de las Ordinaciones (‘El Gremio de Libreros de Zaragoza y sus Antiguas Ordinaciones’ de Guillermo Redondo Veintemillas. Zaragoza, 1979) podemos saber detalles acerca de la estructura de las librerías. Las personas que trabajaban en ellas podían ser Maestros, Mancebos u Obreros y Aprendices. Solamente los Maestros podían formar parte de la Cofradía y por ello asistir a las reuniones gremiales. Para ser Maestro Librero, había que pasar y superar un examen, que permitiera demostrar sus conocimientos. Si hubiera más espacio, les contaría las curiosidades que se recogen en las Ordinaciones y en el Libro de las Actas que comprende los años 1639 a 1814. El documento manuscrito original de las Actas se conserva en la Universidad de Zaragoza y ha sido publicado (‘El Libro de Actas de la Cofradía de San Jerónimo, de Libreros de Zaragoza, de Natividad Herranz Alfaro. Zaragoza, 2007) con la transcripción de lo que los Notarios de la Cofradía escribían acerca de lo acordado en las reuniones de los libreros. Tenían que superar el recelo de los poderosos –eclesiásticos y políticos– que ya se habían dado cuenta de que los libros eran elementos peligrosos, capaces de lograr que las personas del Reyno pudieran pensar por sí mismas, con los riesgos que conllevan para el control de los pueblos.


Me limito a recordar algunos detalles «humanos» de las Ordinaciones y de las Actas y que son el mejor modo de conocer la vida de las librerías. Por ejemplo, la obligatoriedad de asistir todos los Maestros Libreros a las reuniones de la Cofradía y de permanecer en silencio cuando uno de ellos estuviera hablando, tras recibir el uso de la palabra de parte del Mayordomo que presidiera la reunión. Y se lograba eso porque a quien incumpliera alguno de los puntos acordados en las Ordinaciones, el Mayordomo de Bolsa (Tesorero) le imponía una multa, que podría ser en especie –aceite para la lámpara permanente del altar de San Gerónimo– o bien en dinero para el fondo pecuniario que servía para pagar las tasas locales y del Reyno.


Ahora bien, lo que ha tocado el alma de este librero ha sido la solidaria costumbre que había de atender a la viuda de un librero fallecido, si quería continuar con la ‘botiga’ y sus hijos eran todavía pequeños. Se buscaba y se elegía por parte de la Cofradía uno de los Mancebos (u Obreros) de las otras librerías, para que se trasladase a la del fallecido y se pusiera al frente de ella. Ese Mancebo pasaría el examen para ser Maestro a la primera ocasión que hubiera y tendría derecho a que se le concediese al menos el sueldo recibido en la librería anterior.


En las Actas no se cita que entre los posibles candidatos a cambiar de librería se procurase elegir uno que fuera soltero, para «facilitar todavía más las cosas»… aunque la imaginación de este librero tiende a suponerlo, quizás condicionada por el bello discurso de la escritora Ana María Matute, con ocasión de recibir el Cervantes. Allí se hace una bella disertación a favor de la imaginación y de la invención y algunos creemos que «somos lo que leemos y lo que imaginamos».


No se pierdan la lectura de las Ordinaciones y de las Actas de la Cofradía de Libreros de Zaragoza. Disfrutarán aprendiendo e imaginando.