ARTE

Federico Torralba: «Las galerías llevan a la gente a comprar las firmas, no el arte»

Cuando los museos celebran su Día Internacional, este especialista pide para el Serrano un presupuesto que le permita ser ambicioso.

Federico Torralba vive rodeado de libros.
Federico Torralba: «Las galerías llevan a la gente a comprar las firmas, no el arte»
JOSé MIGUEL MARCO

A punto de cumplir los 98 años (lo hará el próximo 31 de agosto), Federico Torralba sigue siendo una referencia inexcusable en la historia cultural de Zaragoza. Aunque la edad le impide hacer algunas cosas, se mantiene activo y al corriente de lo que ocurre. Tanto de los nuevos valores que admira, como Jorge de los Ríos, como de los nuevos eventos culturales. Se le vio en la reciente y masiva reapertura del Museo Serrano.


¿Qué le ha parecido el museo?

Está muy bien, estupendo en muchos aspectos, con una terraza fantástica que habría que llenar de esculturas y utilizarla para los cócteles e inauguraciones. Pero un edificio de esas dimensiones debe tener mucho 'movimiento' para que esté vivo. Lo lógico es que sea el museo de referencia de Aragón en cuanto a arte contemporáneo, porque tiene tres enormes salas para exposiciones temporales. Pero esa virtud es también un problema. No se puede llenar con muchos y pequeños elementos. Hay que organizar grandes exposiciones, y eso es caro. Es un museo con muchos problemas, a mi modo de ver. Aunque igual veo mal?


Usted nunca ha tenido claro lo de crear un museo de Goya.

Sería muy interesante tenerlo, pero ¿de dónde sacamos los Goyas? Un museo no se puede crear sin contenido. Y goyas sedicentes hay muchos, pero goyas de verdad?


Ha visto muchos que no lo son.

Me han enseñado algunos para que los acreditara, pero en ese campo no me he metido. Nunca lo he hecho. Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, que Carmen Bayona, la hermana de la pianista, me dijo: 'Mi profesora de música cree que tiene un goya'. Y fuimos a verlo. Era un último piso sin ascensor. Cuando llegamos arriba estábamos casi sin respiración? y luego era un simple grabado inspirado en una obra de Goya. Eran los tiempos en que todo el mundo éramos muy facilitones. Había mucha ingenuidad. Ahora, cada supuesto goya o greco que aparece tiene una enorme trastienda detrás. Son piezas que en su mayoría provienen de Barcelona, y que van cambiando de manos una y otra vez.


En los últimos años se han comprado en Aragón varias obras de Goya con vistas a ese proyecto.

Siempre está bien que se compren obras de arte para exponerlas, sobre todo cuando uno está seguro de que son obras de Goya. Pero alguna de las cosas que se han comprado son mediocres, como el retrato del infante -Luis María de Borbón y Vallabriga, adquirido por la Fundación Plaza por 12 millones de euros-. Es muy flojito.


¿Y qué le parece el Museo Camón, tras la renovación?

Fantástico. Está estupendo, y eso que algunas cosas no son auténticas. Camón Aznar tenía una cosa llamativa: nada de lo que caía en sus manos podía ser copia de nada. Cuando se montó el museo todo estaba lleno de obras maestras. Pero no era así: había copias u obras que los artistas no consideraban a la altura del resto de su producción. Tras la inauguración del museo, un amigo mío decía, con mucha sorna, que estaba «muy bien, porque no tiene más que grandes firmas». En cualquier caso, en el museo hay también muchísimas grandes obras. Camón tuvo la oportunidad de comprar piezas que estaban muy bien, porque después de la guerra civil hubo mucha gente en Madrid que vendió sus obras de arte.


Usted también tuvo esa oportunidad. Al fin y al cabo fue galerista. Y tanto en Kalos como en Atenas fue un pionero, un rompedor. La primera muestra de Picasso en Zaragoza la trajo usted.

Ya me hubiera gustado comprar muchas cosas, como alguna pintura de Picasso, que no tengo; lo que poseo es un aguafuerte. Pero he sido muy mal comerciante porque he sido muy honrado. Me engañaban como a un tontito, vendía poco y mal. Aunque una vez... Una vez tenía un Picasso y se lo ofrecí a un señor de Zaragoza. Él pensó que lo había traído por mediación de los Gaspar, y se fue a hablar con los galeristas a Barcelona, para intentar comprarlo más barato. Los Gaspar estuvieron muy bien, le dijeron que el precio era el mismo allí que aquí. Y este señor se quedó sin el Picasso. Por tonto, porque además era una obra muy bonita.


Su vida ha sido el arte contemporáneo, Goya y el arte oriental. Esto último aún sorprende a muchos. ¿Recuerda cuándo y cómo sufrió el flechazo?

No sabría decirle. El interés por el arte me vino de mi madre, que había sido premio de canto del Conservatorio, pero que no se dedicó a ello porque entonces no estaba muy bien visto. Me compraban la revista 'Chiquilín', y allí yo veía fotos de obras de arte. También salían cosas orientales, y en sus páginas contemplé las fotografías que me animaron a ver 'Los nibelungos', de Fritz Lang... Cuando era crío y vivíamos en un chalé de las Delicias, yo pensaba que se podía llegar hasta la China sin apearme del tranvía. También influyó en despertar mi interés un viaje que hice con mis padres a los 14 años. Me llevaron a París y observé muchas cosas que me sugestionaron. Mi abuelo me había traído de Filipinas cosas que me gustaron... A los 15 años yo ya tenía una clara vocación orientalista.


Era un bicho raro, y más en la Zaragoza de aquella época.

Claro. Aquello era algo impensable, aunque debo decir que a mí siempre me han visto como a un tipo raro... La Zaragoza de antes de la guerra era una ciudad muy pequeña, se acababa al final del Paseo de la Independencia. A partir de ahí ya solo quedaba Sagasta. Y luego, cuando nos fuimos a vivir a Doctor Casas, después de la guerra civil, desde el jardín de mi casa yo salía al campo. A partir de allí ya no había nada más. La ciudad ha crecido mucho, yo ya no la conozco... Pero no se crea, en estos años la gente no se ha hecho menos cateta.


¿Y nunca sintió la tentación de pintar?

Ya lo creo. Hice dibujos, algunas acuarelas... Pero en general eran muy malos. Solo he pintado un cuadro al óleo en mi vida, un paisaje de Zaragoza. Y aún lo conservo.


¿Cómo ve el trato que se le ha dado en el Museo de Zaragoza a su colección de arte oriental?

Al principio no apreciaba mucho interés en ella, pero eso, afortunadamente, ha cambiado. Elena Barlés ha conseguido mejorar las cosas. De todas formas, tienen cosas muy buenas guardadas en los peines de los almacenes y cuelgan en la sala un kakemono (pintura vertical) del siglo XIX con mucho menos interés. Lo mejor que yo regalé fueron varios libros japoneses de los siglos XVII y XVIII, con grabados espléndidos. Y ha sido lo que más me ha dolido perder de vista, porque me pasaba muy buenos ratos viendo los grabados. Y me chiflaban los inros (cajas tradicionales para guardar pequeños objetos). ¡Pero cómo iba a guardar todo ese caudal sin tener claro un mañana?!


Usted fue impulsor del Grupo Pórtico. ¿Cuál es su primer recuerdo de aquellos pintores?

Imagino que tendría que remontarme a alguna tarde en casa de Santiago Lagunas. Se lo pasaban muy bien él, Laguardia y Aguayo. Pero el Grupo Pórtico, en realidad, fue muy poco Pórtico. Hubo gente que se fue agregando. No olvido nunca una anécdota de la inauguración de la exposición de la Lonja -en 1949, en el marco del Séptimo Salón de Artistas Aragoneses, se organizó, a instancias de Torralba, el Primer Salón Aragonés de Pintura Moderna-. Se me acercó Fernando Solano, el presidente de la Diputación de Zaragoza, que era muy franquista, y me dijo: «El Salón está muy bien y tiene mucha historia, pero está muerto. El Salón de Pintura Moderna, aunque no me gustan esas obras, está muy vivo». Entonces el arte estaba muy anquilosado en España y las cosas modernas chocaban mucho, aunque luego la gente se volcó.


El mejor del grupo Pórtico era...

Aguayo, indudablemente. Santiago Lagunas hacía cosas con gracia, pero era un hombre muy movido, muy alocado. El que tenía más cerebro era Fermín Aguayo, que era el más consistente y el más pintor. Mucho de lo que llegó después, como El Paso, fue en buena parte consecuencia de Pórtico. Y los de El Paso hicieron cosas magníficas. Fue la transición pictórica contemporánea.


¿Antonio Saura es el artista que más le ha impresionado?

De los que he conocido en vida, uno de los que más. Me han impresionado también algunos artistas franceses, como Le Corbusier, pero era un poco más 'plano'. Antonio tenía un deje punzante de humor negro, que solo cazábamos unos cuantos, y que era fascinante. Me llevaba muy bien con él porque tenía mucho sentido del humor y nos reíamos de muchas cosas. Saura me ha gustado siempre. Ha sido un artista estupendo, un genio. Y, por cierto, se podía hacer una exposición magnífica de él en el Pablo Serrano.


¿Qué le gusta del arte actual? ¿Ha ido a ARCO?

He ido un par de veces y no vuelvo porque no me ha gustado nada. Es puro esnobismo, un truco más para encarecer el mercado.


¿Hay mucho cuento en el arte contemporáneo?

Como en todas las facetas de la vida, también lo hay. Pero, ojo, en muchas obras, en las de verdad, hay una sustancia y un porqué. Lo que pasa es que hay que buscarlo y a veces no es fácil. El dinero ha influido mucho en la situación del arte contemporáneo. La organización de las galerías, su trabajo, ha traído consigo el encarecimiento de las obras de arte. Algunos mercaderes del arte lo han sabido hacer bien, otros no. Pero, en general, las galerías han sido muy desenfadadas y han acostumbrado a la gente a comprar firmas y no a comprar arte.


¿Torralba ha creado escuela en Zaragoza?

No tengo sensación de haberlo conseguido, aunque hay una chica, Elena Barlés, que está trabajando muy bien en el arte oriental. Se ha buscado un camino propio y, como es joven y movida, puede ir a Japón y beber de las fuentes originales. Yo, lo que tenía que trasmitir ya lo he trasmitido. He tenido miles de alumnos. Algunos se acuerdan de mí y otros no.


¿No se le ha reconocido en Aragón su labor, su trayectoria?

No lo sé. Tampoco me he preocupado mucho por que se me reconozca. He sido una persona fácil, y un poco chocante, a veces, pero tengo mi gente que me estima.