LA RECOMENDACIÓN

Lorenzo Almarza: todo por y para Aragón

El militar, ingeniero, fotógrafo y montañero es objeto de una muestra en la Diputación de Huesca de 150 obras que reflejan su «mirada moderna».

Muestra de la exposición.
Lorenzo Almarza: todo por y para Aragón

El riojano Lorenzo Almarza ha sido un personaje inquieto y proteico. Un vitalista apacible que nació en Ezcaray en 1887 y falleció en Zaragoza en 1975. Militar, Ingeniero, fotógrafo y montañero, fue amigo de Ortiz de Echagüe y, entre otras muchas cosas, estuvo vinculado a HERALDO y al Sindicato de Iniciativas y Propaganda de Aragón; fue cofundador de la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, que presidió durante más de treinta años, y fue esencialmente un viajero curioso. Como recuerda su biógrafa Covadonga Martínez, sus compañeros del Club de Montañeros de Aragón, Almarza era «seco y nudoso como los picos que marcan el límite de la vegetación arbórea, sin más carne que el músculo preciso para cubrir y hacer funcionar el armazón de un cuerpo hecho por y para la caza en todos los terrenos».


Su trabajo lo llevó de aquí para allá, por tantos lugares y ciudades y países que casi resulta difícil seguirle la pista. Por ejemplo, era un gran enamorado de Italia (de Milán, de Venecia, de Florencia…) y estuvo destinado en Larache y otros lugares del protectorado español del norte de África. Vivió muchos años en Zaragoza y siempre estuvo unido a Huesca: a Benasque y a los Pirineos. Con otros amigos suyos como el alcalde Luis Gómez Laguna, fue un notable esquiador y un apasionado pirineísta.


Desde hace unos días, la Diputación de Huesca exhibe en sus salas la muestra ‘Lorenzo Almarza, la mirada moderna’ compuesta por 150 fotografías (de las más de 3.000 que constituyen su legado recogido y mimado en la Fototeca de Huesca) que ratifican varios aspectos: Almarza poseía una mirada especial, curiosa y múltiple, poseía nítido talento visual y artístico; la fotografía estaba anudada a su vida de manera natural, y en él convivían el artista libre, el fotorreportero y el hombre que se afana en ver con naturalidad y asombro. Lo veía todo: los puentes, los fragmentos arquitectónicos y el sentido de conjunto, el mundo del trabajo, el paisaje, la vida cotidiana, los detalles etnográficos. En la muestra, Lorenzo Almarza sorprende siempre: realizó muchas fotografías estereoscópicas y parecía ser ubicuo. Igual lo encontramos en Burgos, que en Venecia, Milán, o como un testigo de excepción en panorámicas del Paseo de Independencia; igual está en las cumbres, invitando a sus personajes (incluida a su propia mujer Carmen Laguna de Rins) que se asomen al abismo o esa ventana hacia los glaciares y los celajes que imponen pavor y a la vez estremecen el ojo. Lorenzo Almarza abarcó muchos campos: se interesó por la geometría, por el laberinto de luz de las líneas, por la arquitectura, por la naturaleza más abrupta, por las estampas poéticas del idilio campesino, por las mujeres, por la etnografía, por los marineros e incluso por esos niños o adolescentes que trabajan con peligroso afán colgados del aire, como la famosa foto de Lewis Hine.


Hay muchas cosas bonitas en la muestra: la vitalidad del fotógrafo, la defensa del placer de vivir, el cariño con que retrataba a sus íntimos (en particular a su mujer), las estampas marinas o los detalles de aviación, aspectos que hacen pensar en Jacques Henri Lartigue. Hay fotos especialmente emotivas, por subrayar algunas, como ‘Chistavinas’ (1915) o ‘Academia. Poniendo pizarra’ (1911), que tal vez sea la mejor de un fotógrafo que no era técnicamente excepcional, pero que sí tenía alma y temblor de artista y que se atrevió incluso con el color. La muestra, preparada con sutileza por Juan Naranjo y montada con elegancia por Miguel Ángel Melet, cuenta con un vídeo en 3D muy espectacular.