Dos intentos fallidos

Pese a su importancia, el Pilar es un templo sin terminar, al menos en lo referente a la decoración interior. POR LUIS J. GARCÍA BANDRÉS

Pese a su importancia religiosa, histórica, cultural, el Pilar es un templo sin terminar, al menos en lo referente a la decoración interior. El gran impulso del XVIII se estancó. La consolidación de la fábrica y la Guerra Civil, hicieron pensar en otros asuntos.

A finales de los 70 del pasado siglo, un alcalde, Luís Gómez Laguna y Federico Torralba, catedrático de Arte y asesor de instituciones varias, piensan en Salvador Dalí. Aquello no resultó pero reabrió el tema.


Fue en marzo de 1979, cuando de manera casual, en “El Correo de las Artes”, publico mi opinión y propuesta sobre quién debería pintar en la Basílica. Era una publicación, en papel prensa, que hacia las veces de catálogo en las exposiciones de la galería “Pepe Rebollo”. Inesperadamente, el Cabildo hace caso. Se ponen en contacto conmigo. Comienzan una serie de reuniones.

De los ocho pintores iniciales que proponía -Ángel Aransay, Natalio Bayo, Pascual Blanco, José Baqué Ximénez, José Luís Cano, Pedro Giralt, Iris Lázaro y José María Martínez Tendero- al final quedaron seis. Iris Lázaro fue la primera en declinar la oferta y después, Pedro Giralt, a quien le había tocado la Sala Capitular. Los bocetos fueron encargados gratuitamente y en septiembre, presentados en una exposición mariana, en La Seo.


En noviembre, la revista “El Pilar”, publicación oficial del Cabildo, informa que los bocetos han sido aprobados por unanimidad en una Sesión Capitular. Los espacios a pintar ean las cúpulas de cinco capillas, el techo del Museo Pilarista y el vano de la Sacristía de la Virgen. La distribución de espacios y temas -jaculatorias marianas- fue la siguiente: Ángel Aransay, capilla del Rosario, “Madre de la Iglesia. José Baqué Ximénez, capilla de la Parroquieta, “María y los pobres”. Natalio Bayo, Museo Pilarista, “Reina de la Hispanidad” y en el vano de la Sacristía de la Virgen, “Alegoría del tiempo”. Pascual Blanco, capilla de San Pedro Arbués, “La Virgen del Pilar, Patrona de Aragón”. José Luís Cano, capilla de San Joaquín, “Causa de nuestra alegría”. José María Martínez Tendero, capilla de Santa Ana, “Reina de la paz”.


El Cabildo debía costear materiales y pagar a cada artista el equivalente al jornal de un electricista o un fontanero. Tras tantas facilidades y bendiciones, nada se hizo. Por entonces, Antonio Beltrán, representante en Aragón del Ministerio de Cultura, al parecer no dio el visto bueno. ¿Se hacen una idea y valoran lo que se perdió?

Aún más surrealista fue lo sucedido en 1994. HERALDO DE ARAGÓN se disponía a celebrar su primer centenario. Dado el claro y demostrado perfil pilarista del diario, el proyecto insignia era dejar un recuerdo en el templo. Dos consejeros delegados visitan al arzobispo y le exponen su propósito: Pintar un espacio en el Pilar.


Era un testimonio de presente y de futuro ya que por entonces, la CAI recuperaba el pasado al restaurar la pintura de González Velazquez, sobre la Santa Capilla. El arzobispo Yanes, da su placet y encarga que, con el presidente del Cabildo, Antero Hombría, decidan el espacio. Es elegida la superficie abovedada entre el Coro y la cúpula mayor. Heraldo nombra una comisión para elegir el pintor. En ella, con dos personas, estaban representados: Cabildo, Universidad, Comisión de Patrimonio y Heraldo. Por parte del Cabildo acudían Antero Hombría u Eduardo Torra, cuya presencia desde el comienzo me asustó como le hice saber a Hombría. El tema tuvo repercusión en la prensa estatal. Las reuniones fueron múltiples: Planteamiento; presentación de candidatos; selecciones varias hasta llegar a tres nombres que fueron, Pascual Blanco, Santiago Arranz y Jorge Gay. Se encargan los bocetos, expuestos en el museo de Zaragoza. Sin duda, el más adecuado el de Jorge Gay que finalmente, durante una cena en “La Mar”, fue el elegido. El expediente es remitido al palacio arzobispal. La subida a las alturas de Gay se convirtió en un calvario. En otoño de 1995, los dos consejeros delegados de Heraldo son convocados por el arzobispo Yanes. Yo les acompañé. Todo lo que cuento lo viví en primera persona.


Eran las primeras horas de la tarde. Un día gris. Elías Yanes nos recibió en una sala del segundo piso. Le acompaña Domingo Buesa Conde, entonces, asesor del arzobispado. Tras un saludo muy protocolario, la respuesta de Yanes fue ¿surrealista? Primero: Pensaba que Heraldo iba a restaurar algo, no a pintar. 2º: El proyecto había recibido “numerosas” opiniones en contra. Hasta ese instante me mantuve callado, pero no pude más y manifesté que deseaba saber quienes se oponían y mi desconcierto al escuchar cómo Elías Yanes olvidaba la propuesta de un año antes. Buesa Conde trato de mediar y al despedirnos, me prometió que haría llegar a Heraldo esa lista de disconformes. Nunca llegó. Parece que dentro de ese conglomerado estaba la Real Academia de San Luís, con la firma de Alejandro Cañada, a quien debieron utilizar, maestro de Jorge Gay.


Un templo, decorado hasta el momento por pintores aragoneses, por dos veces cerraba sus puertas y de una manera inadecuada a los pintores del presente.