FERIA DE FALLAS

Morante y Manzanares ya son rivales

Inspiración exquisita del torero de la Puebla con un buen toro de Cuvillo. Una difícil y bella faena del torero de Alicante que pareció una réplica. Espectáculo de calidad.

El diestro Morante de la Puebla durante la lidia del primer toro de su lote
Feria de Fallas: Morante y Manzanares ya son rivales
EFE. JUAN CARLOS CÁRDENAS

Seis toros de Núñez del Cuvillo. Corrida de porte dispar, astifina, terciada con la excepción del quinto, que se salió por arriba, y del sexto, anovillado. De más son que poder. Con un solo puyazo y menos sangrados, habrían dado más de sí casi todos. Los tres primeros tuvieron bondad, y el primero de ellos, clase, y el segundo, fuelle de bravo; el cuarto, suelto y mirón, adelantó por las dos manos; el quinto, blando en el caballo, corretón y distraído, con goterones de manso, tuvo nobleza y la virtud de meter la cara y embestir con emoción; el sexto, mansito y sin descolgar, toro manejable.


Morante de la Puebla, de grana y oro, saludos y silencio. José María Manzanares, de azul cobalto y oro, una oreja y saludos tras un aviso. Daniel Luque, de púrpura y oro, silencio y ovación.


Fue corrida propicia, pero no toda. Los imponderables pasaron factura: por ejemplo, los segundos puyazos, que sobraron sin apenas excepción, y sobre todo los traseros; el empleo en el capote que tuvo, en el caso de los dos toros de Daniel Luque, efecto de castigo; un volatín completo después de la primera vara fue para el toro que rompió plaza quebranto serio. No se vio la corrida en el caballo, aunque el segundo se encelara y apretara en serio. No estaba la gente por ver batirse a ningún toro el cobre contra los pesados caballos de pica de Valencia y sus petos de armatoste. Los dos toros de Morante se picaron por libre, sobre todo el segundo de ellos, pero en decisión deliberada del maestro, que tiene por norma dejar al toro que sea a su aire en ese trance. Y un último imponderable: un repertorio de desafortunada elección hizo a la banda de música interponerse más de la cuenta. Y Morante la hizo callar.


La música la puso Morante con el capote. De salida o de entrada, tanto da, porque al primero de corrida, sin cata previa, le pegó tan solo llegarle siete lances de risueño primor, cosidos el uno con el otro, el vuelo justo que acompasa al toro virgen y lo engaña como en un juego. Este toro, salinero, vino con alegría y los siete lances del bucle -el cuerpo descargado, posado propiamente, mecidos los brazos- debieron de saberle a gloria. La gente bramó con tan temprana exhibición.


Frágil el toro. Morante lo acarició después de picado con medios lances de abajo arriba y, enseguida, dibujó sobre la marcha dos chicuelinas de rizo vertical, pero se pegó el toro el volatín que iba a mermarlo. Pareció fresco el toro después de banderillas y Morante tuvo la sorprendente idea de quitar. Dos chicuelinas de mano baja envueltas en celofán, media recostada, una larga por delante y un capotazo recogido por arriba a una mano sólo para sujetar al toro. Precioso. La faena, abierta con Morante sentado en el estribo y ayudados por alto, fue delicada improvisación: en las rayas primero, en el tercio después, variaciones por las dos manos, precioso el compás de los muletazos con la derecha -toques, remates, ajuste acoplado-, un pisotón de muleta también -del toro- y dos o tres claudicaciones, del toro por supuesto. De todo ese fresco lo más original fue justamente una primera tanda antes de llegar a las rayas: una tanda de diez muletazos cosidos pero sólo los cuatro primeros fueron del mismo palo; los otros seis brotaron a capricho como burbujas. No pasó con la espada Morante: dos pinchazos, una entera atravesada.


Manzanares, desangelado con el capote -cuesta torear de capa después de haberlo hecho Morante un toro antes-, apareció como muletero de arte mayor. En dos faenas distintas: más previsible la primera, ayuna de mano izquierda, con abuso del no quitar la muleta en las transiciones, que no es lo mismo que dejarla puesta, pero con ese sentido tan de Manzanares para acompañar con la cintura y dominar en la media altura la segunda mitad de los muletazos y su remate. Sin tirones, a pelo y a pulso. Desplantes de mucha majeza.


Una estocada mayúscula tiró sin puntilla al toro, que fue bravo.


La faena mayor fue, en cambio, la imprevista o imprevisible. Y con el toro de más cuerpo de los seis cuvillos: el quinto. El tronco cilíndrico de la parte vieja de la ganadería, rabicorto, cortas las manos también, chorreado en morcillo y listón, más ofensivo que cualquiera de los otros. De rara conducta, pues, corretón y suelto, desentendido y distraído, pareció buscar puerta de huida y revolotear o remolonear, pero, a cambio, obedecía a toques y enganches. Remataba a saltos los viajes, pero los repetía y cuando Manzanares lo prendió por el hocico se fue largo, como agradeciendo el latigazo. El latigazo fue en todas las bazas suave pero muy poderoso.


Larga la faena, pero sin pausas. Espléndido el toreo con la izquierda en dos tandas ligadas a cámara lenta, bien abrochadas.


Manzanares en los medios, y tratando de adivinar hasta última hora cuál era la querencia de ese toro. Y no la adivinó: en decisión gratuita optó por matar al toro recibiéndolo con la espada y dando espaldas a toriles, y no quiso el toro ni metió la cara. Cuatro pinchazos, un aviso, media. Ni la estrategia ni la puntería. Pero faena sobresaliente. Que pareció una contestación con obras y no palabras a ese medio desafío que acaba de lanzar en público Morante: "Quiero toreros que me pongan celoso. Y Manzanares es uno de ellos".


Morante volvió a bordarlo de salida con el capote en el cuarto toro, que se empleó bastante menos que el primero y que, la cara arriba en la muleta, viajes gateando, aconsejó a Morante abreviar.


Y hacerlo con bonitos muletazos del repertorio gallista, sacado de fotos viejas. No supo paladearse tan rica miel.


Tercero de terna, y se puso cuesta arriba la cosa tras el primer salto, fue un Daniel Luque ya no tan primerizo, sino rodado, preparado, francamente atrevido con el capote, pero precipitado por la ambición. Lances hasta más allá de la boca de riego, toreo en línea pero limpio. La gente de pie. Tundido en el caballo, el tercero duró poco. En trabajo facilón. Al sexto le sacó los brazos en el saludo y quiso apretarle las clavijas en los medios después.


No era toro de atacar, sin embargo.