POESÍA

«Hernández luchó a brazo partido con las palabras»

Agustín Sánchez Vidal, colaborador de Serrat, retrata al poeta de "El rayo que no cesa"

El escritor y experto hernandiano Agustín Sánchez Vidal
«Hernández luchó a brazo partido con las palabras?
JOSÉ MIGUEL MARCO

Agustín Sánchez Vidal (Cilleros de la Bastida, Salamanca, 1948) es uno de los grandes expertos en la obra de Miguel Hernández (1910-1942). Ha editado varios de sus libros, conoció a Josefina Manresa y ha colaborado tanto con el disco de Serrat ‘Hijo de la luz y de la sombra’ como la con la exposición del Paraninfo, ‘Imágenes para un poeta’, que ha comisariado Ana Marquesán, en colaboración con Paco Simón, Arantza Pérez de Mezquía y el propio Serrat.


¿Ha arrojado la celebración del centenario alguna nueva luz decisiva a la interpretación de la poesía de Hernández y de su vida?


Para tener una visión ajustada habrá que esperar a la publicación de las actas de los congresos que se han celebrado. Así, a bote pronto, la impresión es que la cosecha del centenario tiene más que ver con la divulgación que con la investigación científica. Al menos en lo que se refiere a los enfoques globales. Y se ha incrementado un componente en mi opinión indeseable: su excesiva institucionalización.


Decía el otro día que, en un sentido más material, quedan tres proyectos claros: el libro de Eutimio Martín, el ambicioso proyecto de Serrat, y el libro y la muestra de la Biblioteca Nacional…


El de Serrat desborda el alcance de un simple disco, que ya sería mucho. Además de sus giras multitudinarias, están los veinte cortos de otros tantos cineastas, lo que supone un planteamiento inédito. La muestra de la Biblioteca Nacional es la más completa que se ha hecho desde un formato clásico. Y el libro de Eutimio Martín, ‘El oficio de poeta:_Miguel Hernández’ (Aguilar, 2010), es un intento de revisar al poeta a partir de sus cimientos biográficos, con docuentación de primera mano.


¿Podríamos decir que se ha desterrado ya el mito del poeta pastor e iletrado?


Se ha avanzado mucho. Ahora ya no está bien visto eso de explicarlo todo a partir de un factor tan poco vocacional como los cinco años durante los cuales su padre le obliga a cuidar del rebaño de cabras familiar.


¿Cuáles son las claves de la formación de Hernández:_su curiosidad, su vocación de aprender, un inmenso talento, el deseo de ser poeta por encima de todo...?


Por ahí van los tiros. La primera clave es su sentimiento de la Naturaleza, que no debe restringirse a la experiencia del pastor, sino más bien ampliarse al modo en que la enriquece con un panteísmo que debe mucho a Vicente Aleixandre. La segunda clave es su extracción popular, que lo diferencia radicalmente de los otros poetas. Y a partir de ahí ya se da una amalgama muy afortunada entre sus dotes innatas (un absoluto dominio del idioma) y el trabajo incesante para perfeccionar sus capacidades expresivas. Todo lo asimila a un ritmo increíble, con un pie en el clasicismo, otro en la vanguardia o las literaturas de avanzada y siempre el criterio depurador de primar lo que puede ser entendido y sentido por la gente del común, su anti-elitismo.


¿Cómo le marca la relación con la Naturaleza, el mundo campesino, sus lecturas, la adquisición de un vocabulario tan específico? ¿Nacería de ahí el «poeta telúrico»?


A pesar de la complejidad de la pregunta, se puede contestar de un modo relativamente simple. Hernández conoce la Naturaleza de un modo tan íntimo que la convierte en la materia prima de toda su poesía: de ahí procede su temática más medular, lo mejor de su arsenal de metáforas, el tono de la dicción y me atrevería a decir que su ética y estética.


Su primer libro ‘Perito de lunas’ es un poemario gongorino, guilleniano en cierto modo y vanguardista. ¿Cómo debemos leerlo?


Este primer libro es el más decisivo para su incorporación a la contemporaneidad. Antes de él, es un poeta aficionado y decimonónico; tras él, queda mucho por hacer, pero ya se ha asentado en el siglo XX. Góngora y Guillén son importantes. Ahora bien, la gran lección que incorpora es el cubismo literario, a través del ultraísmo. Es decir, la capacidad transformadora de los encuadres selectivos, de las perspectivas inéditas, de los vínculos menos evidentes. Gracias a ello adquiere otra mirada, averigua que los temas más anodinos o cotidianos pueden convertirse en algo muy diferente si se advierten de un modo novedoso.


¿Qué le aportan sus viajes a Madrid, qué aprendió, qué complicidades halló?


Literalmente, se le ve crecer tras cada viaje a Madrid. El primero supone la actualización de ‘Perito en lunas’ (1933), el otro el arrimo a la Escuela de Vallecas o al tema taurino con José María de Cossío, o el registro neorromántico y más desatado de Neruda, el surrealismo panteísta de Aleixandre o el compromiso político de Raúl González Tuñón. Y todo eso se consolida a partir de 1935, cuando se establece en la capital.


¿Cómo fueron esos años de teatro y proyectos como ‘El silbo vulnerado’?


El crecimiento tiene lugar en tres frentes simultáneos: las prosas (poco estudiadas), el teatro (insuficientemente considerado) y un libro de poemas, ‘El silbo vulnerado’. Su gran metamorfosis se hace bajo este último título, que en realidad ampara tres proyectos bastante distintos. El primero (1934) es una poesía neo-católica que debe mucho a San Juan de la Cruz, ampliando el influjo de Calderón presente en su auto sacramental ‘Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras’. La versión intermedia (de 1935) es muy interesante, el equivalente poético de la Escuela de Vallecas. Y la tercera es ya ‘El rayo que no cesa’ (1936).


Toda una revelación. Es un libro del dolor, de la pasión, de la desesperación. ¿Es ése el autorretrato más intenso de Miguel en el fondo?


Es el libro de su cambio de piel, de su crisis existencial e ideológica, muy embridada gracias al soneto. Ciertamente, uno de los componentes es el amoroso, a través del clasicismo de Garcilaso o la intensidad del idioma aprendida en Quevedo. Pero no hay que olvidar los otros registros, más contemporáneos, y tan evidentes en ‘Un carnívoro cuchillo’, ‘Me llamo barro’ o la ‘Elegía’ a Ramón Sijé.


Ese libro está inspirado en tres mujeres: Maruja Mallo, Josefina Manresa y María Cegarra…


Yo no me atrevo a decir si tal soneto está dedicado a Josefina Manresa o el otro a Maruja Mallo o el de más allá a María Cegarra. Tampoco creo que esas relaciones sean equiparables. La última la veo poco consistente. Más importante pudo ser Maruja Mallo, en sus diversos órdenes. Y, ciertamente, la decisiva fue su mujer, Josefina.


¿Cómo pasa Miguel de poeta católico a poeta comunista? ¿Cómo interpreta ese tránsito?


El Hernández católico emite en una frecuencia de onda que le viene de prestado, por vivir en un lugar tan clerical como Orihuela y verse abocado al patrocinio de sus fuerzas vivas. Ya en Madrid se le ofrecen otras alternativas, puede eligir, encuentra su verdadera voz. Y en ambos casos el poeta fue mucho más por libre que sus ideologías.


¿Es Miguel un poeta coral, un poeta civil, un poeta panfletario?


Más de una vez cayó en el panfleto, pero no es el tono que predomina en él, ni siquiera durante su etapa de trinchera, cuando sería más explicable, porque dirige el servicio propagandístico del Altavoz del Frente. El mejor Hernández tiende al intimismo, y esa inflexión está ya en su segundo libro bélico, ‘El hombre acecha’. Luego se refuerza a través del ‘Cancionero y romancero de ausencias’.


¿Qué lugar ocupan en la poesía española ‘El hombre acecha’ y ‘Viento del pueblo’?


Es imposible hablar de la guerra civil sin tenerlos en cuenta. A pesar de sus continuidades, también son dos libros con profundas diferencias. ‘Viento del pueblo’ es más épico y episódico, una crónica de urgencia. En “El hombre acecha” se profundiza con propósitos menos circunstanciales.


¿Es el Miguel Hernández de ‘Cancionero y romancero de ausencias’ el poeta en plenitud? ¿Cómo debemos leer estos poemas?


Ahí está todo Miguel Hernández, despojado y depurado al máximo. Quizá sea también su conjunto más asequible, un libro que apela a los sentimientos universales sin interferencias, calando hasta lo más hondo a través de los tuétanos del idioma, eliminando todo lo que suene a artificioso.


El amor, la vida, la muerte, la paternidad, la cárcel, la miseria, la ausencia de libertad… ¿Cabría decir que el poeta abordó los temas fundamentales del ser humano con una autenticidad especial, dolorida, casi sobrehumana?


Ahí radica la razón última de su vigencia. Exactamente en eso. Toca los temas más importantes de un modo particularmente creíble, incluso sin considerar que quien habla de la libertad es un preso, quien exalta la vida es un enfermo y, pronto, un moribundo. No hace falta tener en cuenta esas coyunturas, porque se sienten en los poemas, laten ahí, en el modo de acuñar los versos.


¿Qué quiere decir cuando asegura y enfatiza que Miguel Hernández es un artífice de palabras?


Yo no puedo separar mi percepción de Hernández de la ingente cantidad de papeles que emborrona y tacha hasta llegar a la expresión justa. Lo veo luchando a brazo partido con las palabras, horas y horas, día tras día. Eso es lo que me queda, el escritor; no el pastor, ni las fotos recitando en las trincheras.


Miguel era rudo, ansioso, ambicioso, suscitaba alguna envidia. ¿Podríamos decir que no supo moverse, como le sucedió con Lorca?


Era pobre, nada diplomático, muy insistente, a veces agobiante, a menudo inoportuno. Sus modales podían resultar molestos y discordantes en los ambientes -tan finos- de los intelectuales de la llamada ‘Generación del 27’, como lo fueron los de Joaquín Costa entre los de la Institución Libre de Enseñanza (basta leer su correspondencia con Giner de los Ríos).


¿Quedaría algo por hacer con Miguel Hernández o el tiempo de poetas como él ya han pasado?


Parte de él y su obra han quedado ancladas en su época, y sólo interesarán a los estudiosos de la literatura. Pero otras trascienden ampliamente esos límites. Después de todo, cuando aparece un poeta tan singular, el idioma dice a través suyo lo que no manifiesta en otros lugares ni momentos. Y si se quiere tener acceso a ello hay que ir a buscarlo allí, porque resulta irrepetible.