TEATRO INFANTIL

Maestros... de la diversión

No es extraño encontrar entre quienes divierten a los niños (y grandes) en Aragón a profesionales de la enseñanza. Estudiaron Magisterio, algunos dieron clase y otros no, pero el teatro se cruzó en su camino y todos encontraron otra placentera forma de darse a los demás.

Rut y Marian, de la PAI. Especialistas en Educación Física y Lengua y Literatura, respectivamente, no han llegado a ejercer. El teatro pudo más.
Maestros... de la diversión
PAI

Lo suyo ha sido vocación de trabajar con niños desde el principio, solo que por el camino han cambiado de medio. De las aulas y la tiza a los muñecos y los escenarios. En Aragón no es raro encontrar en las compañías de teatro infantil o familiar maestros que un día decidieron usar su creatividad y sus conocimientos fuera de la escuela. Como Paco Paricio y Pilar Amorós, de los Titiriteros de Binéfar; Esteban Villarrocha, de Arbolé; Vicente Martínez, de Caleidoscopio; o Rut Franco y Marian Albasini, de la PAI. Por citar unos cuantos.


Paricio cuenta que hace 25 años estaban dando clases en Cataluña «y teníamos ganas de regresar a Aragón; nos liamos la manta a la cabeza y tomamos una decisión que en aquel momento casi nadie entendió». Él y Pilar eran una pareja con hijas pequeñas que decidía abandonar el magisterio por una profesión incierta. Hoy, con el Premio Nacional de Teatro Infantil debajo del brazo, ¿quién les discutiría que hicieron lo correcto?


A Villarrocha y Martínez, los títeres se les cruzaron en el camino cuando llevaban varios años ejerciendo de maestros. «Puedo decir que fue el azar, aunque en el fondo sería mentiroso», confiesa Villarrocha, que se pasó al teatro convencido de que era «un arma de futuro, de intervención en el proceso educativo; creímos que podía mejorar la formación de ciudadanos libres». Era una vocación por «educar pero a la vez fascinar».


La vena didáctica


Algo parecido le pasó a Martínez, quien «sentía que el marco de la escuela no me dejaba hacer, el programa pesaba demasiado. Sentí que el arte daba más respuestas a nuestras vidas». Aunque subraya que sigue convencido de que «la enseñanza es muy importante». Confiesa que alguna vez todavía se le escapa la vena didáctica «y mis compañeros me dicen: 'Cuidado, que ha salido el viejo profesor y en el escenario no hay profesores'».


Franco y Albasini, que no llegaron a dar clases, valoran sobre todo el uso del juego y están convencidas de que «cualquier cosa que transmitimos educa». «El juego, la participación, el teatro, son herramientas educativas que utilizas para contar historias», aseguran. Y agregan que, en los montajes de la PAI, «los chavales cuando juegan dejan de ser espectadores pasivos para convertirse en actores espontáneos, se proyectan a sí mismos y se sorprenden de sus capacidades ocultas, se ríen, se emocionan y se relacionan, adquiriendo así una confianza en sí mismos que les hace capaces de encontrar muchas alternativas a los conflictos».


Villarrocha opina que, tanto en la escuela como en el teatro, «el trato con los niños es el mismo». «Son personas, no son solo entes que formar. Tienen derechos y obligaciones, y si bien el maestro en clase ejerce una autoridad moral y ética, los actores deben ejercerla. Eso sí, es más divertido hacer teatro que explicar Conocimiento del Medio», bromea.


Paricio no comparte esa visión. Está convencido de que la escuela y el teatro «son dos cosas completamente distintas» y rechaza el enfoque «didáctico» en los espectáculos. «A la escuela van para que les enseñemos destrezas que les servirán para trabajar y vivir, y también para formase como ciudadanos. Al teatro van a disfrutar, pero también y sobre todo a encontrase con un tipo de arte, el arte dramático; por eso hay que crear para que les interese, les subyugue y les atrape como solo puede atraparnos una obra de arte».


En la misma línea, Martínez cree que el teatro sirve sobre todo para «desarrollar la sensibilidad y emocionarse; si el niño tiene una experiencia gratificante, que produce alegría, o incluso miedo, creo que ha cumplido su función». Y defiende que es positivo que un espectáculo pueda tener «diferentes lecturas». En lo que sí coinciden todos es en que hay que huir «de maniqueísmos y ñoñerías» y enriquecer el teatro con otras artes, como las plásticas o la música.


Franco y Albasini destacan otro elemento: el público adulto. «Nos gusta implicar en el juego a los padres, porque se consigue un encuentro privilegiado entre adultos y niños», dicen. Y Paricio insiste en que los mayores nunca deben sentirse «incómodos» viendo este tipo de obras, porque «el teatro infantil debe ser lo primero teatro y, después, infantil».