El Archivo Diocesano, remodelado

Tras permanecer tres años cerrado, ha renovado por completo sus instalaciones y ofrece más de 2.000 metros lineales de documentación, desde el siglo XI hasta hoy, clave para entender la historia de la Iglesia en Aragón.

Victoria Mariona y Juan Ramón Royo, junto a los armarios compactos en los que se guarda la documentación del Archivo Diocesano.
El Archivo Diocesano, remodelado
ESTHER CASAS

Josefa Amar y Borbón, la pedagoga y escritora aragonesa, no murió en 1805, como se pensaba hasta hace unos años, sino en 1833. Subsanar ese error, que aún se puede leer en algunos libros antiguos, fue posible gracias al hallazgo y estudio de su acta de defunción, que se conserva en el Archivo Diocesano de Zaragoza. Un archivo que hunde sus raíces en la historia de la Iglesia en la ciudad -existe un documento de 1427 que hace referencia a «el archivo de la Escribanía del Vicariato»- y que ha pasado por algunas vicisitudes.


Pero el archivo acaba de estrenar el siglo XXI, ya que ha renovado y actualizado sus instalaciones por completo. El palacio arzobispal está siendo objeto desde hace tiempo de unas ambiciosas obras de remodelación, que está dirigiendo el arquitecto Javier Borobio. En la primera fase de los trabajos, concluida hace meses, se renovó el archivo, entre otras cosas; en la segunda, que concluirá en marzo se completará el Museo Diocesano, que será inaugurado el día 21 de ese mes por la infanta Cristina de Borbón.


Pero el 'nuevo' Archivo Diocesano ya está en marcha, desde el pasado mes de septiembre, y ha recuperado su funcionamiento normal tras permanecer tres años cerrado al público a causa de las obras. Ayer mismo, cinco estudiosos analizaban documentos en la nueva sala de lectura.

 

La conservación, prioritaria

«La primera función del Archivo no es atender a los investigadores, sino a la propia institución. Porque es un archivo vivo», subraya Juan Ramón Royo, director del centro.


Royo bromea diciendo que fue «cocinero antes que fraile»: empezó estudiando la historia de su pueblo, Moyuela, donde nació el arzobispo Apaolaza; su primer contacto con el Archivo Diocesano fue mientras preparaba la tesis doctoral sobre la diócesis de Zaragoza en el siglo XVI; y ha seguido una carrera muy parecida al que entonces era su director, Arturo Lozano. Tras ordenarse sacerdote en 2001, fue nombrado director del archivo en 2003 y trabaja en la parroquia de Santa Engracia desde octubre de 2008.


Juan Ramón Royo conoce perfectamente el archivo. «Le hacía falta una renovación, había que adecuarlo a las normas de conservación más exigentes, y la verdad es que los documentos están ahora en la mejor situación posible».


«El archivo tiene más de 2.000 metros lineales de documentación -apunta Victoria Mariona, técnico en museos-, ordenados en miles de cajas y legajos, que se distribuyen en 21 armarios compactos de 10 metros de altura. Esta documentación se mantiene en condiciones estables, a 20 grados centígrados de temperatura y con una humedad relativa del 50 %».


Las condiciones de seguridad se han extremado, hasta el punto de que, en el improbable caso de que se declarara un incendio, al primer síntoma que detectaran los sensores se activaría un sistema de extinción por anoxia (absorción de oxígeno) que impediría que las llamas afectaran a los documentos. Dos veces al año se realizarán tareas de control de plagas.


Garantizadas las óptimas condiciones de conservación de los documentos, que era el punto fundamental de la reforma, se ha querido también facilitar el trabajo de los investigadores. La nueva sala de consulta tiene 16 puestos de lectura, con conexiones para poder utilizar el ordenador portátil.


«El público que viene aquí o que plantea consultas por correo electrónico es de dos tipos», dice Juan Ramón Royo, y detalla que «aproximadamente el 80 % de ellos busca información sobre sus antepasados, y una parte muy importante corresponde a descendientes de aragoneses que están en países como Cuba o Argentina y que buscan datos para pedir la nacionalización. Muchas de estas peticiones no se pueden atender satisfactoriamente porque se tienen pocos datos, o ninguno, y es imposible localizar lo que andan buscando. El 20 % restante de las peticiones corresponde a investigadores locales y a estudiantes que están elaborando su tesis doctoral. Con la documentación que se guarda en el archivo se han elaborado ya varias tesis. Y hay trabajos en marcha muy interesantes».


Desde su reapertura el pasado 6 de septiembre, el archivo ha cursado más de 500 peticiones de información y ha atendido a 125 investigadores. Todos los visitantes tienen que rellenar una ficha de investigadores del archivo, al entrar por primera vez en él, y posteriormente otra para solicitar el documento o legajo que puede ayudarles en su labor.


El documento más antiguo que se conserva allí es del siglo XI y el más reciente, casi de nuestros días. De momento no hay ningún material informatizado o digitalizado, pero se aspira a lograrlo en relativamente breve plazo. El Ministerio de Cultura ha concedido uan subvención de 9.000 euros para trabajar en ello y aprovechar las ventajas que dan las nuevas tecnologías.

 

La recuperación de 1984

El Archivo Diocesano de Zaragoza tuvo sus primeros orígenes en las viviendas de la catedral de la Seo, ya que el palacio arzobispal no fue residencia de los arzobispos hasta 1432, cuando Dalmau de Mur fijó allí su vivienda.


La creación oficial del archivo y el primer nombramiento de archivero datan de 1743. Lo que ha llegado a nuestros días, como ocurre en todos los centros de este tipo, es solo una parte de la documentación total que se ha guardado allí. Ya en 1787 los archiveros redactaron un memorial en el que describían los fallos en la custodia de los documentos y denunciaban la pérdida de algunos de ellos.


Sufrió daños con la Guerra de la Independencia y las desamortizaciones del siglo XIX. Y, aunque ha sido objeto de diversas reorganizaciones, traslados y mejoras, ha sido bien entrado el siglo XX cuando se ha garantizado su superviviencia. Y en ello hay dos fechas clave: la remodelación actual, de 2010-2011, y la anterior, de 1984, en la que el archivero Agustín Gil, respetando la clasificación y ordenación antigua, echando mano de los índices entonces existentes, reconstruyó la clasificación, ordenación y catalogación primitivas.


«Los documentos se encontraban en grandes ligarzas de una altura de 80 a 90 centímetros y de un peso aproximado de 15 kilos cada uno de los fardos, atados con cordeles, llevando en sus lomeras unas medias cañas», relataba en un artículo que publicó en la revista 'Aragonia Sacra', donde aseguraba que había limpiado pieza a pieza todos los fondos. Se dio el caso, relataba gráficamente, de que algunos legajos, al golpearlos, "formaban en los aires un chorro de humo negro similar al de una chimenea de una máquina de vapor".


Aquella limpieza y reordenación supuso la supervivencia del fondo, que integra documentos de muy diversa procedencia, desde los papeles generados por la diócesis hasta el archivo de la mitra, pasando por los archivos parroquiales de San Gil o la Magdalena, o 300 cajas de documentos de la Orden de San Juan de Jerusalén.


La remodelación lo ha convertido en un centro moderno y funcional, y garantiza que siga siendo, según Juan Ramón Royo, «el archivo diocesano más importante de todo el valle del Ebro».