JOSÉ LUIS BALAGUERÓ

"El tiempo es el mejor juez, el único, para cualquier artista"

El artista aragonés resume sus últimos años de creación en una exposición en el Museo Ibercaja Camón Aznar.

José Luis Balagueró, ante una de las obras que expone en el Museo Ibercaja Camón Aznar.
"El tiempo es el mejor juez, el único, para cualquier artista"
JOSé MIGUEL MARCO

En el panorama actual del arte contemporáneo hay muy pocos artistas en los que su biografía sea tan apasionante como su obra. Uno de ellos es, sin duda, José Luis Balagueró (Romanos, 1930), que ha regresado estos días a Zaragoza, 'su' Zaragoza, para mostrar a los aragoneses qué imágenes ha ido tejiendo en los últimos años. "Soy un mañico con orgullo -asegura-. Siempre vuelvo a Zaragoza". La exposición en el Museo Ibercaja Camón Aznar está llena de color, de símbolos, de formas. Revela un artista comprometido consigo mismo y con su forma de entender el arte.


¿Qué recuerdos tiene de Romanos?

Muchos. Estuve allí hasta que acabó la guerra, pero guardo algunas imágenes nítidas y claras. Recuerdo que tenía un patín, y que lo utilizaba tanto que había hecho un camino en la tierra. Recuerdo la fuente, el abrevadero, la primera vez que vi un nido de pájaros, que me dejó maravillado...


Y recuerdos menos gratos, como la detención de su padre. No hace mucho descubrió qué había sido de él. La historia es sobrecogedora.

Mi padre era maestro de escuela, catalán, y quiso venir a Aragón porque sabía que la región necesitaba maestros. Y eligió el pueblo más pequeño que pudo. Fuimos a Romanos y allí nací yo. Uno de los recuerdos nítidos que tengo, lógicamente, es cuando vinieron a buscarle en agosto del 36. Estábamos en la escuela, él haciendo algo relacionado con las colmenas, porque era apicultor, y yo jugando en el patio. Se lo llevaron, y recuerdo a mi madre, con mi hermana en brazos y con mi hermano tirándole de la falda, intentando impedirlo. Seguimos a los que lo habían apresado hasta que nos apuntaron con las escopetas y nos obligaron a regresar. Luego nos echaron de casa y nos tuvimos que ir a vivir a un corral de pastores que había a las afueras del pueblo.


Y ya no volvieron a saber nada de él, hasta que su nombre apareció en los trabajos del historiador Julián Casanova.

Sí. Casanova ha realizado una labor excelente y hay que agradecérselo. Nosotros nos quedamos a cargo de mi hermana en el corral. Y mi madre vino a Zaragoza porque supo que a mi padre se lo habían llevado a Torrero. Estuvo mes y pico llevándole comida todos los días a la cárcel sin que nadie le dijera nada. Y al final escribió una carta al director de la cárcel, que se la devolvieron con una anotación manuscrita en la que le decían que a mi padre lo habían "liberado" días atrás. Luego, gracias a Julián Casanova, nos enteramos que el día en que detuvieron a mi padre lo llevaron a Daroca, donde pasó la noche. A la mañana siguiente lo trasladaron a Torrero, donde durmió una noche más. Y al día siguiente lo fusilaron. Mi madre estuvo llevándole comida durante días y días sin que nadie le dijera nada... Alguien se la comería.


Y en esa España de los 40, tan dura, siendo hijo de fusilado, ¿cómo descubrió el arte?

Fue en el bachiller. Un tío mío, que era sochantre de la Seo, consiguió que nos dieran una beca para estudiar, y allí descubrí la revista 'Chicos'. Me fascinaban los dibujos de Cuto (historieta dibujada por Jesús Blasco). Y a partir de ahí fui descubriendo más y más cosas, hasta que llegué a Goya y Velázquez. Cuando vi sus obras en el Prado me quedé boquiabierto. La pintura es maravillosa. Si no pintara, no me gustaría vivir.


Empezó a trabajar en publicidad, pero hubo un momento en el que decidió irse a París.

Me escapé de España. Lo hice con un salvoconducto, porque entonces no te daban pasaporte, y fingiéndome excursionista: en tren a Sabiñánigo, de allí andando a Broto y Torla, luego los llanos de Soaso, la brecha de Roland... El lado de Francia está siempre helado, es un glaciar. Llevaba una manta en la mochila, me la até a las piernas y me arrojé por la pendiente, deslizándome. No sé cómo no me caí por un agujero y me maté.


Y en París descubrió la pintura. La de los grandes artistas del siglo XX, que apenas se conocían en Zaragoza.

Allí fue donde verdaderamente me enteré de todo lo que se había hecho en el arte, visitando galerías y museos. Me puse a trabajar de pintor de brocha gorda, pintando almacenes, y poco a poco empecé a aportar alguna obra a exposiciones que se iban celebrando, a vender algo a los amiguetes...


En 1956 expuso su obra por primera vez en España. En la sala de la Asociación de la Prensa de Zaragoza.

Siempre acabo volviendo a Zaragoza. He vivido en distintos países y ciudades del mundo, y en algunos sitios he sido tremendamente feliz, pero a mí es que la nostalgia se me apodera. En este país hay algo especial que otros no me lo dan. Yo no puedo vivir, por ejemplo, sin ver Andalucía una vez al año. No puedo vivir sin Zaragoza. Cuando regresé a España me dije: "Ahora voy a pintar todo lo que he visto". Y es lo que hice.


También estuvo casi un decenio en Estados Unidos.

Yo había estado viviendo una época en Formentera, que entonces era un desierto lleno de amor, y me casé con una norteamericana a la que también le gustaba pintar. Me fui con ella a pasar las Navidades en su país y me quedé más de ocho años. Me ofrecieron trabajo enseñando arte a personas desfavorecidas. La experiencia me gustó, la estancia allí me sirvió para ver mucho arte y aprender técnicas, como la litografía, que en España casi se desconocían. En París el arte es un ideal; en Nueva York, una explosión.


Pero siempre vuelve. ¿A dónde se iría hoy?

Si fuera más joven, me iría a vivir a Shangai. El futuro del arte está allí, porque la capital del arte siempre se desplaza adonde está el dinero. El dinero ahora está allí.


Desde su primera exposición, lo suyo ha sido sorprender.

Bueno, yo he ido evolucionando, claro, porque al principio estaba influido por los artistas que me gustaban. El verdadero pintor es el que deja todas sus influencias y es él. Lo que pasa es que en esa búsqueda uno acaba invirtiendo toda la vida.


Pues usted encontró su propia voz pronto.

No sé si el estilo se busca o se encuentra; lo que sí sé es que es una lucha tremenda. Ahora, a los 80 años, me encuentro muy cómodo trabajando en el estudio porque sé perfectamente lo que quiero. No sé cómo, pero lo sé. Veo una de mis obras y sé si algo está bien o mal hecho; si hay que insistir o no.


¿Porque trabaja con bocetos previos muy definidos?

No. Cuando me pongo a trabajar tengo una idea vaga. Una vez que mancho todo el lienzo, trabajando con pintura acrílica, cojo una esponja y lo borro todo. Bueno, todo no, siempre queda la esencia. Luego vuelvo a pintar, vuelvo a borrar... Voy haciendo según el propio cuadro me va pidiendo, siempre con una intención espacial. Mis cuadros son como un escenario, en el que cada elemento tiene su propia personalidad. Si llega un momento en que no puedo seguir avanzando, dejo el cuadro reposar unos días y luego lo vuelvo a retomar. Y así hasta que el cuadro se acaba. Siempre trabajo con cinco o seis a la vez.


¿Hay mucho 'cuento' en el arte contemporáneo actual?

No sé qué decirle. Quizá sí, porque hay pintores que hacen cuadros como churros y no me parece bien. Yo estoy todo el día trabajando, y llego a terminar muchas obras, pero no puedo hacer cuadros como churros. Me daría vergüenza incluso intentarlo, porque soy de los que piensan que con el arte no se juega. El problema es que nos falta distancia para juzgar. El tiempo es el mejor juez para un artista, el único.